Bilbao - Paloma González es cofrade desde los tres años; está a punto de cumplir un cuarto de siglo perteneciendo la Cofradía de La Pasión. “Toda mi familia está en la cofradía, así que es algo que he vivido desde pequeña y que pasa de generación en generación”, explicaba en el exterior de la iglesia de San Vicente, a punto de comenzar la procesión del Borriquito. “Para mí, es la procesión más especial; de hecho, hoy me tocaba trabajar y he cambiado el turno para poder salir. No he fallado nunca; al ser de día, participar tantos niños y las palmas le da un ambiente más festivo, no tan solemne como el resto”, consideraba.

La procesión del Borriquito, que conmemora la entrada de Jesús en Jerusalén el Domingo de Ramos, es una de las citas más multitudinarias del calendario de Semana Santa en Bilbao. Tras la decepción de 2018, cuando se tuvo que suspender por primera vez en 27 años, miles de familias volvieron a abarrotar las calles del centro de la ciudad para acompañar a los más de 900 cofrades, de las nueve cofradías bilbainas, que acompañaron los pasos. Las palmas y sobre todo los niños volvieron a ser los auténticos protagonistas de la marcha; muchos de ellos apenas levantaban un metro del suelo y, de la mano de cofrades adultos o marchando por sí mismos, caminaban orgullosos, la mirada fija en el frente y el paso firme, muchos de ellos ya con el característico capirote. Las nueve cofradías partieron puntualmente de la iglesia de San Vicente, y, por la Gran Vía, llegaron hasta Moyúa para enfilar su vuelta por Colón de Larreategi, cada una con sus hábitos característicos: blanco y celeste, gris y azul, morado, negro y rojo... Los trinos de las trompetas y el retumbe de los tambores anunciaban la llegada de nuevos cofrades, algunos de los cuales todavía procesionan descalzos. También fueron muchos los turistas extranjeros que, desde las aceras, tomaban fotografías del colorido cortejo y preguntaban sobre su significado.

“Es muy entrañable” Merche Nieves, de La Arenas, no falta nunca a su cita con el Borriquito. “Vengo todos los años. Compro una palma para guardarla para mis nietos, que viven en Austria, y la coloco en la puerta de casa”, explicaba antes de entrar en misa. “Es una procesión muy bonita, muy entrañable”. Muy cerca, Pedro Garnung esperaba con su familia el inicio de la procesión, también con una palma. Naturales de Gijón, estaban de visita en Bilbao el fin de semana y no quisieron perderse la marcha. “En Gijón la hemos visto varias veces y es una procesión que nos gusta mucho, sobre todo por los más niños, así que hemos aprovechado que estábamos aquí para conocer también la de Bilbao”, relataba.

En los alrededor de la iglesia San Vicente no faltaban los puestos en los que se podían adquirir las tradicionales palmas, a seis euros las simples y a diez las trenzadas, más elaboradas, así como ramos de laurel, a cambio de la voluntad, y paquetes de rosquillas. En el puesto de la cofradía atendía Jorge López de Santa María, cofrade también desde los tres años. “El hermano abad es mi padrino y mi familia siempre ha estado vinculada a la cofradía. Viene de familia”, relataba. Junto a Paloma González, explicaba todo el trabajo que se esconde tras la procesión que ven los bilbainos por la calle el Domingo de Ramos. “Hemos venido a las 8.30 horas para sacar los pasos, que ya habíamos traído del museo del Casco Viejo, de la iglesia y ponerles las flores; hay que limpiar y repartir los hábitos, clasificar los cíngulos -los cordones que se atan a la cintura- según la largura...”, relataban a modo de ejemplo. Jorge, que toca la trompeta en la banda de la cofradía, lleva ensayando todos los sábados desde octubre, y también entre semana desde enero. “Hay mucho trabajo que no se ve”, admitían.

“Este año sí”, se felicitaban el hermano abad de la cofradía, Jesús Espinosa de los Monteros. “Es el típico día de Domingo de Ramos, un día muy de Bilbao, plomizo pero sin lluvia, porque el sol invita a venir a la gente pero casi tres horas bajo el capirote hace mucho calor. Es un día bonito, estamos muy bonitos”. La del Borriquito, explicaba, es la tercera procesión más antigua que tiene Bilbao, después de las de Jueves y Viernes Santo, organizadas por la Cofradía de la Santa Vera Cruz, decana en la capital vizcaina desde 1554. “En sus orígenes no la organizaba ninguna cofradía, sino los catequistas; cuando se funda La Pasión, en 1941, empieza a organizarla esta cofradía”, rememoraba. “Es una procesión distinta a las demás: se organiza por la mañana y es más de luz, más de niños, de globos, alegrías y ramos. Es más festiva”, destacaba.