Habrán escuchado una y mil veces los viejos versos de Gustavo Adolfo Bécquer, esos que se preguntan: “¿Qué es poesía?, dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul. ¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas? Poesía... eres tú”. ¿Se acuerdan, verdad? Seguro que sí. Hay otras miles de definiciones, por supuesto. Tantas como personas con sensibilidad o con ganas de joder la marrana, dicho sea porque hace no demasiado leí uno de esos tuits anónimos que se desahogaba con un: “¡La poesía no es más que mierda pura!”. Ya ven, hay detractores incluso para las cosas bellas que nos acompañan en el viaje.
Recién llegado del recital vivido ayer en la Biblioteca de Bidebarrieta, donde se celebra el ciclo Bilbao Poesía, se me ocurrió otra: la poesía también puede ser el filtro que cuela un café amargo y negro. No por nada, tres poetas destacados de las últimas décadas y tres voces absolutamente personales, las de la malagueña Isabel Bono, el navarro Fernando Chivite y el cordobés Pablo García Casado emprendieron, según rezaba el programa de mano, un viaje a través de sus palabras, paisajes y visiones. El recital poético se tituló El viaje de las palabras e invocó a las tres voces ya citada.
Con Isabel como maestra de ceremonias – “este festival trata a los poetas como si fuésemos estrellas de rock”, dijo...–, flotaba una pregunta en el primer aire de la tarde. “¿Se puede escribir poesía ante tanta guerra y tanto loco juntos?”, se cuestionó en voz alta la malagueña, para hilvanar a su estela la respuesta. “Claro que sí. Ante tanta oscura podredumbre nos da la luz, se puede hacer daño con las palabras a quien las lea”. De ahí viene la reflexión del filtro de café, de sus reivindicativas palabras.
“De repente estás vivo: y eso está bien”. Ese fue el primer verso de la tarde, declamado por Chivite, el navarro de Cintruénigo que llegó justo a tiempo a la cita merced a un inoportuno incidente de carretera. Para entonces, el salón de actos ya estaba a media luz y en silencio, con ese clima íntimo que tanto engatusa a la poesía que siempre suena mejor en semejante atmósfera. Escucharon todo el recital, de cabo a rabo, Iñaki López de Aguileta, director de Cultura del Ayuntamiento de Bilbao; Begoña Morán y su equipo, encargada de Bidebarrieta Kulturgunea y de que los poetas se sintiesen Mick Jaggers de las letras; el escritor Jon Kortazar, quien llegó acompañado por la premio Euskadi de Ensayo, Miren Billelabeitia e Isabel Ezkieta, escritora y pareja de vida de Fernando; el editor de El gallo de oro, Beñat Arginzoniz, quien también se trajo buena compañía María Acedera y el poeta portugués de Oporto, Joxe Rui Teixeira, quien hoy recitará, junto a la asturiana de Cangas de Onís, Berta Piñán; el donostiarra Harkaitz Cano; y la catalana de Calella Laia Noguera en otro recital que llevará por título Voces de la península.
Hubo un entradón, nada extraño si se juzga que sonó el rock de las palabras. Antes de seguir, permítanme que cumpla con una petición de Isabel: “Recuerda que hoy por hoy es imposible vivir de la poesía. Y casi imposible hacerlo de la narrativa”. Ahí va la reivindicación que debiera hacernos pensar.
Prosigo. A la cita no faltaron además de los citados, escritores como José Fernández de la Sota o Iker Biguri entre otros; el maestro artesano Bernat Vidal, Amparo Baladín, Edurne Martínez, Nieves Gómez, Begoña Santamaría, Lola Gil, Teresa San Millán, Esperanza Pardo, Jaime Muniozguren, María Luisa Juaristi, Francisca Nieto, Ángel Comonte, María José Rodríguez, Begoña Madrazo, Mari Luz Mendizabal, Begoña Igartua, Carlos Aranguren y un buen número de hombres y mujeres que aman la poesía, bien sea con la pasión desatada de la adolescencia o bien con la serenidad propia del otoño. Lo cierto es que la aman. Y mientras quede gente así, no está todo perdido.