Día del Padre en una familia monoparental: "Encargarme solo de todo es duro, pero estoy feliz con mi hijo"
Ansel tardó siete años en adoptar a Ekhi Hoa y la espera mereció la pena. Cuando discuten, echa en falta un apoyo, pero una tarde de lectura compartida lo compensa todo
Sentando al piano, Ekhi Hoa interpreta una deliciosa melodía. A sus 11 años, además de la música, le encanta el tenis y devora libros, lo mismo un tomo de coches que la colección de Harry Potter en euskera. Le gustan tanto que quisiera degustarlos también durante la comida, pero su padre, Ansel Delgado, no está por la labor. “En la mesa ni yo tengo el móvil ni él tiene libros”, dice.
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También le enseña a usar con moderación las pantallas y cuida de su alimentación. “Come sano, chuches de vez en cuando y fruta en vez de bollería industrial”, resume. Matriculado en “una escuela libre, donde no tiene exámenes ni deberes”, Ansel respeta sus inquietudes y gustos, aunque no le importaría que se cortara su larga melena por el trabajo que da. “Intento negociar mucho con él. Ekhi Hoa, negoziatzen dut asko zurekin?”. “Bueeeno”, responde en plan preadolescente desde el sofá.
En el sofá precisamente comparten algunos de esos momentos delicatessen entre padre e hijo. “Ponemos música tranquila, él coge un libro y yo, otro, y nos podemos tirar una hora leyendo. Eso es una maravilla, una gozada”, paladea Ansel, que también disfruta mucho cuando viajan juntos.
Nada que ver con los tiempos de antes, cuando a él le pedían que “tuviera buenas notas” y poco más. “Fui educado como se educaba hace cuarenta años, de una manera bastante autoritaria. Mi padre tenía un sillón y ahí se sentaba él porque sí y había que acatarlo. Yo intento educar de una manera mucho más respetuosa”, asegura. De hecho, va consultando con su hijo si puede contar este detalle o aquel.
Ansel abre las puertas de su domicilio, en Bilbao, con motivo del Día del Padre, que se celebra hoy, para visibilizar cómo formó su familia monoparental y las ventajas e inconvenientes que tiene afrontar la crianza sin compañía. “Encargarme yo solo de todo es duro, pero estoy muy feliz y a gusto con mi hijo”, avanza.
Siete años para adoptar
A sus 56 años, este trabajador del Aeropuerto de Bilbao dice que siempre ha tenido “el gusanillo de ser padre”. Es más, cree que “ese instinto lo tenemos todos de alguna manera”, aunque haya familias jóvenes donde los hijos no están ni se les espera. “No sé si es por la comodidad porque tenerlos supone unos compromisos, un esfuerzo económico y ya no puedes hacer lo que te da la gana”, plantea. O quizás sea porque los animales van ocupando poco a poco su lugar. “Es que es más fácil criar a una mascota que a un hijo. Se lo dejas a alguien o en un hotel de perros y te vas de vacaciones”, dice.
Sea cual sea la decisión de cada cual, lo cierto es que Ansel dio el primer paso para convertirse en padre con 40 años. “Entonces vivía en Barcelona, estaba muy a gusto, pero echaba en falta algo y decidí adoptar”, cuenta. En la reunión informativa recibió el primer revés. “Me dijeron: Tú, monoparental masculino, olvídate, lo tienes muy complicado”.
"Cuando fui a informarme me dijeron: Tú, monoparental masculino, olvídate, lo tienes muy complicado"
No fue suficiente para disuadirle. Realizó el curso y llamó a todas las entidades colaboradoras de adopción internacional. “Solo había una que cogía a hombres y para Rusia. Intercalaban nuestros expedientes con los de las familias biparentales. Para cuando fueron a meter el mío habían pasado ya cuatro años y Rusia paró las adopciones monoparentales”, relata.
Ni aun así se dio por vencido. “La entidad colaboradora habló con la Generalitat y tramitaron mi expediente por urgencia en Vietnam. Al de un año ya tenía la foto de Ekhi Hoa. Al de otro fui a buscarle”, detalla. En total, siete años de espera, que no vivió con especial angustia. “Había gente que se metía en foros: Ahora están dando en adopción en no sé dónde, o que me decía que recurriera a la gestación subrogada, pero hay muchos niños en el mundo. Esperé y ahí está la fiera”, concluye mirándole con orgullo.
La mañana que se conocieron, como Ekhi Hoa apenas tenía dos años y el proceso fue “brusco y sin transición”, hubo más lágrimas que sonrisas. Al caer la tarde, sin embargo, se aferró a su padre y ya no se separó. “Fue duro, pero tuvimos muy buena conexión. Se agarró a mí y ya no se quería ir con nadie. Le tenía que dar yo la comida, llevar yo en la silla, yo todo”, recuerda Ansel, que le está haciendo “un libro de la vida” a su hijo y todavía se conmueve al ver aquellas primeras fotografías.
"Yo hago y deshago"
De regreso a Bilbao, Ansel estuvo casi un año de excedencia cuidando a su hijo 24/7. “No podía ir a ningún sitio sin él. Lo llevé a una guardería muy pequeña, con ocho o diez niños, donde nos dejaron estar un mes juntos mientras se iba soltando un poquillo. Luego me pude ir yendo, al principio solo tres horas”, apunta.
Vamos, que se sumergió en la paternidad de lleno y sin socorrista. “Yo tengo que llevar todo el peso de la familia, con todos los trabajos que se tienen que hacer y con todas las decisiones que se tienen que tomar, pero, por otra parte, no las tengo que consultar con nadie. Yo hago y deshago”, sopesa y reconoce que a veces echa en falta contrastar opiniones.
“Ekhi Hoa está en una escuela libre en Landabaso y el año que viene tiene que pasar a secundaria. Para buscar el instituto me habría gustado compartir con alguien qué hacer: Si le metemos en este, es bueno esto y lo otro...”, señala. Algo que palía relacionándose con los padres y madres de los amigos de su hijo. “Nos apoyamos mucho y hacemos bastantes actividades juntos”.
Gestionar los conflictos
Mientras Ekhi Hoa lee un libro tumbado en el sofá, su padre confiesa en qué situaciones necesitaría tomarse un respiro. “Hay momentos en que estamos cansados, sobre todo a las noches, y sacamos chispas. Yo no tengo a otra persona para decirle: Encárgate tú ahora, ni puedo dejarle en el abandono. Tengo que apechugar y resolver el conflicto antes de irnos a la cama y a veces no es fácil. Está entrando en la adolescencia, en el ¿Por qué? ¿Porque lo digas tú? Y yo: Pues hay cosas que sí”, recrea.
Durante esas “disputitas” que se dan en todos los hogares se pregunta por qué se habrá embarcado en esta aventura, pero enseguida se disipa su duda. “Luego, cuando se pasa, dices: Ya sé porque me he metido en esto, porque estamos muy a gusto. Son muy pocos momentos y muy concretos”, aclara.
"Hay momentos en que sacamos chispas y no tengo a otra persona para decirle: Encárgate tú ahora"
En ocasiones también le gustaría “poder decir: Quédate esta tarde con él para ir al cine o quedar con alguien”, pero son las menos, porque “ya me he acostumbrado”. Aun así, corrobora, tener un hijo en solitario “te limita totalmente”, sobre todo por cómo ha decidido criarle.
“Un amigo que también adoptó me decía que lo llevara a un macrocolegio con tropecientos mil niños: Van a las ocho de la mañana y hasta las cinco de la tarde no vienen. No es el tipo de educación que quiero que reciba, con la parte humana un poco perdida. Ekhi Hoa a las tres y media está de vuelta, le tengo que hacer la comida todos los días. Estoy muy contento, pero ha sido muy costoso. Mi vida social, cero patatero casi”, comenta.
“Le tengo que hacer la comida todos los días. Estoy contento, pero cuesta. Mi vida social, cero patatero casi”
Ansel trabaja a turnos y tiene “la suerte” de que se los cambian a las mañanas. Se levanta a las cinco y media, a las tardes está ya “zombi” y se acuesta temprano, como su hijo. Los días que libra entre semana aprovecha para hacer compras, la casa o yoga. “Me da bastante vidilla”, valora.
No obstante, necesita ayuda. “Viene una chica para darle el desayuno y está con él los fines de semana que trabajo. También tiro de mis padres. Siendo monoparental, necesitas red de apoyo. Si tengo que ir a trabajar una tarde, le digo a alguna familia conocida y Ekhi Hoa se queda a dormir con ellos”, explica poco antes de que llegue a casa una amiga con su hijo y una palmera que supondrá una mancha, en mitad de la semana, en su menú saludable.
“Para mí es gratificante todo”
Encajes de bolillos aparte, Ansel está tan satisfecho que hasta le cuesta decir qué le gusta más de la paternidad. “Para mí es gratificante todo, incluso cuando hay momentos en los que te enfadas y le mandarías por ahí y él a mí. Es que yo estoy muy a gusto con él”, reitera.
Conocer juntos nuevos destinos es una de sus pasiones. “Viajar con él es una gozada porque ahora ya tiene interés por las cosas. Hemos ido a Estados Unidos y muy bien. También fuimos a Londres con unos amigos míos, todos hablando en inglés, y estuvo con nosotros disfrutando del día”, destaca.
Sobre por qué Ekhi Hoa no tiene madre no ha tenido que dar muchas explicaciones -“la gente lo sabe y los nuevos son discretos-, salvo en la frontera de Holanda, a punto de embarcar hacia Estados Unidos. “Cuando el tío vio que iba solo conmigo, me preguntó: ¿No tienes ningún papel? ¿Dónde está la madre? Le tuve que explicar que soy padre monoparental, le enseñé mi carné de identidad y el de mi hijo: ¿Ves? Nuestros dos apellidos son iguales”, recuerda Ansel, que a veces echa de menos “la sensibilidad que tenéis las mujeres para con Ekhi Hoa”, pero se las apaña bien solo. De hecho, si no hubiese tardado tanto en adoptarlo, su hijo tendría un hermano con quien pelearse.
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