- Hace una década, el getxotarra Ricardo Villar decidió cambiar la oficina por la huerta. En plena crisis económica, dejó a un lado su puesto como responsable de recursos humanos en una empresa con 3.000 trabajadores y escapó al mundo rural. "Siempre me había gustado el campo y la huerta, desde pequeño cuando iba al pueblo", reconoce. Tras una búsqueda infructuosa de una pequeña propiedad donde poder cultivar, apostó por comprar un terreno de 24.000 metros cuadrados en Lemoiz, muy próximo a Gorliz, en la zona de Orabille, junto a la BI-3151. "No sabía lo que iba buscando, así que decidí comprar un terreno grande y dividirlo en parcelas", resume. Así surgió, Huertas Lúdicas, una iniciativa pionera que dirige junto a su mujer Inés Fernández y que vive un momento dorado, especialmente, a raíz de la crisis sanitaria.

Bizkaia vive un boom en cuanto al alquiler de huertas se refiere. ¿A qué cree que es debido?

—Es una óptima alternativa de ocio, que te permite estar en contacto con la naturaleza, al aire libre, y consumir tus propios productos. Además, ahora más que nunca la gente busca huir de las masificaciones.

¿Ha notado un incremento del interés a raíz de la pandemia?

—Ha sido increíble, una pasada. Llevo dos meses sin parar. En Erandio, donde tenemos un centenar de parcelas, está todo alquilado, y en Lemoiz, con cuarenta, casi completo. Desde que se declaró la pandemia medio centenar de personas se han interesado por hacerse cargo de un terreno, el doble que otros años.

En la huerta no existe el covid-19.

—Aquí no se oye hablar de eso. La gente viene a desconectar de sus problemas y de su rutina diaria. La distancia social está garantizada.

¿La clientela es constante?

—Ahora lo que sí he notado es que la gente pasa más tiempo en la huerta. Pero, en líneas generales, tenemos personas que llevan muchos años con nosotros. Algunos empezaron a regañadientes animados por familiares y ahora están encantados y muy motivados. Otros alquilan la huerta por temporadas. También ha sido curioso que ahora han vuelto muchos clientes antiguos. Quizás por la incertidumbre generada por no poder viajar o por la falta de actividad en bares o gimnasios.

¿Hace falta tener conocimientos previos para empezar?

—No es necesario. Ofrecemos cursos para enseñar a preparar las parcelas a los que se inician en este mundillo y entregamos los terrenos labrados. Son muy fértiles y, en el caso de Lemoiz por ejemplo, con orientación suroeste, muy soleados. También proporcionamos agua para el riego y suministramos todos los productos y utensilios que puedan necesitar: semillas, plantas jóvenes, herramientas, sustratos, etc. Incluso, si alguien no puede acudir durante una temporada, nos avisa y le cuidamos la parcela.

La huerta ha estado siempre asociada a una actividad postjubilación, pero ahora parece haber cambiado.

—Hay de todo. Tengo clientes que son tanto personas mayores recién jubiladas como matrimonios con hijos o grupos de jóvenes.

¿Cómo les afectó la prohibición de acudir a la huerta antes de la desescalada?

—Mucha gente perdió las cosechas de invierno, puerros, habas, etc. Después ya lo permitieron pero, al principio, no entendíamos que se pudiera ir al supermercado a hacer la compra y no a la huerta a recoger las verduras y hortalizas.

¿Qué beneficios aporta?

—Lo principal es que te permite disfrutar de una actividad al aire libre. También es saludable porque se hace ejercicio y se mantiene uno activo. Al mismo tiempo, es muy gratificante cultivar tus propios productos ecológicos y verlos crecer. Luego los degustas con más ganas. También te ayuda a cambiar los hábitos alimenticios y a comprender la importancia de consumir los productos de temporada. En mi casa, en época de vainas, comemos vainas hasta que se acaban, luego calabacín, etc. Ya se me ha olvidado lo que es comprar un tomate en un supermercado.

Un ocio lúdico y, al mismo tiempo, educativo.

—El objetivo principal es lúdico, aunque la producción pueda llegar a ser importante. La motivación de nuestros clientes no debe ser el ahorrar dinero, sino pasarlo bien, aprender, experimentar, gozar con una recolecta fresca y de gran calidad. Por ejemplo, hay familias que vienen con los hijos y les dejan un cachito de terreno para que vayan aprendiendo a plantar y empiecen a conocer de dónde vienen los productos que comen. También disponemos de zonas de esparcimiento para ellos e incluso, en Lemoiz, zona de barbacoa para pasar el día.

Es decir, además de pasarlo bien, se aprende a comer mejor.

—Especialmente en el caso de los niños. Las nuevas generaciones no tienen los conocimientos que se tenía antes a nivel alimenticio y de labranza de la tierra. Cuando vienen aquí, aprenden a comer mejor.

También ofrecen otros alicientes, como poder disfrutar del auténtico sabor de un huevo frito con la iniciativa apadrina una gallina.

—Sí, la pusimos en marcha como complemento a las huertas. Cada cliente puede tener una gallina por siete euros al mes y nosotros las cuidamos y semanalmente repartimos alrededor de media docena de huevos a cada padrino. Más allá de la cantidad, los clientes buscan disfrutar del sabor de los mejores huevos ecológicos frescos.

"Muchos clientes antiguos han vuelto ahora ante la incertidumbre por viajar o por la falta de actividad en bares o gimnasios"

"En la huerta no se oye hablar del covid-19. Aquí la gente viene a desconectar de sus problemas y de su rutina diaria"