CUANDO se presentó el Tour, con ese recorrido puntiagudo que es más Vuelta que Tour, nueve finales en alto, esquilmadas las cronos, -apenas hay trazos de ellas, una el primer día, catorce kilómetros de lucha individual, y una contrarreloj por equipos mediada la carrera-, las sonrisas ascendieron a los rostros de Thibaut Pinot, excelente en la Vuelta a Suiza, y Romain Bardet, ganador en una etapa estupenda en Dauphiné Libéré, luminarias del renacimiento del ciclismo francés, sombreado durante tres décadas, arrinconado desde la era Hinault y su esgrima con Fignon. Hinault fue el último francés en beber champán en París. Era 1985. “Quizá los organizadores del Tour hayan pensado su recorrido para los jóvenes escaladores franceses”, subrayó Vicenzo Nibali, el campeón más reciente de la Grande Boucle en el Palacio de Congresos de París, donde se destapó el Tour de 2015. Al italiano le bordearon el pasado año dos franceses en los Campos Elíseos de París: Jean Christophe Peraud y Thibaut Pinot. La fotografía emocionó a sus compatriotas, que observaban cómo su orgullosa carrera era refractaria a los jóvenes corredores galos, agarrados entonces a papeles secundarios.
La obra que se escenifica en julio, dirigida por Christian Prudhomme, espera la consolidación de las figuras francesas después de un apagón que dura demasiado tiempo. “Hay ciclistas superiores, pero con tan poca crono y tanta montaña puedo soñar con el cajón”, se sinceró Romain Bardet, sexto en el pasado Tour, el día en el que se aireó la trama del Tour 2015. Las cumbres saludan con entusiasmo a la camada de corredores galos. No oculta Warren Barguil que esos paisajes le seducen. “El trazado se adapta a escaladores como yo. Las últimas rondas me ayudaron a crecer”. Barguil, que conquistó un par de etapas en la edición de 2013 y fue octavo en 2014, ve el Tour como un rito iniciático. En ese grupo de escaladores, de ciclistas con espíritu de sherpas, rastreadores de montañas, también se acomoda Pierre Rolland, cuarto en el Giro de 2014. Aunque son los ciclistas de la generación de los 90 quienes están llamados a recoger el legado de Hinault, Peraud, un ciclista veterano, 38 años, procedente del mountain bike, apenas un infante en la carretera, -ha disputado cuatro Tours con excelentes resultados- también le sitúa entre esa nueva generación de routiers que aspiran a elevar su rendimiento varios cuerpos. “Romain y yo todavía tenemos diez años para correr, así que hay tiempo”, reflexionaba Peraud.
Abrir el abanico
Aplacadas las cronos que tanto suelen dañar a los escaladores, desfigurado el Tour, el foco se amplía hacia los pizpiretos franceses. Los repechos de la primera semana, donde aparecerán el Muro de Huy y el Muro de Bretaña y las cumbres de los Alpes, los Pirineos o las Cevenas. Territorio francés. “Con este trazado buscamos una carrera más espectacular, abrir el abanico de favoritos y encontrar caras nuevas”, explicó Christian Prudhomme cuando corrió la cortina del Tour. Los enfants se criaron en el nido de la Federación Francesa de Ciclismo, que nutrió su crecimiento. Bardet y Pinot no tardaron en destacar. “Con 18 años ya sabía que ambos iban a tener un gran carrera”, relataba Bernard Bourreau, seleccionador francés. Bardet y Pinot competieron con Quintana, Sagan o Kwiatkwoski. No desentonaron. “Es una generación exitosa”, estimaba Borreau. Además, Bardet y Pinot, muy distintas sus personalidades -expansivo el uno, introvertido el otro- compiten entre sí, lo que alimenta las prestaciones de ambos. Es un duelo que se equipara, aunque con sus particularidades, al pulso que mantuvieron Fignon e Hinault, últimos triunfadores de la Grande Boucle, dos personalidades opuestas que dividían a un país. De momento, la generación de los bisoños franceses, a los que también se debe incorporar a Elissonde, Geniez, Vuillermoz, Allaphilipe o Bouhanni, que competirán en otros frentes, encola al Hexágono. El Tour aguarda impaciente a la legión francesa.