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Jaque de Alberto Contador, mate de Quintana

Un gran ataque del madrileño provoca la rebelión que ejecuta a Froome en Formigal, donde pierde 2:42 con el líder, que deja encarrilada La Vuelta

Jaque de Alberto Contador, mate de QuintanaEFE

bilbao - A Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid, símbolo y soflama de la España de la Reconquista, le montaban a caballo después de muerto para ganar batallas. El mito llevaba las riendas de un idea tan descabellada e inopinada que espantó a más de uno. Alberto Contador, que monta en bici, entronca con ese personaje y hermana con el Quijote. Un rocín, una lanza, un escudo y gigantes que combatir en sus aventuras. A Contador le basta con tener un horizonte que superar, una leyenda que alimentar, algo por lo que luchar. Sea el laurel una medalla o la autoestima. Como hiciera en Fuente De, con un ataque kamikaze que le dio la corona años atrás, Contador reescribió la historia de la Vuelta en Formigal. Orgulloso campeón, lo mismo es Cid y Quijote el madrileño, un ciclista impulsivo, arrebatador, único. Ardiente, valiente, grapado al ciclismo de la vieja escuela, -Martinelli decía de él que es un “ciclista viejo” por su manera de correr- Contador puso la Vuelta patas arriba en un día con el kilometraje de una carrera de juveniles, pero con la dinamita suficiente para derribar el orden establecido. “Miré el libro de ruta para ver qué se podía hacer. Salí a tope, sin saber quién me seguía y ha salido un espectáculo muy bonito, de los que hacen afición. Estoy satisfecho”, dijo. El pistolero Contador cargó el revólver, lo sacó con destreza y apuntó. Quintana, que olió el rastro de la pólvora, disparó. “Ha sido un día grandioso. Hemos estado atentos desde la salida. Era un comienzo difícil y estuvimos atentos a las estrategia de Alberto Contador, que es un gran estratega”, subrayó. Entre los dos ejecutaron a Froome, un blanco fácil sin el kevlar negro del Sky, sonrojado de punta a punta el equipo del método. El británico perdió 2:42 con el colombiano, fastuoso líder, que agarró la Vuelta por la pechera. Froome, que le seguía con la lupa, le observa ahora con el telescopio: a 3:37. Un mundo.

El nuevo mundo lo imaginó Contador. Puerta grande o enfermería. Así es el madrileño, un ciclista a dos tintas. Blanco o negro. Sonó el silbato, la bocina de los autos de choque y cayó la bandera. Ni con todas esa señales espabiló el Sky, apurando unos minutos en la cama. Para cuando el equipo británico se puso en pie, Contador había desayunado y se despedía dando un portazo. Quintana, que sabe que el madrileño tiene espíritu aventurero, se ajustó a su mochila. Froome, atusándose, no volvió a verles. Fue un Robison Crusoe con la única compañía de David López. El resto del Sky, repantigando en la cola del pelotón en el furibundo arranque de Contador, voló por los aires. Contador sacudió la sábana del Sky, un equipo fantasma ayer. Desaparecido, arrastrando la bola de la incompetencia, Froome, su líder, quedó al desnudo. En blanco. Paralizado ante la locura de Contador, un ciclista que no conoce el vértigo. El madrileño se lanzó en picado hacia la memoria.

el plan perfecto El Tinkoff se arremolinó alrededor de Contador. Quintana, que sabe de los arrebatos del madrileño, avivó a los suyos. Movistar, Tinkoff y otro puñado de corredores dieron palique al ataque visceral de Contador. Epidérmico, aceleró en una bajada y no cedió en el empeño hasta que el pelotón se deshilachó. Lo que parecía una bravuconada dejó hecho jirones a Froome. El británico entró en pánico. Se puso en contacto con su coche. Habló. Pidió ayuda y explicaciones. Mucho ruido. Ninguna solución. De repente le había engullido un agujero negro. Simon Yates y Esteban Chaves también cayeron en el remolino que agitó Contador. El Orica, que disponía de infantería suficiente cuando el rasguño aún era escaso, se negó a poner la tirita con la idea de herir a Froome. Neil Stephens, que ofreció una lección táctica camino del Aubisque, falló en el cálculo. Contador y Quintana, bien equipados para la travesía, acumularon ganancias, mientras el vagón cama del Sky se desprendía definitivamente. Solamente David López acunó a Froome, desesperado, sobrepasado por el ciclismo que no aparece ni en el potenciómetro ni en Google Maps. La falta de atención a los detalles, esos que siempre cuida el Sky, vaciaron a Froome. Contador y Quintana se entendieron con un gesto. El plan perfecto para Nairo, que sin necesidad de idear nada encontró El Dorado en los Pirineos. Rubén Fernández y Castroviejo llevaron a hombros a Quintana. Trofimov y Rovni se encargaban de abrir paso a Contador. El resto, expedicionarios: Brambilla, ganador de la etapa, Omar Fraile, Elissonde, De La Cruz, Moreno Moser y otros tantos.

Ante la parálisis de Froome, en tándem con David López, -impagable su trabajo-, y las elucubraciones del Orica, la carrera corría en favor de Quintana. Los australianos, con Chaves y Yates merodeando el podio, estiraron el paso. Se les quedó corta la zancada. Astana se alió con Froome. En el ciclismo las cuentas pendientes cuelgan de los dorsales. Son parte de su espina dorsal. Las libretas de los directores tienen memoria. E igual que hubo quien colaboró con Contador y Quintana cuando el rédito parecía improbable, los hubo que arroparon el desplome de Froome, que se quedó solo cuando el esfuerzo derribó al leal David López.

Formigal, un puerto de telesillas y esquís, esperaba. Congelada la diferencia en los dos minutos, Quintana desbrozó el camino. El colombiano tomó vuelo. Contador, enorme su ímpetu y su deseo, no pudo con el peso de su armadura aunque su figura ganó peso histórico. La victoria se le escurrió por las piernas al madrileño. El corazón le decía que sí, pero el ácido láctico le negaba. También a Froome, que no encontró consuelo ni en el potenciómetro. Desencajado, su subida tuvo aire de derrota y sudor frío. Solo, entre extraños. Quintana sonreía para sus adentros. En la dicha le acompañó Brambilla, que politiqueó el triunfo con el colombiano. Nairo tenía otra misión: derribar al rey Froome. Contador le dio el jaque, Quintana, el mate.