bilbao - En la Costa del Sol, el refugio de la luz blanca, tan andaluza, se iluminó al fin Peter Sagan, sombreado en el Tour, maldito. “Por fin he ganado, lo venía buscando desde el Tour de Francia. Me siento muy bien por empezar así, es un buen comienzo después del Tour”, dijo Sagan, tantas veces segundo en Francia, en tantas ocasiones a menos de un palmo del triunfo pero sin poder tocarlo, que el rostro de Sagan se confundía con el de Raymond Poulidor, el hombre que convirtió el segundo puesto un arte. El mejor entre los perdedores. Esa es su manoseada historia. Sagan, brillantes ojos azules, pizpireto, un punto travieso, corría el riesgo de que lo asociaran eternamente a Pou Pou, al que bautizaron como el Eterno segundón porque siempre llegó un poco tarde, con algo de retraso. Hasta para morir fue primero Jacques Anquetil, con el que compartió vida ciclista en los Tours de los sesenta. Anquetil era el rey, Poulidor el heredero que jamás accedió al trono. “Raymond, vas a volver a ser segundo”, dicen que dijo Anquetil a Poulidor en el lecho de muerte. La leyenda ha reclamado esa frase. A Poulidor, enorme palmarés el suyo, (189 carreras ganadas; campeón de la Vuelta de 1964 entre otras competiciones) lo apagó el normando y se incrustó en el imaginario colectivo como sinónimo de segundón. Lo fue si se le mide con Anquetil, una leyenda, pero no era cierto que el popular Poulidor, abrazado por el público, enamorado por su empeño, con la persecución del sueño del Tour, era un segundón. Ni tan siquiera se acercaba a esa definición, muy novelada y con mucho eco, pero negada por los números.
En eso emparentan Poulidor y Sagan. El eslovaco, como el francés, es un ciclista magnífico, tremendamente valiente y cabezota a más no poder, diseñado con el tejido con el que se cosen los campeones. Solo así se puede entender su capacidad para caer una y otra vez y ponerse en pie las veces que son necesarias. Es posible que el Tour hubiera sumido a Sagan en un estado depresivo, más si cabe después de la acumulación de sinsabores, hiel y rabia. Ocurre que el eslovaco, campeón de su país, combatió la tristeza con más empuje. El mejor analgésico para el dolor del alma. Irreductible, a Sagan no le gusta plegarse, tampoco arrugarse. Va en su genética de ganador. Lo dice su hoja de servicios. Peter Sagan ha vencido en nueve carreras y ha sido segundo en 13 ocasiones. Son pocos los que pueden aguantarle la mirada al eslovaco, extraordinario de punta a punta, competitivo en todos los frentes, siempre dispuesto a alistarse. A un tipo así no se le olvida ganar. Nunca. “Siempre lo intento y algún día tenía que salir. ¿Alivio? No tanto. Me hace gracia lo de ser segundo. Algún día tienes que ser primero”.
fraile, líder de la montaña En Málaga, amortizada la mortecina jornada, Sagan abandonó su esto de amnesia reclamado por su instinto, esquivo en el Tour, certero, sin embargo en la Vuelta. El eslovaco se colgó de la grupa de John Degenkolb, el poderoso esprinter alemán. Agrupado en su sombra, aceleró y se despegó del caballaje del germano, cortó en sus cálculos topográficos. No midió con exactitud la distancia y no pudo seguir el rebufo de Sagan, que le dejó sin diálogo. El peligro para Sagan vestía de rojo. Nacer Bouhanni, el velocista francés, embistió por la izquierda. Sagan, agitados los fantasmas de julio que danzaron alrededor de la hoguera de su memoria, resultó, empero, inalcanzable para Bouhanni, segundo. La historia de Sagan era ayer para Nacer en un día en el que abandonó Fabian Cancellara y Omar Fraile se vistió con el maillot de líder de la montaña. “Todos han luchado por la montaña, me ha tocado apretar, pero he podido ganar el primer paso. En el puerto de primera nos lo hemos tomado como si fuera meta y he podido ganar. Ahora no hay mucha montaña por lo que podré disfrutar el maillot unos días”, describió el santurtziarra en su estreno en la Vuelta. Fraile compartió una larga marcha con Gougeard (Ag2r), Berhane (MTN-Qhubeka), Pedraza (Colombia), Chavanel (IAM) y Tjallingii (Lotto-Jumbo) antes de que el Tinkoff se enfundará el mono de trabajo y barriera a los fugados. Despejado el horizonte, Sagan se encargó de abrir la zanja y dar sepultura a su mala fama. En Málaga enterró a Poulidor.