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Un jardín vertical tallado en piedra

La Casa Montero invita la confusión, hasta el punto que hay gente que la conoce como Casa Gaudí. Sus detalles cautivan, la puerta giratoria se admira incluso en Japón, fue sede del Athletic y en los últimos años ha recuperado su esplendor

Un jardín vertical tallado en piedraJosé Mari Martínez

AL abrigo de aquellos versos, Vizcaino es el hierro que os encargo; corto en palabras, pero en obras largo, Miguel de Unamuno escribía en aquel efervescente 1904 su Alma vasca, donde predicaba algo así como “Durante siglos vivió mi raza en silencio histórico, en las profundidades de la vida, hablando su lengua milenaria, su eusquera; vivió en sus montañas de robles, hayas, olmos, fresnos y nogales, tapizadas de helecho, argoma y brezo, oyendo bramar al océano que contra ellas rompe, y viendo sonreír al sol tras de la lluvia terca y lenta, entre jirones de nubes. Las montañas verdes y el encrespado Cantábrico son los que nos han hecho”. Aquel Bilbao de 1904 ya conocía a un jovencísimo teatro Arriaga y los bocetos y anteproyectos del hospital de Basurto que pronto florecería; la efervescencia política floreaba entre el nacionalismo y el socialismo, dos corrientes con pujanza, los Altos Hornos se alzaban como un fabuloso castillo medieval de la siderurgia y el Banco de Vizcaya acababa de construirse, apenas tres años antes, el mismo 1901 en que un 5 de febrero, allá en el legendario Café García tomó carta de naturaleza la primera junta directiva del Athletic de Bilbao, tras nombrarse una comisión formada por José María Barquín, Juan Astorquia y Enrique Goiri. Eran los albores del siglo XX y Bilbao se encontraba en pura ebullición.

Es un momento, ya les digo, de transición en la villa, el salto de una ciudad comercial a otra más industrial, que se extiende en lo que vino a llamarse el Ensanche y con la ría como elemento vertebrador, la gran autopista de las aguas. Y en ese entorno, en el número 34 de Alameda Rekalde, se puso en pie, en 1902, la Casa Montero, un edificio de viviendas cuyas trazas y ares recuerdan al arquitecto modernista Antonio Gaudi. No por nada, en la villa se le ha llamado Casa Gaudí a uno de los edificios más singulares de Bilbao. Al decir de muchos, el más llamativo hasta que el Guggenheim apareció en el horizonte del siglo XXI. Se trata de la única muestra de modernismo en Bilbao destinada a uso residencial de viviendas y llama la atención por la profusa decoración de sus balcones y miradores de cemento. El arquitecto Luis Aladrén realizó en 1904 el proyecto de este edificio que ha sido declarado monumento histórico-artístico.

Aladrén participó en la ejecución de la obra por él soñada hasta el nivel de la primera planta quedando la misma, por razones de salud, en manos de Juan Bautista Darroquy del que se dice que participó, también, en algunos trabajos decorativos del edificio de la Diputación foral de Bizkaia, edificio que también fue creado por el propio Aladrén. Ahora les cuento.

Allá donde murió el Árbol Gordo de Arbieto, un viejo roble con más de siete siglos de antigüedad y testigo, por tanto, de la fundación de la Villa, puso sus ojos Aladrén. En 1890 comenzó y dirigió la obra, durante diez años, solo fue sustituido durante el mes de diciembre de 1899 por el también arquitecto Antonio Carvelaris. La salud apretaba a Luis, uno de los nombres más llamativos de la época en asuntos tocantes a la arquitectura.

Está constatada, ya les dije, la participación de Juan Bautista Darroquy en la construcción de la Casa Montero y su probable colaboración en algunas cuestiones de la obra relativa a la Diputación Foral, hechos que no son, por otra parte, trámites aislados en la trayectoria, como tal, de este profesional en el ámbito de Bilbao y Bizkaia, donde también prestó dedicación a la obra del Teatro Campos Elíseos, cuya fachada tiene inequívocos aires modernistas.

Sea de quien sea la creación de Casa Montero digamos que si por su exterior corre un jardín vegetal tallado en piedra, repleto de ondulantes balconadas con motivos vegetales, que cautiva las miradas, en cada rincón de las entrañas del edificio hay un motivo en el que detenerse, un punto cardinal de la belleza. Las escaleras de interior forjadas recrean formas orgánicas imposibles, como si fuse una enredadera de parra, los timbres son flores metálicas labradas con esmero y las vidrieras juegan con los rayos del sol, multiplicándolos por mil colores. Guarde el lector su asombro para la puerta giratoria que da acceso al vestíbulo del edificio con un mecanismo único en el mundo que le permite plegarse, un hallazgo mecánico que han venido a ver desde el mismísimo Japón.

Con la boca abierta Sigamos con la boca abierta. El edificio consta de sótano, planta baja y cinco alturas (la última retranqueada tras balaustrada corrida), además de azotea con buhardillas. Los materiales de construcción empleados en la Casa Montero fueron la piedra de sillería, el ladrillo, vigas y columnas de hierro de fundición y también la madera. Las fachadas y el chaflán se organizan en función de dos ejes de balcones y miradores, distribuidos de forma diferente en las dos calles y otros elementos decorativos de interés son las ménsulas, canes, canecillos, cercos de vanos y almohadillado, este último observable en la planta baja. Es un hablar y no callar.

Viajemos a los usos y las vidas pasadas de la Casa Montero, entre ellas la de un Athletic que tuvo un aire vanguardista cuando habitó el número 34 de Alameda Rekalde. El 16 de mayo de 1977 la sede del Athletic se trasladaba al propio campo de San Mamés (25 años estuvo en la sede de Bertendona, donde aún hoy puede contemplarse el mástil desde el que ondeaba la bandera rojiblanca...) hasta principios de 1981, cuando se iniciaron las obras de remodelación del campo con motivo del Mundial 82. De modo que el nuevo hogar rojiblanco quedaría establecido en el segundo piso de la casa señalada con el número 34 de la calle alameda de Recalde, la Casa Montero, magnífico exponente del modernismo vasco.

¿Es el único ejemplo en Bilbao? No pero casi. Ya está cantada la fachada del teatro Campos Elíseos y no conviene olvidar los antiguos lavaderos en Castaños y en Alameda San Mamés, la Casa Cuna de Urazurrutia y el Centro de Desinfección de Zankoeta, proyectados por Ricardo Bastida. Hay quien incluye en esa tendencia el Hospital de Basurto proyectado por Enrique Epalza. Sea como sea, Gaudí no llegó a edificar jamás en Bilbao pero la huella del modernismo que sublimó está presente, hasta el punto que parte de la ciudad le atribuye la autoría de la citada casa.