Comienza este periplo a mediados del pasado siglo XX, cuando en Bilbao había más tinieblas que luces por mucho que el carácter de este pueblo fuese emprendedor, arrojado e intrépido. Hubo gente, lo han oído más de una vez e incluso lo habrán vivido, según la edad, que partieron a hacer las Américas. En los orígenes un pasaje al Nuevo Mundo era, para esta gente aventurera, la llave de la tierra prometida, donde podrían empezar de cero, abrir un negocio y tal vez regresar convertidos en el rico indiano del pueblo. Los viajes a América para hacer fortuna empezaron prácticamente desde el mismo descubrimiento. A los soldados, clérigos y funcionarios de los inicios se irían sumando emprendedores, atraídos por las minas de plata, primero, y por las tierras de cultivo, después. En los años de los que hablamos, mediados del siglo XX, no se migraba a ultramar por saturación del mercado laboral, sino por falta de horizontes.

¿Fue esa la razón que motivó a Julio García Alonso a desplazarse hacia la Caracas venezolana en torno a los años cincuenta? No sé que fuerzas le llevaron hasta allí pero con ese viaje comienza esta crónica. Su aprendizaje en el mítico Rimbombín estaba, al parecer, concluido, tras el tutelaje atento de sus mentores, otros García, los hermanos Teodoro y Lauren, que habían hecho del establecimiento un lugar fijo de parada y fonda para clientes ligados a la farándula, el deporte y el periodismo El primer punto de aterrizaje fue el hotel Humboldt, que debe su nombre al naturalista alemán Alejandro von Humboldt (1769-1859), quién además de las múltiples expediciones a la geografía nacional, recorrió las montañas y dejó por escrito sus observaciones. El hotel era toda una maravilla, allá en el cerro de Ávila. Su arquitectura estaba compuesta por una torre circular que permitía una vista de 360°. Con una altura de 59.50 metros, tenía 19 pisos donde se distribuyen las 70 habitaciones tipo suite que ofrecen una excelente vista de la ciudad. El edificio estaba dotado de un comedor, un mirador y unas estructuras adosadas donde se encontraban las áreas sociales del hotel: salones, estar, dependencias administrativas, servicios y piscina cubierta, así como un teleférico privado de uso exclusivo para los huéspedes del hotel y para los invitados. ¡Chapeau!

Tras un periodo de formación, Julio decidió coger un bar en la plaza de la Candelaria de Caracas llamado bar Basque (la zona se llamaba Peligro al Cabala...) y años mas tarde regresó a Bilbao donde cogió un bar en la calle Ledesma llamado por aquel entonces Achalandabaso.

En su establecimiento de Ledesma 18 y 20, era depositario del reputado Coñac Majestad. Nada menos. Una vez adquirido el local preparó su vuelta a Caracas, por rematar sus planes financieros. Al Basque, su refugio y hacienda. Y aunque los bolívares continuaron llegando con toda regularidad, sin embargo, el clima de seguridad ciudadana se había enrarecido. Nada menos que tres atracos a mano armada hubo de sufrir en el bar como testigo doliente. Aquello no era vida. La vuelta definitiva le llamaba cada vez con más fuerza.

El flamante bar Basque de la calle Ledesma vino al mundo en 1960, sin que se conozca la fecha exacta. . Fue un éxito, una obligada referencia de la calle. De elegante diseño, el local disponía en paralelo a la barra de unas mesas auxiliadas por divanes cómodos. La cocina al fondo y desde ella llegaban banderillas originales de la casa y con una cierta procedencia del Rimbombín. Cuentan las crónicas que sería imperdonable olvidar la presencia en el bar del pintor Valenciaga, perito en la bohemia, a quien el dueño dio permiso para colgar sus cuadros en las paredes del establecimiento, adquiriendo alguno de ellos como pago de consumiciones no abonadas por parte del artista. El hombre aparcaba su coche frente al local, porque en su maletero guardaba parte de su obra, y allí atendía a posibles compradores, según cuenta Iñaki García Ergüín. La clientela era numerosa y Julio servía innumerables cócteles. Hasta que surgió un acontecimiento inesperado.

Los bancos que lo rodeaban decidieron moverse y le compraron el bar y Julio, separado ya de los hermanos que volaban por su cuenta, decidió abrir un bar para él solo. Elegante, decorado con estilo y maderas nobles, de una cierta fisonomía a la inglesa. No reparó en gastos para conseguirlo y el resultado mereció la pena. En Astarloa, 3, al lado de Pescaderías Vascas otro negocio señero en calidad y precios, nació el nuevo Basque, cuando 1976 estrenaba primavera.

Más de 140 variedades de ginebras guarda en sus anaqueles el Basque, probablemente uno de los lugares más fotografiados de la villa. He ido contándoles la historia de este bar que hoy regenta Julio García junior y que guarda una estética Art Noveau. Entiende el Julio heredero que cambiar un ápice de este capricho decorativo que lleva la firma del ebanista Plácido Peña sería un crimen patrimonial. Las tallas de la puerta son sobresalientes, majestuosas con su aire psicodélico. Las serpientes que se enroscan en las columnas de caoba resultan casi hipnóticas. Se diría que le invitan a uno a que pida la siguiente ronda. Cuánta vida ha pasado por ese bar de elegantes aperitivos (el huevo con mahonesa y el vermut es todo un clásico...) y hay quien no olvida aquel día en que se acercó un grupo de gitanos para tocar flamenquito en la terraza por la voluntad. Se hicieron con la calle entera.