nos gusta complicarnos, hacer cada colección más difícil”, cuenta Teresa Helbig, que se ha inspirado en los laberínticos jardines ingleses para confeccionar un trabajo serio y muy complicado en el que nada es lo que parece. Con base de nudos hechos con cuero encerado, la diseñadora compone un vestido-kimono con formas geométricas que recrea los parterres, pieza que despierta emoción al igual que un vestido de gasa verde bordado con rafia, “una nueva técnica que hemos desarrollado trenzándola con tres agujas”, explica en MBFWMadrid. Están presentes los motivos florales, “frágiles y fuertes al mismo tiempo” en vestidos estampados y también en piezas hechas en vidrio soplado de Murano, cera y tejidos, unos delicados detalles que la diseñadora aplica en varias salidas, pero adquieren más fuerza en un vestido corto de manga larga que bien podría ser de novia. Más allá de los exquisitos e increíbles detalles que se ven en toda la colección, el desfile estuvo protagonizado por vestidos que moldean el cuerpo de la mujer con todo tipo de siluetas.

A Helbig le gusta llamar a sus diseños vestidos-joya, piezas preciosistas envueltas en un halo nocturno como un modelo en tono nude salpicado de cristales, “es un vestido para soñar en el jardín”, dice. En especial sobresale una pieza plisada con un estampado propio realizado con “glitter termofijado” en forma de estrellas, piezas que llevan su ADN, un sello, ligado a la elegancia y al refinamiento, que también se ve en el diseño de su primer bolso, un modelo ideado para viajar que es tan apetecible como sus prendas.

Aunque muchos crean que Ágatha Ruiz de la Prada siempre hace lo mismo, no es así. Esta madrileña sorprende y apabulla con sus creaciones luminosas, coloristas y alegres. Su desfile resulta vitalista y optimista. Mientras suenan Alaska y Dinarama o Marisol, Ruiz de la Prada se mete en la piel de Julia Andrews en Sonrisas y lágrimas y con tejidos de cortinas construye una colección hipercolorista en la que conviven prendas comerciales con otras más surrealistas como los vestidos michelin, los pelotas o los flotadores. “Siempre juego con lo mismo, con las formas agathistas”, dice esta diseñadora, quien asegura que esta colección ha sido más sencilla de realizar “porque los tejidos de cortinas son más fáciles de coser”. Metros de tela se despliegan y alumbran pliegues inesperados, formas cilíndricas y siluetas fluidas que unas veces se despegan del cuerpo y otra no. Su iconografía infantil, inteligente y con un punto naíf aflora por doquier, incluso en unas veraniegas gafas cuajadas de margaritas que invitan a ver la vida como un bello jardín. Ágatha Ruiz de la Prada, la más veterana de la pasarela madrileña junto a Roberto Verino, no deja tiempo libre en su agenda, hace más de setenta desfiles al año por todo el mundo, “el próximo mes de septiembre desfilaré en la sede de Google de Nueva York”.

Más contenida fue la propuesta de Ulies Mérida, que como la torre bíblica de Babel ha construido una colección pensada para ensalzar el estilo de la mujer “a partir de todas aquellas a las que visto”, explica el diseñador. Un mundo femenino diverso que le ha permitido evolucionar en sus patrones sin abandonar un estilo, su esencia que consiste en “dejar que los tejidos vivan”.