Sastre se reactiva
El abulense reaparece hoy tras ocho meses desconectado para rearmar su psique
bilbao. Quemado el verano de 2009, julio, el Tour, Carlos Sastre se descubrió tremendamente cansado, agotado. No era una sensación muscular, el desplome físico habitual, el desgarro definitivo de los cuerpos famélicos que se arrastran por el asfalto de media Francia hasta París. No era eso, sino una percepción más honda; de ahogo, de saturación. Su psique, el músculo más poderoso del deportista, se había derrumbado. El detonante fue el Tour de 2008, el que ganó y le sumergió en una espiral de recepciones, de honores, de fiesta, que se le atraviesa a un hombre sombrío, alérgico a los fastos de la gloria y amante del fuego del hogar y el abrazo de la familia; el Tour, también, en el que su pensamiento chocó contra el de Bjarne Riis, el patrón de aquel CSC, lo que provocó su éxodo a un nuevo equipo, el Cervélo, en el que se convirtió en labrador y patriarca. Cuentan que en el invierno de 2008, Sastre vivió pegado al teléfono, inmerso hasta la médula en el trajín para construir el conjunto creado en torno a su figura; que no había forma de contactar con él, que siempre comunicaba. Aquello le consumió en silencio, de una manera imperceptible. Hasta que afloró con estruendo en París, en forma de saturación que forzó un periodo de reflexión íntimo que se extiende hasta hoy, cuando, ocho meses después, reaparece en la crono de 3,6 kilómetros que abre la Volta a Catalunya, una prueba poco atractiva, nada montañosa, sin finales en alto, pero con una participación estelar, pues salvo Contador, Armstrong y Wiggins, se dan cita notables como Andy y Frank Schleck, Luis León Sánchez, Ivan Basso, Roman Kreuziger, Mark Cavendish, Levi Leipheimer o Andreas Klöden.
Ante ellos se expone Sastre, reactivado, rearmada su psique tras ocho meses de barbecho en los que ha desterrado la obsesión de orquestar el Cervélo. "Ya no se encarga de organizar los calendarios, de la ropa, de los contratos, los fichajes... Nada de eso. Ha comprendido que aquello no podía ser, que le mermaba en el asfalto, que le consumía la energía", dicen desde su entorno. Ahora Sastre sólo es un ciclista que corre en bicicleta, que se somete a entrenamientos estajanovista en Ávila sobre el hielo, bajo la nieve, truene, haga frío o llueva -"tiene que ser así, es como si un ciclista asturiano decide no entrenar cada vez que llueve", esgrime el abulense-; un chico de 34 años camino de los 35 que llega a la concentración del Cervélo en Portugal tras meses de aislamiento luciendo una amplia sonrisa de liberación que revela que ya está, que se ha purgado, que ha sido capaz de sacar a paladas el plomo que le oprimía la sesera y que vuelve a tener ganas de bicicleta, de ser ciclista, de fajarse en la montaña del Giro con quien se le ponga en frente.
Volta, Flecha y Lieja Y para eso, para buscar, al menos, el único podio de una grande que le falta, ha trazado un mapa competitivo esquelético. Sastre sólo se colgará tres dorsales antes de tomar la salida en el Giro: el de la Volta a Catalunya, la Flecha Valona y la Lieja-Bastogne-Lieja. Dicen que, en parte, porque quiere llegar más descansado a la carrera rosa, más verde, pues la verdadera dureza se concentra este año en la tercera semana; y, también, porque no le agrada correr por correr, hacer bulto. "Carlos no compite para prepararse. Eso lo hace entrenando". Solo. Sin dorsal. Como ha estado ocho meses hasta reactivarse.
En Catalunya estará también Igor Antón, que perfila su forma para destaparse en una primavera esperanzadora. Lo hará arropado por Aitor Galdos, Iván Velasco, Jonathan Castroviejo, Gorka Izagirre, Daniel Sesma, Miguel Mínguez y Sergio de Lis.