En su elegante y sobrecargada pared podía leerse un lema curioso, allá por la década de los setenta del pasado siglo: “Dios es la suma bondad y si jodidos nos tiene ¡será porque nos conviene! ¡Hágase su voluntad!”. Qué tiempos aquellos, herederos de otros más postreros, cuando las orquestas animaban muchos de los cafés de Bilbao a finales del XIX y comienzos del XX. Fue Bilbao desde entonces –y muy probablemente hasta la década de los setenta del siglo XX...– una tierra de cafés y tertulias. Hoy ese mundo ha desaparecido y no estaría bien olvidarles. Fijémonos en uno de los últimos mohicanos, el que fuera primero el Gran Café La Concordia y cerrase en abril de 1995 con el nombre Bar La Concordia.

Antes de entrar en ese mundo caído recorramos, durante un momento, un puñado de cafés. La prensa local lo advertía, con fecha 9 de septiembre de 1918: “El Banco de Bilbao adquirió las casas que hacen la esquina a la Gran Vía y Alameda de Mazarredo, con objeto de elevar un edificio para oficinas propias. A los inquilinos de las casas les concedió el plazo para desalojarlas hasta el 31 de agosto y después amplió ese plazo hasta el 31 de diciembre. Entre los inquilinos se hallaba el señor García, que tenía un café que era muy frecuentado sobre todo cuando había paseo en la Gran Vía. Ese café se cerró anoche y su desaparición será lamentada por sus muchos habituales concurrentes”. Ese café, el célebre Café García, alcanzó la fama el 5 de febrero de 1901, pues en tal día tuvo lugar en sus instalaciones la primera reunión entre los chicos del Gimnasio Zamacois y futbolistas del Bilbao F.C. para nombrar una comisión organizadora –presidida por José María Barquín, Juan Astorquia y Enrique Goiri–, cuyos trabajos derivarían en la creación del Athletic Club.

Paseemos por el Bar La Terraza, situado en la esquina que forman la Plaza de Zabálburu y la calle Hurtado de Amézaga, en cuya parte superior se aposentó en 1925 una emisora de radio, Radio Vizcaya, EAJ-11, cuyo propietario era Armando Otero, padre del poeta Blas de Otero; el Café Bernabé, cuyo parroquiano más ilustre fue Indalecio Prieto; el Café Buenos Aires, nido de los estraperlistas de la posguerra, cargados de vales de gasolina y de medias de cristal; el Café Mauri y muchos otros lugares.

Vayamos a los orígenes. El Gran Café La Concordia estuvo situado en los bajos de la Sociedad Bilbaina, en concreto en la denominada por aquellas fechas calle de La Bolsa. La Bilbaina alquiló dichas lonjas a Francisco de Echezortu para regentar un café y se dio la circunstancia de que incluso antes de la inauguración oficial del inmueble de la Sociedad ya abrió el café, siendo la fecha de su inauguración el 23 de marzo de 1912. Según relatan las crónicas periodísticas de la época acudieron unos cien invitados, que degustaron una suculenta cena. El local estaba decorado con gran estilo y lujo, constando de planta baja y sótano. Desde sus inicios fue un local espacioso, con café, servicio de comidas, billares, mesas y limpiabotas.

El nombre propio de aquel negocio, desde sus primeros días, fue un joven de estatura pequeña y buenas maneras que había llegado a Bilbao el año 1915 y se había granjeado fama de buen barman y mejor relaciones públicas: Elías Segovia. Era parte de una plantilla que adquirió fama por su buen hacer desde las primeras horas. Servía ostras (eran célebres en Bilbao y en medio mundo...), vermús y cócteles, que en aquellos días eran bebidas modernas; sirvió lunches en diferentes entornos como fueron recepciones del Ayuntamiento y Diputación, eventos en el Arriaga, Juntas de Accionistas de bancos y empresas y en Altos Hornos, botaduras de barcos, eventos particulares en casas, bodas, recibimientos al Athletic campeón en los 50 o 60...

Francisco de Echezortu traspasó el local en 1923 a Jesús Arrese y a Jesús Garagorri. Unos años después falleció Garagorri y Arrese se quedó como único socio hasta abril de 1936, año en el que propuso a dos empleados del local, Elías Segovia y José María Azpeitia, traspasarles el negocio. Desde 1936 a 1948 se constituiría la Sociedad Azpeitia y Segovia para regentar el café, y a partir de esa fecha Elías Segovia se quedaría como único propietario.

Cuentan los mentideros que La Concordia fue escenario privilegiado de negocios, cotilleos, conspiraciones, encuentros clandestinos y secretos, tertulias literarias, etc. Recuerda la historiadora María Jesús Cava que durante sus muchos años de vida, en sus mesas se escribieron gacetillas, versos, artículos y páginas literarias. “Hasta allí acudieron artistas, intelectuales, escritores, políticos, bolsistas, toreros, cantantes –como la Meyer o la Piquer–, estudiantes y numerosos bilbainos de a pie que hicieron tertulia en sus mesas de mármol, en la barra del bar y ante su coqueta vitrina expositor –justo en la entrada– donde reunió un pequeño museo de recuerdos en la que hubo fotos dedicadas, llaveros, vasos originales, banderines, jarras y botellas exóticas, flechas indígenas y hasta el Libro Rojo de Mao.”

Por allí pasaron Miguel Unamuno y su hermano, Gabriel Aresti, Gabriel Celaya, Luis de Castresana, los hermanos Arrúe, Gustavo de Indalecio Prieto, José Luis Goyoaga, el marqués de Bolarque, Carlos Diestro, empresario del Arriaga, Blas de Otero, Vidal de Nicolás, Emiliano Serna, José María Múgica, Ángel Ortiz Alfau, Alfonso Irigoyen y un largo etcétera de nombres propios que allí dejaron la huella de sus ideas y de sus palabras.