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A cada Quintana, más Froome

Gesink conquista el Aubisque, que empareja aún más al británico y a Nairo para descartar a Contador y Valverde e impulsar a Yates y Chaves

A cada Quintana, más Froome

bilbao - Siempre sostiene Gianni Bugno que el ciclismo pertenece a los ciclistas, que los recorridos pueden contribuir al espectáculo, los memorándum o las postales, pero que la magia, la pasión y el entusiasmo nace de los corredores. El Tour que abrió en canal la Vuelta con una jornada trazada en la mesa de diseño de Christian Prudhomme, enfatizó la carrera española, al fin sin camisa de fuerza ni corsés. Ciclismo como punto y final de un caleidoscopio formidable, una maravillosa locura. En un día de colores, repleto de confeti y serpentinas, salió el arcoíris entre las piedras del Inharpu, Soudet, Marie-Blanque y el Aubisque. Fue un viaje lisérgico. Una corona de diamantes que se colgó de la retina por lo magro de un día alucinante. Absolutamente estimulante. Venció Gesink, cabeceando, meciendo su tallo de alambre en el Aubisque, remate de una tarde en las barracas o una noche en Las Vegas. Se congració el ciclismo con su mejor pose, con el viejo, arrugado y fantástico recuerdo de un deporte vertebrado por discursos épicos. En esa fotografía se retrató el duelo frenético entre Nairo Quintana y Chris Froome, como cuando hombreaban Anquetil y Poulidor en el Puy de Dome. Atacó Nairo en tromba en cinco ocasiones y le anuló otras tantas veces Froome. A cada Nairo, aparecía Froome. Vis a vis.

El tiroteo derribó a Contador, víctima de la pelea, y a Valverde, reventada su burbuja en el tremendo Aubisque: largo, pesado, aplastado por el sol, un flexo blanco que deshabitó a muchos. No así a Simon Yates, pura vitalidad. Valeroso, sin correas, el inglés trepó al cuarto puesto de la general tras un ataque feroz, perfectamente orquestado en las Antípodas, en Australia. Allí reside el código postal del Orica, que sobredimensionó la etapa con un clase magistral. Su ajedrez le otorgó más relieve y mitología en una jornada para los arcanos. Los australianos convocaron una mascletá en las tripas del Aubisque. En el coloso pirenaico, donde pisaron tantas y tantas huellas legendarias, se rindió un homenaje al ciclismo de otro tiempo que apuntaló a Chris Froome, emperador de Francia, perseguidor de Quintana.

El Sky, de camuflaje por la Vuelta, se puso el frac para la alfombra roja de Francia. Los Pirineos son el festival de Cannes del Sky. Vestidos de gala, mostrando su guerrera negra; su paso marcial en un territorio que le pertenece en julio. En septiembre, atravesada la frontera con Euskal Herria, el Sky se encolumnó. El paso al frente de los británicos fue un asunto de blasón, de simbología, pero también el modo de controlar una escapada repleta de tipos inquietantes. Los Orica desembarcaron en las montañas con el espíritu de los piratas. Al abordaje. Dos tibias y una carabela. Viento en popa. A por el tesoro. Neil Stephens, comandante de la nave aussie, apostó contra la banca. Resguardada la bala de plata de Chaves, -tercero- cargó con la pólvora de Yates, tremendo su despliegue. Simon, uno de los estandartes del ciclismo british, el que rechazó la bolsa del Sky junto a su hermano Adam, incendió la carrera en el Marie-Blanque. Se lanzó a un imposible. Doble mortal sin red. Una maravilla. Escalonado el Orica, con porteadores y sherpas, la aventura de Yates cobró vida. El inglés, solo contra el mundo. Una epopeya. ¿Por qué no?

El Sky desfilaba por detrás hasta que el empeño de Yates, que amenazaba el status de Valverde, exigió al Movistar presentarse en objetos perdidos y recomponer el osario. Orica lijó al Sky y empeñó al Movistar. Por delante, entre los fugados, cada vez más máscaras agrietadas en un jornada a la altura de los Pirineos. Cuestión de supervivencia. Gesink, Elissonde, De Clercq, Haimar Zubeldia, Pello Bilbao, Pardilla, Bennet, Bakelants, Silin... Junto a varios embajadores del Orica y sus aviesas intenciones. Los escapados buscaban la gloria efímera y los australianos voltear la general desde la palanca del Marie-Blanque. Querían darle la vuelta al mapa.

nairo, al ataque Solemne, el Aubisque repartió números en la carnicería. Gesink y Bakelants pleiteaban, próximos Elissonde, Bennet, De Clercq, Zubeldia -magnífico sexto-, Silin... En la garganta del infierno. Altos hornos. Quintana abrió las fauces para quemar a Froome y apagar al insolente Yates. No miró atrás. Un directo. Froome, fajador, veloz el molinillo, su cadencia de lavadora, esposó al líder. Contador se agarró al clavo ardiendo antes de convertirse en cenizas. A Valverde se le secó el manantial. Pulmones de arena. Las piernas, de madera. Se quedó en tierra viendo como despegaba el avión. Bogart en Casablanca. La melodía la tocó otra vez Nairo, ágil al piano. Froome le cortó el hilo musical. Samuel Sánchez, inquieto, se disparó, al igual que la cotización de Chaves, que también rascó unos segundos. Sin Valverde en la ecuación resulta más sencillo se dijo. Agarró unos metros.

Quintana, pies de bailarín, lanzó otro trallazo. Froome, como los buenos sastres, le tomó las medidas antes de patronear y cortar por lo sano. Emergió entonces el periscopio de Contador, que aún vencido quiere vencer. Como ese Cid que ganaba batallas después de muerto. El madrileño puso los clavos de su cruz. Se quedó clavado cuando Nairo le puso más picante. Froome, que lo digiere todo observando el potenciómetro, congeló al colombiano, que no se estaba quieto. El británico se colocó en paralelo. Aquí estoy yo. El poderío de Froome, al descubierto. Como el descapotable de Yates, rugiendo montaña arriba, ligero, peso pluma. El inglés comiendo corredores, deshuesando el Aubisque, donde Gesink pugnó con Elissonde y Silin, enganchado a la baraja por el triunfo en el aliento definitivo. El holandés resopló la victoria. La última bocanada lo gastó Nairo en otro acelerón. Froome pisó el freno. A cada Quintana, más Froome.