Se detonó Tim Merlier en la Nokere Koerse y sólo quedaron escombros a su paso. La onda expansiva sepultó a todos. El belga apedreó al resto. Masticó los adoquines y escupió la arena que enterró a sus rivales, inanimados frente al salvajismo de Merlier, una explosión. La bestia belga conquistó por tercera vez la clásica.

Despiadado con los otros adversarios, a los que ninguneó tras estallar en un esprint brutal, Merlier mostró de inmediato su lado más tierno. Al otro lado de una victoria tremenda le esperaban su mujer y su hijo pequeño.

El velocista besó a su pareja y trató de entretener a su hijo, dispersado en los asuntos de los críos, ajeno a todos, en su mundo interior, imaginando no se sabe qué. Un misterio maravilloso. 

Su padre se quitó las gafas para que el pequeño le reconociera. Difícilmente recordará el niño la tercera victoria consecutiva de su padre en la clásica. Pareció no darle relevancia por repetitivo.

No había curiosidad ni enigma. Era el máximo favorito y probablemente, la estadística llevó a la madre y al hijo a esperar el apoteosis de Merlier, que corría a 14 kilómetros de casa.

El belga se golpeó el pecho para subrayar un triunfo en el que nadie le tosió, demasiado lejos todos de Merlier, que deforestó la llegada con un esprint en fuga. Fue un trueno y un rayo que laminó a Jakobsen y Philipsen, que ni tan siquiera perseguían una sombra. A lo sumo percibieron una energía, el humo de una sombra. 

Numerosas caídas

La tormenta ideal explotó en un final epidérmico que soliviantó Wellens entre el adoquín, siempre tan duro y exigente. Los nervios se colaron las arterias de la resolución. Se sucedieron las caídas en el laberinto de las carreteras estrechas y caprichosas entre curvas angulosas.

La primera arrojó a tres corredores del Arkéa. La siguiente se llevó a Heiduk, y Hoole, que patinaron y fueron a parar a una zanja. La carrera era una guerra de trincheras. Otro incidente arrojó a Xabier Berasategi, del Euskaltel.

Unai Zubeldia, su compañero, estuvo en la fuga del día. El parte de caídas sumó a Moschetti y Vermoote, que también derraparon. Van Poppel tampoco se libró. Las cunetas y las zanjas recibieron a más de uno en la locura y el frenesí. 

Merlier, todopoderoso, no se alteró, él viajaba sobre raíles. Sabía de sobra cómo vencer la clásica belga. Los recuerdos eran demasiado recientes y su hogar está a un para de palmos. Se conoce el final de carrerilla. No necesita Google maps aunque el caos desordenara la resolución.

A Merlier, colosal, el nuevo hábitat le estimuló. Dominador, inalterable, el belga competía con zapatillas de casa. Nokereberg, la rampa adoquinada del final, era para el belga territorio amigo. Una pista de despegue. Allí se detonó.

LOTTE KOPECKY DOMINA Y VENCE


La belga Lotte Kopecky (SD Worx), campeona del Mundo, hizo honor a su condición de indiscutible favorita para imponerse con exhibición en solitario y por segundo año consecutivo en la Nokere Koerse de féminas, prueba belga de un día, disputada entre Deinze y Nokere, con un recorrido de 127 kilómetros. Brilló con fuerza el maillot arcoíris de Kopecky, ambiciosa, inexpugnable, ganando con autoridad su segunda Nokere Koerse consecutiva tras una escapada en solitario en los últimos 7 kilómetros que le permitió alzar los brazos sobre los adoquines de la localidad belga Lorena Wiebes, su compañera, fue segunda. La tercera plaza fue para la estadounidense Lily Willams (Human Powered Health).