Ubicado en la planta baja del hogar, el establecimiento familiar de La Aceña se asemejaba a una conocida cadena de grandes almacenes, “pero en pequeño”. Un punto de reunión para vecinos y mineros donde se podía encontrar casi de todo, además de bar. Y si se agotaba algún producto, Eli Terán rodaba rauda y veloz en su moto a buscarlo para continuar el servicio. “¿Qué se terminaban los huevos? Pues para cuando habían acabado de freír las patatas yo ya estaba de vuelta de la granja” con el problema solucionado. Primero, a los mandos de una Lambretta, y años después con un Mini muy reconocible en Galdames, se convirtió en la primera mujer del municipio con licencia de conducir, como recoge el quinto libro sobre memoria histórica local, Mujer tenías que ser.En una época en la que nacer mujer constreñía su rutina y expectativas de futuro, Eliodora Terán, su nombre completo, logró conducir, sí, pero para echar una mano en el negocio de su padre. Y como paso previo a sacarse la licencia debió seguir el Servicio Social franquista por tratarse de una soltera. “En julio de 1958 se inscribió en el local de la Falange en Portugalete, donde recibió clases sobre hogar, religión o nacional sindicalismo, de los que luego tuvo que examinarse”, concreta Marta Zaldibar, de la empresa Novélame, que entrevistó a las protagonistas del libro. Todavía conserva el documento que acredita haber superado los cursos con fecha 15 de julio de 1959. El certificado para pilotar motocicletas de ese mismo año le permitía salir al extranjero, así que, “tan pronto como lo tuvo entre sus manos” se dio el regalo de “acompañar a su hermana Angelines y otras jóvenes en una excursión al santuario de Lourdes, en Francia”.

Tras “esperar hasta cumplir los 18 años” superó la prueba “en Sopuerta”, como recuerda ella misma con todo detalle. Le preguntaron “cómo estacionaría en el centro de Bilbao y respondí que en una esquina para que nadie me la tirara”. Cundieron los consejos de la clientela del bar familiar, que le ofreció nociones básicas para manejarse.

El resto lo aprendió ella sola, heredando el arranque de su padre, que “se levantaba a las cinco de la madrugada” para dispensar las primeras copas a los trabajadores que entraban a las minas Rita y Adelaida y su madre, quien “a los 14 años entró a servir” en la casa de una familia adinerada y no quiso el mismo destino para sus hijas. “Yo le preguntaba dónde había adquirido esa sabiduría sin haber tenido la oportunidad de formarse y ella me contestaba: en la vida...”, cuenta. En los periódicos depositados en el bar de La Aceña leía noticias de “conferencias médicas que se celebraban los sábados en la zona de la plaza Bombero Etxaniz de Bilbao” y cuando vio que se hablaría de la diabetes que sufría, envió a la benjamina en moto para escuchar a los doctores.

Desde pequeña se implicó en las tareas del trabajo de casa. “Me acuerdo de una vez que estaba ayudando a mi padre a plantar en la huerta y desde allí observábamos al autobús que marchaba a la romería de Santa Ana, en Sopuerta. Al percatarse de cómo lo miraba, mi padre me dijo: Ya lo sé, hija, ya lo sé... pero tenemos que comer”.

Hubiera seguido los pasos de su hermana Rosario en la moda, pero “hubo de conformarse con aprender a bordar viendo a su hermana mayor dar clases mientras ella despachaba vino barato a hombres que llegaban a la mina atraídos por su jornal y empujados por el hambre, porque la voluntad de las chicas humildes estaba acallada y se les exigía renunciar a cualquier sueño”, concluye Marta Zaldibar de sus charlas con las mujeres de Galdames que han compartido sus testimonios. Con la moto, Eli, que cumplió 86 años el 22 de diciembre, abrió camino a que otras como ella accedieran a un resquicio de independencia en una dictadura que “les arrebató derechos civiles básicos”.

Adolfo Careaga Fontecha, el propietario de las minas Rita y Adelaida “nos entregaba el aceite, arroz o legumbres para cocinar” en el bar. En el almuerzo “era todo un acontecimiento ver a los trabajadores en fila aguardando su turno para que les sirviéramos en los platos plateados que llevaban atados a los cinturones”, rememora. Tampoco se le olvida la estampa de su padre “sentado en una hamaca vigilando hasta que se marchaba el último cliente por la noche” para que nadie se propasara con sus hijas. Agustín Terán ejerció como caballista en la mina hasta su entrada en el almacén general de Altos Hornos.

Negocio propio

El trabajo en el bar le proporcionó a Eli cierta autonomía económica que la animó a trasladarse a Sestao y abrir una mercería, perfumería y droguería con una amiga. A principios de la década de los sesenta “cosieron para particulares y tiendas de ropa haciendo realidad otro de esos sencillos sueños de las muchachas de clase humilde”.

Lo consiguieron por permanecer solteras entonces, porque a ojos del franquismo “las mujeres jóvenes podían trabajar fuera de casa, pero si alcanzaban el matrimonio debían entregarse de forma abnegada a marido e hijos” y así sucedió cuando ambas pasaron por el altar. No obstante, Eli continuó cosiendo de forma esporádica “desde el salón de su casa” y en 1972 se inscribió en la autoescuela para sacar el carné B1 y poder conducir coches y sortear las curvas de las carreteras encartadas. Su padre hubiera estado, como siempre, orgulloso de ella. Había fallecido “el año anterior y no llegó a presenciar los logros de su hija a los mandos de un Mini rojo con techo blanco y placa BI-0859-B que le costó algo más de 100.000 pesetas”. Una fotografía la inmortaliza con su amiga Rosario frente al automóvil, ambas visten pantalones vaqueros otra vez plantando cara a las convenciones. Así que ¿cómo no iba a sucumbir a los avances tecnológicos? Maneja la tablet con soltura y comenta con sus allegados por WhatsApp la repercusión del libro sobre las mujeres de Galdames en posguerra que abre su historia, la de la pionera de las conductoras.