Agradecidos por la acogida de Joaquín Portillo García, gudari desde el comienzo, Jon Ortiz Domínguez y Rafa Arriola San Sebastián no cejan en su empeño por desenterrar lo ocurrido durante la contienda y que las víctimas descansen con la dignidad que el franquismo les arrebató hasta en la muerte. En este sentido, a finales de año se acometieron prospecciones en el cementerio carranzano de Ahedo que resultaron infructuosas.

Aranzadi realizó las catas a través de Gogora.

En catas efectuadas en Ahedo por la Sociedad Científica Aranzadi a través del Instituto Gogora confiaban en identificar las fosas en las cuales fueron enterrados un número indeterminado de milicianos y gudaris fallecidos en combates en el monte Kolitza y su entorno a finales de julio de 1937 en un intento republicano por recuperar posiciones. Las cifras bailan: “los franquistas cuentan 1.500 víctimas mortales, los republicanos 500”, compara Jon Ortiz. De cualquier manera, se produjo “una escabechina” de tal magnitud que se dio fuego a algunos cuerpos porque no había tiempo para sepultarlos, mientras que los heridos fueron transportados al balneario de Molinar, reconvertido en hospital. Por testimonios recabados creen que “a los que ya llegaban muertos los inhumaban en el cementerio de Ahedo y, a los que fallecían allí, en el de Biañez”. En este último, “existen referencias de fosas e incluso actas de enterramiento de personas que fallecieron en el balneario de Molinar”, pero no se ha profundizado sobre el terreno”.

Testimonios

María Iparraguirre Palacios relata en el libro que “los camilleros bajaban a los heridos en San Roque por los ilsos de Ribacoba a Sobrepeña” alumbrados con un farol, entre otros por un tío suyo. Personas “como requisadas para ayudar en lo que les mandaban”. El destino era el cementerio de Ahedo, donde aguardaban “dos grandes fosas a las que tiraban a los que morían, unos encima de otros”.

Ofelia Torre refiere lo que su padre vivió tras la batalla en Kolitza cuando acompañó a un tío en busca de sus vacas: “Llegaron hasta la explanada de San Roque, decían que había una hoguera con cadáveres. Como no se habían acabado de quemar del todo, vieron botas con pies dentro todavía. En una fuente, cuando iban por el camino, se toparon con un soldado que se había sentado a curarse. Se le había soltado la venda y se desangró. Allí permanecía… como una momia”.