El descuido se arregla en un momento. Se ha olvidado la mochila, pero ahí están para llevársela a petición de un familiar que se acerca a la puerta del colegio. En los centros educativos rurales como el Ángel Larena de Artzentales las clases por ordenador desde casa obligadas en el confinamiento introdujeron un componente de distancia al que no estaban acostumbrados, pero poco a poco van recuperando la rutina. No obstante, aún quedan medidas interiorizadas por la pandemia en uno de los colegios más pequeños de Enkarterri, como el lavado de manos constante al entrar en el edificio con el que comienza la jornada para el medio centenar de alumnos de Infantil y Primaria. La atención es “familiar y personalizada” y el menor número de estudiantes en comparación con otros núcleos más poblados juega a su favor para evitar las temidas aglomeraciones, explicó Goizalde Gómez, secretaria del centro.

Desde la irrupción de la pandemia “vemos que más familias se están empadronando”, apreciaba Laura Caballero, una de las madres que acercaron ayer lunes a sus hijos a la puerta del colegio. Lo corroboró Ainhoa Martínez, otra madre: “hay gente que ahora tira hacia los pueblos, aquí pasamos mejor el confinamiento” porque muchas casas son unifamiliares y con jardín. Sin embargo, la tendencia de buscar un entorno más tranquilo y espacios al aire libre no se refleja en un aumento de las matrículas porque “igual no tienen hijos o los escolarizan en otros sitios”, expuso la secretaria.

Han iniciado el curso en el centro Ángel Larena medio centenar de alumnos. Los que han cumplido entre 2 y 5 años aprenden juntos y lo mismo los cursos de primero y segundo, tercero y cuarto y quinto y sexto de Primaria. El personal docente está compuesto por diez profesores, a los que se suma otro “de refuerzo” en esta etapa del coronavirus. Al equipo le gustaría lograr mayor estabilidad, algo en lo que “está trabajando el departamento de Educación” para que los profesionales puedan afianzarse en Artzentales, una reivindicación común con otros colegios de Enkarterri que ven cómo un gran porcentaje de sus plantillas se renueva cada curso y debe familiarizarse con la metodología.

En los municipios con menos presión demográfica y menores frecuencias de transporte público, como el propio Artzentales, Karrantza o Turtzioz se añade el handicap de la distancia si los profesores no residen en Enkarterri, si bien “no estamos tan lejos”.

Entradas separadas

A las 9.30 horas, los niños que llegan en autobús entran por un lado y, quienes lo hacen acompañados por sus familias, por otro. Además, “cada hora los sacamos a la calle para que respiren aire puro y airear las aulas”. Los pequeños pueden jugar tranquilamente en el frontón del barrio de Traslaviña, con medidas de seguridad para que no crucen la valla que lo separa de la carretera. Este año la toma de temperatura se realiza en casa. Con todas las cautelas van retomando también excursiones fuera del centro, como la que llevaron a cabo a Karrantza. Y van a consultar la opinión de las familias antes de volver a desplazarse a los barnetegis. El compartir cajas de rotuladores u otros utensilios en clase se acabó y si se hace puntualmente los desinfectan de inmediato y los dejan en cuarentena.

Cuando en marzo de 2020 se anunció que la actividad educativa continuaría a través de la pantalla del ordenador “ya contábamos con grupos de WhatsApp de padres y madres”, pero amoldarse supuso un reto. Lucharon contra la poca cobertura de Internet en algunas zonas de una localidad muy dispersa y en otras ocasiones acercaron fotocopias con los contenidos lectivos a las casas.

“La verdad es que no esperábamos que el coronavirus derivara en lo que estamos viviendo”, confesaba Goizalde Gómez. Antes de empezar el curso 2020-2021 “lo primero que hicimos fue formarnos” por si se producían brotes que aconsejaran adoptar otra vez el modelo virtual. Al final “no se registraron contagios” y pudieron terminar en junio sin mayores incidencias.

Goizalde, que conoció en su día el colegio con cerca de treinta alumnos, ensalza la labor de la AMPA Txaloka, que “solía colocar una txosna en las fiestas de San Antolín, ya que lo recaudado nos ayuda mucho en nuestro día a día”. Confían en que la vacunación encauce la pandemia y puedan regresar los festejos populares, que al igual que los colegios rurales mantienen “vivos” a los municipios.

“El alumnado sale a la calle cada hora a respirar aire puro y desinfectamos las clases”

Secretaria del colegio Ángel Larena

“Con el coronavirus vemos que más familias se están empadronando en el municipio”

Madre

“Hay gente que ahora tira más hacia los pueblos, aquí pasamos mejor el encierro”

Madre