PONGAMOS que aquel Bilbao brotaba para lucir en todo su esplendor. No por nada era la puerta de entrada de las mercancías de Francia, Inglaterra y Flandes y de salida de la lana castellana y el hierro vasco. Su puerto fue uno de los más importantes de la Península en este periodo, situación que se consolidó con la creación, en 1511, del Consulado de Comercio y Casa de Contratación de Bilbao, gracias a la reina Juana. De su importancia da fe el hecho de que le fuera dado el título de Villa y Noble por Fernando el Católico en 1475. He ahí los orígenes, con el viejo Bilbao expandiéndose y la creación de nuevas rutas, una calle que mira hacia el camino nuevo, Bidebarrieta, que recuerda el ensanche de Bilbao acaecido en 1483 por autorización de Isabel la Católica. Esta ampliación del Bilbao amurallado abarcaba la calle de Santiago, luego Correo, y los parajes del Portal de Zamudio, Portal de San Miguel y el Portal de Santa María, del que partían los caminos nuevos que hacia el siglo XVII se fueron convirtiendo en calles.

Tiempo atrás aquel espacio se conoció como calle de San Miguel debido a la casa-torre de San Miguel o de Larrinaga, situada en el solar que hace esquina con la calle Lotería, en cuya fachada había una hornacina con la imagen del arcángel San Miguel. Fue construida en el siglo XV por el linaje de los Victoria de Lecea, señores también del palacio de Zabalbide. La casa-torre fue demolida en 1850.

Buena parte de la historia de aquel Bilbao más pujante puede leerse entre sus piedras. Viajemos, por ejemplo, hasta la esquina de Bidebarrieta con la calle Jardines, pintada de tonos ocres, donde se encuentra una de las casas más antiguas de Bilbao, posiblemente del siglo XVI. O hasta el número 14, donde se encuentra la casa de don José de Mazarredo, almirante de la Armada Real, edificada en el siglo XVII. En su fachada el visitante puede regodearse en un espléndido escudo de la familia. Es la huella del viejo Bilbao que pervive en la memoria y en la geografía de un Casco Viejo al que la ciudad accede por esta calle, junto con la paralela calle Correos. Comencemos la travesía al entrar desde El Arenal. El estanco que se encuentra según se accede a la derecha corresponde a la Expendeduría de tabacos número dos de Bilbao. Su historia no solo es la de una familia, es también la de toda la actividad tabaquera en la Villa, antes y después de estancarse el tabaco bajo control del Estado. Hace 150 años se traía el tabaco a granel y, en obradores especiales, se convertía en el tabaco que fumaban los bilbainos. Hábiles obreras confeccionaban los cigarros puros. Con el tiempo, decidió intervenir y controlar el Gobierno, y Doña Justa Cabezas fue nombrada por el señor Gobernador Civil estanquera de esta capital el 18 de junio de 1878.

Un espacio clásico de esta calle fue el Bazar Médico de la Viuda del Doctor Isidro Andreu. Allí se encontraba el hombre de las tripas, tronco y cabeza de un hombre mostrando sus interioridades. El buen humor del pintor Arrúe lo perpetuó en un dibujo en el que se veía a un aldeano con abarcas, blusa y paraguas colgando del cuello y a la espalda que, perplejo y mirándolo fijo ,exclamaba: “Cuasi, cuasi; igual que el serdo”. Una noche de agosto de 1983 aquella riada se lo llevó. Con los restos que encontraron lo reconstruyeron, manteniéndose en el escaparate hasta 1994, año de cierre.

Detengámonos en la hoy rutilante Biblioteca de Bidebarrieta, uno de los edificios con más perfume del Bilbao inmortal. Piedra de Angulema, mármol blanco y de Ereño, carpinterías y empanelados de madera de roble, barandilla de hierro forjado y vidriera en la escalinata interior son los elementos más destacables de la construcción, además de las novedosas instalaciones de calefacción e iluminación que en su momento aportaron grandes dosis de confort y comodidad. También destacan la pintura en los techos del acceso a cargo de J. Díaz Olano y los paneles alegóricos del salón oval de Anselmo Guinea. Son 16 paños con representaciones de la música, el canto, la danza, la prestidigitación, la tragedia, la comedia o el arte de las conferencias.

¿Por qué se construyó? La Biblioteca de Bidebarrieta, de estilo ecléctico francés, es obra del arquitecto Severino de Achúcarro a la altura del número 4 de aquella calle. Se edificó a finales del siglo XIX (entre 1888 y 1890) para albergar la sede de la Sociedad El Sitio, que fue fundada en memoria del Cuerpo de Auxiliares que defendió Bilbao en los asedios que sufrió la Villa durante las Guerras Carlistas. Hoy en día la Biblioteca, en activo desde 1956, es uno de los centros culturales más importantes de la ciudad y en su interior alberga más de 130.000 libros. Las inundaciones de 1983 la dañaron gravemente, motivo por lo que estuvo cerrada durante cinco años, reabriendo en 1988.

Esta página está cargada de historias y nombres propios cuyas voces allí tronaron. Sin ir más lejos allí se escuchó a Miguel de Unamuno y a Federico García Lorca. Pero también sesudas conferencias de José Ortega y Gasset, Niceto Alcalá Zamora o Margarita Xirgú, voces todas ellas que describen una época. De entre todo el fondo bibliotecario que alumbra el conocimiento acogido en la Biblioteca de Bidebarrieta, destaca el fondo Arriaga, que conserva las partituras originales de Juan Crisóstomo de Arriaga.

Pegando al portal de El Sitio tuvo fama y fortuna el vine Novelti de Monsieur Brisac, un francés corredor de vinos que suministraba los caldos de Burdeos a lo mejor de Bilbao. Un timbre de sonido intermitente con destellos rojos, a unos tres metros de altura del suelo, anunciaba el espectáculo. Tenía bancos corridos y en la pantalla, del tamaño de una puerta, se pasaban vistas panorámicas de Francia y trenes perseguidos por indios.

En noviembre de 1874, el Banco de España abrió una sucursal a la altura del número 12 de la floreada calle, donde posteriormente estuvo El Perrochico, permaneciendo hasta 1885, año en que se traslada a la calle Matadero, más tarde conocida como Banco España. En esta calle de tanto trasfondo nacieron José Domingo de Mazarredo y Gortázar; el pintor Eduardo María Zamacois ; el doctor Nicolás de Achúcarro y el músico Jesús Arambarri. A todos ellos Bilbao les honró imponiendo su nombre a una de calle. Se diría que allí se respira un aire casi mágico.