Debía reinar un ruido ensordecedor con todos los aparatos a pleno rendimiento en las salas que hoy envuelve el silencio salvo cuando las recorren las visitas guiadas. La fábrica textil La Encartada de Balmaseda mantuvo su actividad exactamente un siglo, desde 1892 hasta 1992. En 2007 reabrió como museo que, gestionado por la Diputación, ahora busca enriquecer los recorridos encendiendo su maquinaria y sin descartar poner a la venta una línea de productos. Mediante una recuperación “a largo plazo” aspiran a mostrar los procesos de producción que transformaban la lana, explica la técnica del museo María José Torrecilla.Junto con el restaurador Joaquín Marco, que ha trabajado frecuentemente en La Encartada desde 2002, han comenzado por “evaluar las necesidades más inmediatas” mientras avanzan con el plan de acción. Porque no es lo mismo encender las máquinas puntualmente “en vacío, que hacerlo con una carga” que requiere una puesta a punto diferente más exigente que el mantenimiento habitual. El museo cuenta con alrededor de noventa máquinas “individualizadas censadas” y dentro de cada tipo existen distintos ejemplares. El proyecto contempla su “recuperación mecánica y funcional” activando en un primer momento el mínimo de dispositivos para realizar una aproximación al funcionamiento industrial . Torrecilla diferencia estos términos de una restauración que significaría “devolverlas a su estado original, algo que no se puede hacer por carecer de piezas o resultar económicamente inasumible”.

“Ninguna de las piezas es nueva, una vez cerrada la fábrica se respetaron hasta los tornillos, todo se limpió, desmontó y engrasó”, indica el restaurador, que fecha la mayor parte de la maquinaria en 1892, mientras que la parte de los telares -con el famoso Jaquard “que dibuja en base a los motivos registrados en unos cartones acoplados, lo que se ve como antecedente de los ordenadores”- se añadió ya en el siglo XX. De hecho, “se puede observar al pasar de una sala a otra cómo los huecos de la pared eran ventanas que daban a la calle hasta que se construyó ese anexo”. La maquinaria “se consideró puntera hasta alrededor de los años veinte”, señala María José Torrecilla. “Se elaboraban boinas, mantas, bufandas, calcetines, paños, madejas, ovillos para vender... Intentaron implantar otras líneas de producción”, pero, paradójicamente, el hecho de que no se reemplazara ha ayudado a posicionar La Encartada en el mapa museístico y la obtención en el año 2019 de su reconocimiento como referencia para la Ruta Europea de Patrimonio Industrial (ERIH)

Para Joaquín, “apasionado del motor” que también restaura motos y coches, se interesa por la impresión en tres dimensiones y es lutier, Balmaseda está suponiendo un reto. Las máquinas quizás “se podrían haber encendido antes” con el mismo propósito, pero hubiera resultado inútil, como arrancar un coche antiguo que no tiene ni aceite”, compara. Acude a diario al museo y es posible que más adelante los visitantes puedan verle en acción. “Hemos recurrido a cuatro personas especialistas” en el camino de definición del proyecto. Sin embargo, “Joaquín destaca por su entusiasmo y compromiso” elogia María José Torrecilla.

Fases de elaboración

Ambas cualidades se desprenden de sus palabras mientras recorre las estancias deteniéndose en las máquinas. En una de las tres para cardar que formaban parte del mismo surtido productivo, es decir, “que debían estar encadenadas unas a otras con el fin de manipular el mismo producto en pasos sucesivos” se produjo un accidente cuando le seccionó el brazo a una persona. “En aquella época las máquinas carecían de freno. Hubo que romperla para sacarlo” y la huella del incidente se aprecia “en una soldadura para arreglarla después”.

De ahí la lana pasaba a la selfactina, “a la que llamaban mula” y que, con los husillos que salían, giraban y se retorcían iban mermando el hilo”, describe María José Torrecilla. Puede abarcar “tanto como la nave que la aloje; la de Balmaseda mide 32 metros y dispone de 360 husillos, en su momento formó parte del top diez” del mercado. En la bobinadora se purgaba “para comprobar la tensión y la irregularidad del hilo” ajustándose a una canilla.,

Paso previo a las dobladoras donde se podían unir más cabos y tipos de materiales. A partir de ahí “ya se podía pensar en qué se hacía con el hilo”. Actualmente “estos sectores están totalmente independizados”. La fábrica de Balmaseda, por el contrario, “controlaba el procedimiento de principio a fin”.

En una sala cerrada aparte “porque se necesitaban condiciones especiales de temperatura y humedad”, según especifica Joaquín Marco se encontraban las tricotosas de las que salían “las bases de las boinas antes de que fueran teñidas, pasaran por las remalladoras y se les añadiera el rabillo de la parte superior”. En los batanes “se encogían” hasta alcanzar los tamaños en los que se ciñen a la cabeza con el sello de La Encartada.

“Se elaboraban boinas, mantas, bufandas, calcetines, ovillos o madejas para vender”

Técnica del museo

“Ninguna pieza es nueva, tras cerrar la fábrica se respetaron hasta los tornillos”

Restaurador