Era una suerte de cronista social del siglo XIX en aquel Bilbao de entresiglos, cuando comenzaba la revolución industrial que hizo grande a la villa. Era un retratista clásico cuya muerte, casi al tiempo de que se produjese el auge de los pintores de vanguardia y la llegada de otros gustos por el arte, le confinó al limbo de los artistas olvidados. Ello, incluido al hecho de que falleciese sin descendencia, hace que su biografía se empañase entre las brumas. Sólo un par de reseñas publicadas por el escritor Óscar Rochelt en la revista Euskalduna y el periódico El porvenir vasco se hicieron eco del fallecimiento del pintor bilbaino Juan de Barroeta Anguisolea, acaecido el 10 de abril de 1906. Digamos que casi un siglo después José Antonio Larrinaga se cruzó en su camino. Licenciado en Geografía e Historia por la Universidad de Valencia y doctor en Historia del Arte por la UPV, Larrinaga prepara la edición de su tesis doctoral, que recoge la vida y la obra de este precursor de la pintura vasca, retratista de cabecera de lo más granado de la burguesía industrial y la clase política vizcaina del último tercio del siglo XIX.

Entremos en esta historia de su mano, por tanto. Apenas hay noticia de otras fuentes. Se sabe, por ejemplo, que Barroeta había heredado de su padre la pasión por los pinceles, y con tan sólo 16 años se trasladó a Madrid para estudiar en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Completó su formación en el taller de Federico Madrazo, continuador de la saga de pintores que había iniciado su padre, José. Allí conoció artistas de la talla de Vicente Palmaroli y Casado del Alisal.

En Madrid trató de obtener, pero se le negó, una plaza de pensionado en la Academia Española de Bellas Artes de Roma, por lo que volvió a Bilbao. Para entonces en 1856 ya participó en la Primera Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid, en la que su obra La resurrección de Lázaro logró la medalla de tercera clase.

No fue suficiente para quedarse allí. En su ciudad natal fue pronto reconocido como un gran artista y buena parte de la burguesía vasca lo llamó para que les retratase. Su técnica depurada, su estilo realista, casi fotográfico, y una sobria paleta de colores le granjearon el aprecio de las familias de las clases acomodadas y le convirtieron en imprescindible en su materia. Personalidades tan destacadas como Víctor Chávarri, Severino Achúcarro, Rafaela Ybarra, Pablo Alzola, Pedro Novia de Salcedo, Casilda Iturrizar, Joaquín Barroeta Aldamar y José Modesto Rochelt Palme, entre otros, fueron algunas de las que posaron para él. Llegó incluso a pintar al rey Alfonso XIII en San Sebastián, al poco de acceder a la corona recién cumplida su mayoría de edad. Durante unos años él pintó al who is who de Bizkaia. Era un retratista con trazas de cronista.

Tuvo al alcance de sus manos la vida social e incluso política de su época. Fue concejal del Ayuntamiento en tiempos de la Primera República y, como militante liberal, defendió Bilbao del sitio carlista. Correspondiente a esta época fue el cuadro titulado Alegoría de la República, obra encargada a Barroeta por el Ayuntamiento de Bilbao en 1873 y de la que actualmente se desconoce su paradero.

También cultivó la rama paisajista en sus cuadros y además participó como dibujante en diversas revistas, figurando entre los fundadores de la titulada El Precursor. También trabajó en los bocetos y las decoraciones de la ópera Roberto y Fausto. Su obra está representada en varios museos vascos, entre otros. En el Museo de Bellas Artes de Bilbao cabe contemplar la obra Vista de El Abra de Bilbao desde Algorta, de 1886, una magnífica muestra de sus cualidades como paisajista. l