bilbao. "Oyes, tienes que venir a ver a un cicloturista, tienes que hablar con él, que te cuente sus historias, que te cuente cuántos kilómetros hace. Es un fenómeno".
En la mañana ingrata de Castro en la que despereza un marzo ventoso, Andoni Goikoetxea, legendario central del Athletic, surge como una aparición. Pese al vendaval que expande el rugido del mar bravío, pese a la techumbre de plomo que amenaza con desplomarse irremediablemente, pese a los 5º de los que alerta el mercurio, llega Goiko montado en bicicleta abrigado con un culote largo y negro, guantes, casco y un chubasquero rojo con rayas blancas Adidas con solera, de cuando entrenaba en Lezama, de hace 30 años, que le hace servicio aún pues tiene un bolsillo al lado del corazón donde cuelga el móvil que es incapaz de desenchufar. Estruja la mano, saluda apremiante, "vamos, vamos que hay que hacer kilómetros", y reserva con el dedo índice una pequeña mesa de café en un rincón de la degustación Comodoro. Allí sienta a dos hombres vestidos de ciclista. "Estos son los monstruos, verdaderos cicloturistas", dice. Y se va.
En torno a la mesita quedan Ferrari y Segundo frente a dos tazas de café del que emanan finísimos hilos de humo teloneros de dos rostros agrietados por la carrera de la edad, frente arrugada, pelo cano y ojos luminosos como borrachos de vida, llenos de ella, repletos. Los verdaderos cicloturistas, voz de juventud desafiante pese a los 74 años de Ferrari, más voluminoso y osado, y los casi 82 de Segundo, menudo y prudente, empiezan a desvestir su devoción por la bicicleta, pasión en auge, pese al proceso de degradación que carcome al ciclismo de competición, que vive mañana su primera fecha señalada con la celebración de la Bilbao-Bilbao, la fiesta de la bicicleta vizcaina que espera reunir a cerca de 6.000 cicloturistas -las inscripciones para participar en la prueba, de 115 kilómetros, pueden hacerse todavía hoy en el Centro Comercial Vidarte de 10.00 a 20.00 y mañana de 7.00 a 8.30-.
"No tengo seguro que vaya a participar", dice Ferrari al tiempo que su amigo tiñe de indiferencia el rostro y niega con la cabeza. "Yo no. No me gustan esas pruebas. Es por el peligro, la velocidad. Prefiero ir a lo mío, tranquilo", aclara Segundo, que empezó a andar en bicicleta con 60 años, cuando rondaba el centenar de kilos y su médico le recomendó coger la bicicleta. "Empiezas y luego te enganchas, es como una droga. Este año lo iba a dejar, no iba a andar más, hasta que he salido dos días y ya no paro". Ni cuando el tiempo es nefasto. "Nunca nos paramos ante eso. Llueva o haga frío. No importa. Te lo piensas un poco por la mañana, mientras desayunas, pero luego, nada, salimos sin dudar", apunta Ferrari, cicloturista también por prescripción médica, porque un amigo cardiólogo no paró hasta conseguir que se subiese a una bicicleta para limar los 98 kilos que atornillaban su cuerpo al suelo y le oprimían la salud. "Le hice caso y ahora he bajado peso, tengo la tensión en 13,7 y 58 pulsaciones en reposo", explica Ferrari, un roble de 74 años. La misma vitalidad desprende Segundo.
Sucede que Ferrari y Segundo se tomaron la prescripción médica a la tremenda. "Tenéis que andar en bici", les dijeron. Y obedecieron. En extremo.
En los últimos once años, Segundo ha recorrido 233.000 kilómetros, "24.571, el año pasado"; Ferrari, que trabajó en los 80 en el extranjero, "en Irán o en Port Sudán, por ejemplo, y siempre me compraba una bicicleta, un hierro no te creas, para moverme por allí", duplicó la dosis terapéutica de su amigo. "Hice 43.000 kilómetros". Lo dice y sonríe orgulloso.
"No es tan extraño, aunque había días que me levantaba a las 5.30 de la mañana y estaba todo el día sobre la bicicleta. Pero es que nosotros estamos jubilados y tenemos todo el tiempo del mundo para andar", relativiza la proeza Ferrari, quien se enreda en la narración de sus rutas, infinitas, y habla del enorme placer que le produce andar en bicicleta, "evadirme, olvidar que existe el tiempo, charlar con la gente, conocerla, tomar un café en el bar de Juantxu -parada obligatoria de ciclistas en Guriezo- donde alguna vez he coincidido con el lehendakari, con Ibarretxe". "Todo eso no te lo da ninguna otra actividad", ahonda Segundo. "Pero hay una enorme diferencia entre unos cicloturistas y otros. Ninguno es criticable, cada cual sabe cómo tiene que ir, pero nosotros somos de los de ir despacio, hablar, parar, observar. Es como una terapia que...". No termina de hablar Ferrari. Llega Goiko con el chubasquero rojo y blanco señalando el reloj. "Hay que ir". Se abrigan, se despiden y se mezclan con el vendaval, la gélida mañana y el cielo de plomo. Su diván.