Fue la auténtica peste de finales del siglo XIX y comienzos del XX en Bizkaia: la tuberculosis. En esta época era habitual leer artículos de los médicos en la prensa bilbaina solicitando la solución política al problema. Era, vamos a decirlo ya, pura angustia. A ello hay que añadir que en algunas zonas como las márgenes de la Ría, zonas mineras o barrios de Bilbao las condiciones de vida eran extremas: hacinamientos de personas, chabolismo, barracones; todo ello rodeado de una higiene mínima, sin servicios en las casas, escasez de agua potable... Era un marco de miseria, junto a largas jornadas laborales de 12 horas, pagadas con salarios ínfimos. La falta de salubridad y las enfermedades contagiosas abundaban. Estamos, ya les digo, en los umbrales de 1900.

Ese mundo duro, peliagudo, es en el que se movió el protagonista de esta historia. Francisco Ledo García nace en la Habana en 1858. Era hijo de un emigrante gallego y una cuarterona cubana. Inició sus estudios secundarios en el Instituto de La Habana. A los diez años de edad falleció su madre y su padre decidió regresar a La Coruña en 1869. Estudió Medicina en la Universidad de Santiago entre 1873 y 1879 y marchó a Madrid a realizar el doctorado. Presente ya en Europa, comenzó su camino. En 1887 ingresó en el Cuerpo de Médicos de Baños; su primer destino fue el Balneario de Zuazo de Cuartango , lo que le trajo al País Vasco, donde desarrollaría toda su vida profesional. Asentado en Bilbao en 1893, abrió una consulta que consiguió una selecta clientela. Al margen de su labor médica, se hizo cargo de la asignatura de Fisiología en el Instituto Vizcaino durante varios cursos. Ya estaba instalado y reconocido en la villa.

Entra en escena Javier Martín Alvarado, uno de sus biógrafos más aventajados. Martín Alvarado cuenta que en 1902, durante su discurso de inicio del año en la Academia de Ciencias Médicas de Bilbao, donde en aquel momento Ledo ya era su presidente, habló de las nefastas consecuencias de la tuberculosis que podría diezmar la población. En los posteriores años no se logra crear la Junta antituberculosa en Bizkaia pese a los notables esfuerzos del doctor Ledo en conseguirlo.

Camina este apellido hacia la historia de Bilbao. Las cosas cambian en 1913, en el que a través de una Junta compuesta por personas de la burguesía y de los médicos más relevantes de Bilbao se consigue convocar una cuestación. Esto se hace en la fiesta de la Flor y, a pesar de ser un día lluvioso, se recaudan 99.413,50 pesetas, suficientes para crear el Dispensario.

Se buscan unos terrenos en Bilbao y con el apoyo de Echevarrieta y de Larrinaga se consigue el solar de la calle Licenciado Poza, el arquitecto Enrique Epalza se pone manos a la obra con el diseño del mismo. El 7 de mayo de 1915 se inaugura el Dispensario Ledo. No llegaría nunca a verlo convertido en un hospital, uno de sus sueños.

Cuentan las crónicas biográficas que Francisco Ledo contrajo matrimonio con Amelia Ortega Campo, con quien tuvo cinco hijos. Que, como les dije, presidió la Academia de Ciencias Médicas (1900-1901) y que fue galardonado con la Orden Civil de Beneficencia en 1918, apenas tres años después de haber creado, con los apoyos ya citados, el dispensario antituberculoso.

El fallecimiento prematuro de tres hijos y el de su mujer amargó sus últimos años, hasta que falleció repentinamente, en Bilbao en 1926, a los 68 años de edad, cuando se restablecía de una grave bronconeumonía. De la misma forma que la construcción de Ledo supuso un avance muy importante en la salud de Bilbao de principios del siglo XX, la nueva sede trajo una actualización para el siglo XXI.