Desempolvemos el ayer para darle lustre a esta historia. Tomás Camacho fundó y presidió hasta su muerte la bilbaina Asociación de la Prensa y no pudo ver cumplido su deseo de crear un Montepío para los periodistas. Era además, vocal de la Asociación Vizcaina de Caridad y de la Junta Provincial de Protección de la Infancia. Por aliviar de las inclemencias climatológicas a los niños vendedores, dicen que él adquiría numerosos ejemplares de El Nervión, su periódico. Como si fuese un personaje social de Charles Dickens, vamos.

No pudo obtener la Cruz de Beneficencia que para él pidió en 1920 la Junta Local de Primera Enseñanza en reconocimiento de su labor por la educación infantil. Mediante acuerdo del Ayuntamiento, y a poco de fallecer, las nuevas escuelas de Torre Urizar llevaron su nombre, conforme explicaba la placa adherida a su edificio. En las hemerotecas queda el recuerdo de un hombre de bien, a través de los artículos firmados como Juan del Nervión –los políticos, principalmente...– o como Juan Vulgar, cuando se trataba de los literarios y artísticos. Además de esta reseña, hay que destacar que Tomás Camacho escribió novelas y obras dramáticas, que le habían colocado en un puesto distinguido entre los cultivadores de las letras. Bilbao lloró su muerte. Cómo no iban a dedicarle un colegio, con tanto como se involucró con la infancia.

Entremos en harina y detengámonos en el presente más rabioso. El centro público Torre Urizar – Tomás Camacho se ubica en el número 2 de la calle Monasterio, en el barrio de Irala, del distrito de Rekalde. Ofrece educación Infantil y Primaria. Están a un paso de celebrar su centenario, allá en 2025. Más adelante entraremos en detalles sobre la preparación de la celebración. Viajemos primero hacia los orígenes.

La construcción de las escuelas de Torre Urizar fue objeto de proyectos firmados por varios arquitectos (Amann o Ugalde entre otros...). Sin embargo el proyecto final fue aprobado en 1921 y realizado por el arquitecto municipal Pedro Ispizua, siguiendo un estilo racionalista, ecléctico, conformando una construcción de tres alturas y sótano con disposición longitudinal rematada en torreones laterales y adornado por grandes aleros, de inspiración regionalista. Recuerda a ciertos palacetes de la época y tras las puertas se usa el azulejo, lo que le da a la escuela una suerte de belleza interior, si me lo permiten decir así.

El edificio suponía una importante dotación para el barrio, creado en el entorno de la fábrica de la Harino-Panadera, promovido por Juan José Irala y concluido a finales de la segunda década del siglo XX. Fue en marzo de 1924 cuando se añadió el nombre del periodista y dramaturgo.

Miremos la época. El empresario Juan José Irala promovió a partir de 1908 el barrio de Irala para albergar obreros y empleados de clase media, en una nueva experiencia en el campo de la vivienda modesta. El proyecto fue redactado por el arquitecto Federico de Ugalde, que contó con la colaboración de un arquitecto de prestigio como Enrique Epalza –autor del Hospital de Basurto- y el maestro de obras Pedro Peláez. Esta propuesta innovadora tomaba referencia de modelos anglosajones de urbanizaciones periféricas, llegando a contar con una población de más de 3.000 habitantes. Ejecutado en las primeras décadas del siglo XX y concluido en 1916, se fue conformando con tipologías de chalets y viviendas adosadas de baja densidad y de renta económica, dotados de jardines y patios particulares. El resultado fue un conjunto con elevadas calidades urbanísticas e higiénicas, bien comunicado. Necesitaban un colegio, claro que sí.

Entre los años 1921 y 1928, el que fue arquitecto municipal Pedro Ispizua, desarrolló varios proyectos escolares dentro de los cánones de lo que se conoce como arquitectura regionalista. Dichos proyectos abarcan desde las escuelas Tomás Camacho, en Iralabarri, hasta las escuelas de Lutxana (actualmente en el término municipal de Erandio) pasando por el grupo escolar de Atxuri.

Ubicado en el denominado Camino de Urizar nº42 y lindando con las calles Bergara, Zuberoa y Monasterio, el colegio presenta una forma, en planta, sensiblemente trapezoidal, adaptada a las alineaciones posteriores del solar. El colegio dispone, en la parte frontal, del patio de recreo del alumnado, en tanto que en la zona trasera mantiene un pequeño jardín y huerta para prácticas o como zona de esparcimiento.

Diseñado para unos 550 alumnos y alumnas, entre educación infantil y enseñanza primaria, el edificio se desarrolla en una planta baja y dos plantas piso organizadas, tipológicamente, en función de la duplicidad niños-niñas, característica del período de su creación.

El edificio, emplazado sobre un importante zócalo de mampostería, se manifiesta como un elemento singular del barrio. La arquitectura regionalista tiene matices modernistas. En 2025, la Escuela de Tomás Camacho cumple 100 años. Y lo hace en un momento especialmente critico, cuando su futuro se ve amenazado por la baja matriculación y la nueva normativa del Gobierno Vasco sobre cupos de vulnerabilidad.

El movimiento social del barrio y con el apoyo del Equipo de Intervención Comunitaria Auzoak Abian, la efemérides se contempla como una oportunidad de poner en valor el papel de la Escuela Pública, en general.