N la Edad Media, para demostrar tu estatus social y tu capacidad económica la forma más fácil era a través de tu atuendo. Así, cuantas más capas de telas lleves más importante será la impresión que causes y tu reconocimiento social. La vestimenta equivale, pues, a una tarjeta de presentación. Entonces no había televisión, no había Facebook no existía la revista ¡Hola! Por ello, para evidenciar tu posición te sirves de la ropa”, sentenciaba Ainhoa Gómez, una apasionada medievalista del grupo Otsolur, una asociación cultural sin ánimo de lucro, para la reconstrucción de la vida cotidiana y todos los aspectos materiales de la Edad Media.

“Hay que tener en cuenta que la tela en la Edad Media costaba mucho, ya se trate de lino, lana o seda. Representa un proceso intensivo de mucho tiempo para conseguir la tela, el producto final, de la mayor calidad posible. Aparte, cabe considerar no solo el tipo de tela que compone cada capa, sino también sus medidas, pues el largo del vestido también cuenta”, remarcó Gómez, quien ayer domingo hizo disfrutar con sus explicaciones sobre los vestidos femeninos de la Edad Media entre los siglos XI y XV, a los más de cien asistentes que se congregaron en el patio interior del Castillo de Muñatones.

Camisa -ropa interior de cuerpo entero-, salla, cota, manto o capa eran algunas de las prendas más comunes entre las mujeres pudientes del medievo. “Si ya encima la ropa va adornada con hilo de oro y luces un velo de seda o un tocado, tu tarjeta de presentación mejora muchísimo”, planteó esta investigadora, que destacó cómo detrás de las reconstrucciones del vestuario que utilizan en las recreaciones “hay muchas horas de investigación porque somos fieles a las fuentes de información, tanto a las arqueológicas como a textos y representaciones artísticas de la época”, aclaró.

Inventarios y testamentos

Prueba de ello fue la explicación que Ainhoa dio de un personaje histórico de la Inglaterra del siglo XIV, la reina Philippa, obtenida a través de un inventario en el que se detalla la composición de un vestido real.

“En 1338, la reina Philippa De Hainault, reina de Inglaterra, alumbró a su quinto hijo y el rey le regaló un set de ropa para cuando asistiera a la celebración religiosa previa a su vuelva a la corte. El set de ropa estaba compuesto por la salla, que sería lo básico, una cota, un manto corto de piel y una capa. Llevaba cincuenta metros de terciopelo azul bordado con 3, 5 kilos de hilo de oro -eran unos pájaros que iban rodeados cada uno de ellos por un círculo de perlas-, además de 400 perlas grandes, el fondo bordado de seda y 10.000 piezas de oro unos siete kilos cosidas a la ropa. Imagínate si eso no desprende una imagen de riqueza absoluta”, señaló Ainhoa, quien reconoció que sin este tipo de información “muchas veces no se podría tener una visión fidedigna de cómo pudo ser el vestido, ya que las imágenes de aquella época no aportaban tanto detalle”.

Poco a poco, el público congregado en Muñatones pudo ir conociendo algo más de la evolución del vestido femenino de las clases altas de la época deteniéndose en detalles específicos de cada uno de los diez vestidos que fueron presentando a los asistentes. Saya, brial, Tabardo, Hopalanda, Garnacha, Capirote, Garguera, Toca, Paternoster fueron algunos de los términos que iban cobrando sentido al desgranar los componentes de la ropa interior , la de encima -la prenda que va sobre la ropa interior-, o “sobretodos”. Un ejemplo. El pellote es un traje de encima de estilo túnica que se caracteriza por tener dos grandes aberturas laterales que descubren gran parte del torso y de las caderas.

Poco a poco, los ropajes de la nobleza femenina iban avanzando siglos y su evolución se hacía notar especialmente en los bordados y sus motivos, en los fondos de las prendas y en la calidad de los tintes utilizados en sedas y lanas que también mejoraron su fabricación. Otro de los aspectos que llamaron la atención de los asistentes fueron los tocados utilizados para cubrir la cabeza o como adorno.

“Una mujer decente siempre lleva el pelo tapado. Solo podían ir “a cabello”, sin tapar, las doncellas o niñas y a las mujeres que consideraban frescas”, señaló Ainhoa. Apuntó que los principales tocados en la Edad Media fueron el bonete, la toca, la cofia, la guirnalda, el capirote y la diadema. “Cierto que el pelo cubierto se ensucia menos y no se ven las canas, pero era más una cuestión de moralidad ya que había leyes suntuarias que fijaban normas incluso sobre lo que se podía llevar o no, o la cantidad de tela que se podía usar en un tocado. Hubo un momento en que las trenzas que se añadían al tocado a la altura de las orejas eran consideradas como una imagen del diablo ¡porque recordaba a los cuernos del demonio!”, comentó Ainhoa ante la sonrisa generalizada de los asistentes que no se atrevió a tasar estos vestidos: “En los inventarios o en los testamentos se puede ver de qué están hechos y en algunos casos hasta el dinero que habían costado las telas, pero nada sabemos de lo que podía costar elaborar estos auténticos Balenciagas que vestían las mujeres del medievo”.