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La Vuelta: Simon Yates sale de permiso

El británico vence en Luintra en un día duro en el que despunta Fraile y los favoritos comparten plano

La Vuelta: Simon Yates sale de permiso

bilbao - En el ciclismo de pinganillo, ese de las de conversaciones, las órdenes y las diatribas, una charla fue el preludio de la gloria de Simon Yates, que pidió permiso para ganar. Una pregunta para dos interlocutores. “¿Puedo atacar?”, les dijo a su director, Neil Stephens, y a su líder, Esteban Chaves, antes de actuar. Fiel a la jerarquía, pensaba Yates en su compañero Chaves, que después de responderle, fue el primero en abrazarle, felicitándole el triunfo en el infierno. Crematorio. “Es cierto que pedí permiso al director y al líder, Esteban Chaves, y ambos me dijeron que adelante. Cuando ambos te animan, qué más se puede pedir? Esteban, además, es un gran tipo”. El colombiano, segundo en el Giro, es la apuesta del Orica para la Vuelta. Yates, que asume el escalafón, pidió un salvoconducto. Desde el coche le dieron el visto bueno. Pulgar hacia arriba, como el día, en constante subida. 3.000 metros de desnivel. Bajo el plástico de un sol blanco, de aluminio, hervía la etapa. Efecto invernadero.

Con el OK respondiéndole la duda, Yates se disparó. Una tormenta de energía. Repleto de electricidad, electrocutó a Dani Moreno, el sherpa que lanzó el Movistar a por Frank y Zeits, que se negaban a capitular. Antes izó la bandera blanca Omar Fraile que, sin embargo, mostró la enseña pirata después de un comienzo de carrera revuelto por las tripas. La casa que deshabitó Fraile, la ocupó Simon Yates, en suspenso durante cuatro meses de la competición por un positivo con Terbutaline. El médico del equipo asumió el error de no haber informado sobre el uso del medicamento. Descongelado en Ordizia, donde se puso la txapela roja del vencedor, en Luintra, que pretende ser patrimonio de la Unesco por sus joyas arquitectónicas, Simon Yates se encaramó al pedestal con una ataque monumental que le retrató golpeándose el pecho. Un tambor de felicidad. La estatua de la dicha.

El gozo del final, la llegada al descanso tras la chicharra, tocó a muchos porque el día fue desértico y burlón, con el viento dando sopapos y el calor acuchillando la piel, carbonizada a la parrilla. En la boca, un chicle de arena y agonía. “En el perfil de la etapa solo había un puerto puntuable. Era un perfil engañoso”, describió Omar Fraile, que agarró el manillar de la valentía para medirse a sí mismo en la única cota iluminada por el libro de ruta, con perfil de sierra. La etapa era una cordillera de carreteras estrechas, famélicas, todo aristas. Lenguas de asfalto áridas, añejas, de otro tiempo. En esa fragua, Fraile fue perseverante como el martillo contra el yunque. Así dio forma a su aventura, que amaneció del interior de un grupo más numeroso. Fraile, con los muelles engrasados, sacó la cabeza y enderezó el cuerpo en la ascensión. Su botín estaba en las alturas. Febril el pedaleo, repuesto de unos días con el organismo de bajón, el vizcaino lució su escudo de armas. La memoria de rey de la montaña.

En la cumbre, Fraile disponía de vuelo, pero el plumaje se le estaba secando. Orica sacó la lima y los excompañeros de Omar: Zeits, Frank y Bakelants, no aflojaban. Fraile, que “quiere una etapa” no se entregó. Indomable. Lo suyo es la irreverencia. Fraile corre con un altavoz. Siempre se sabe que está en carrera. Manifestándose. De nuevo en el escaparate. A Fraile le noqueó un estirón de Mathias Frank, que también dislocó al resto de acompañantes. El suizo fue un reloj. Exacto. Frank, pura potencia, agitó el avispero y se vio en cabeza una vez decapitado Omar, al que le sostenía el orgullo. Las fuerzas hacia tiempo que goteaban en el exprimidor. Gota malaya. Tortura.

yates, a por todas “Estas etapas van a pasar factura en la tercera semana de carrera y habrá muchas sorpresas”, discurría Contador sobre una jornada que dejará huellas y arrugas en el futuro. En el presente, en el aquí y ahora, los favoritos se cobijaron en la resilencia. “Ha sido un día duro que hemos salvado lo mejor posible”, agregó Valverde, compañero de Dani Moreno, la espoleta que puso en marcha el mecanismo que activó a Simon Yates. “Al final la gente iba cansada porque la etapa fue muy dura. Cuando se marchó Dani Moreno salí tras él”, expuso el británico, que aprovechó su momento. En uno de los incontables repechos que no estaban catalogados, Movistar se desabrochó. Abrió la cremallera para que Dani Moreno acabara con el revoltoso Frank y corriera a por la gloria. Al movimiento de Moreno respondió Yates después de que el cuartel general del Orica le diera luz verde. Neil Stephens le otorgó la bendición. También Chaves. Adelante. El británico no tardó en ser la sombra de Moreno hasta que corrió solo, sin sombra. La ambición empujó la incandescente turbina de Yates. Sin grietas, de una pieza. El británico enroscó la cabeza en la tija. El jinete sin cabeza. Solo alzó la vista Yates para el gran festejo, para soltar un puñetazo de rabia al viento y un redoble al corazón. Simon feliz. De permiso.