Cuando se viaja en el metro de Bilbao, las prisas y las aglomeraciones protagonizan unas instalaciones que para los usuarios se constriñen únicamente a las estaciones y sus accesos a la superficie. Pero el suburbano que circula bajo tierra es mucho más. Son largos túneles que conectan los andenes, pozos de bombeo, salidas de emergencia, aparcaderos de trenes y mucha actividad nocturna de mantenimiento y vigilancia de más de 120 empleados para que durante el día el transporte público que el año pasado movió más de 92 millones de personas funcione como un reloj.

La inspección realizada por varios técnicos del suburbano el pasado día 22 de febrero de cara a la carrera nocturna Underrun, que el metro celebrará esta próxima madrugada de domingo a lunes, permite adentrarse en estas entrañas que recorren parte de la metrópoli como si de un gran gusano se tratara.

Es un viaje fascinante que muy pocas personas han protagonizado a lo largo de un trayecto tan largo, cerca de ocho kilómetros que separan las estaciones de Moyúa y Ansio, y donde descubres pequeños secretos, anécdotas curiosas y unos espacios que lejos de los tópicos peliculeros están muy limpios, no huelen mal y la temperatura es agradable.

El recorrido arranca en Moyúa por vía 1, la que discurre por la derecha en dirección a Ansio. La luz de las luminarias que inundan los andenes se oscurece al entrar en un túnel que mantiene como guías para el transeúnte largas fluorescentes a derecha e izquierda, una cada 20 metros. Dos pares de rieles marcan la senda central por la que el extrañado peatón encuentra alcantarillas cada 50 metros. Por debajo discurre el gran colector que recoge las aguas que llegan del terreno y que se complementa con dos canales laterales abiertos a la vista. Al lado de cada uno, una pequeña acera discurre pegada a las paredes abovedadas para cuando sea necesaria la evacuación de pasajeros si un convoy se queda tirado.

Corre una ligera brisa antes de llegar a la estación de Indautxu. A la izquierda, una empleada se afana en limpiar el suelo a la vez que se extraña de la presencia de la comitiva. Es muy diferente ver la estación a ras de andén. Te hace sentir pequeño ante el espectacular diseño arquitectónico de Sir Norman Foster.

El servicio de limpieza actúa en las estaciones durante la noche, única hora a la que es posible.

La galería que conecta la siguiente parada de San Mamés arroja la primera sorpresa de la noche. Caída en un lateral, una técnico del metro halla con cara estupefacta un tarjetero con el DNI de una mujer y su barik en el interior. Nadie se explica cómo ha podido llegar a este punto, prohibido para los viajeros, esa documentación. Se recoge y se enviará al servicio de atención al cliente para su devolución y para desentrañar el misterio. El túnel prosigue y se viste con pequeñas escaleras colgadas de la pared para acceder a las luminarias elevadas, tiras de led a la altura de la rodilla que se activan en caso de emergencia y carteles indicativos de la distancia existente hacia las estaciones aledañas.

Superada la parada que conecta con Renfe, tranvía y Bilbao Intermodal, se nota cómo la humedad envuelve el ambiente al empezar a bajar hacia las inmediaciones de la ría, por debajo del barrio e Olabeaga. Los terrenos de aluvión que lindan por debajo con el cauce empapan el contorno de la caverna quedando buena prueba de ello en grandes ronchones de perímetros blancos e interiores oscuros que salpican suelos y paredes de la galería.

Otra sorpresa. La construcción de hormigón o subfluvial que permite la circulación de trenes bajo el cauce de la ría. Dividida por un alargado tabique central parece mentira que cada 2,5 minutos en hora punta circule un metro. La estrechez de ambos conductos apenas deja unos centímetros a ambos lados de los convoys.

El recorrido se empina ligeramente dando una curva para alcanzar la estación de Deusto. Unos metros antes los empleados de una contrata cambian el apoyo de las traviesas para reducir el ruido al circular los trenes. La labor de mantenimiento es constante durante la noche, las apenas siete horas diarias libres existentes mientras no hay servicio a los clientes. Se deja atrás el ambiente húmedo al adentrarse el recorrido de nuevo en el interior. Las grandes mantas o paños colocados en tramos verticales en las paredes curvas del tubo evitan también que el agua supure, aunque no siempre es posible y alguna gotera cae de la clave de la bóveda.

Sarriko deja atónito

La impresionante estación de Sarriko asoma al fondo. Su gran pasillo central acogota al extraño peatón que anda entre vías. Es imposible evitar fijarse en la suciedad acumulada en gran parte de los paneles de hormigón que componen las paredes, estas verticales, de la estación. Es un debe en el alto nivel de aseo del suburbano causado al impregnarse en el material poroso de las grandes piezas rectangulares el grafito generado con el paso del pantógrafo que aporta energía a los trenes y las partículas que se desprenden en el proceso de frenado.

El túnel se va ensanchando antes de llegar a San Inazio, el nudo ferroviario donde confluyen las dos líneas del suburbano. Cruces de vías, enclavamientos y dispositivos electrónicos ocupan casi toda la superficie y dificultan el paseo. Hay que saltar y evitar torceduras de tobillos, sí o sí.

A la derecha, un convoy del metro duerme en una vía muerta, igual que otro pegado al andén central y un tercero más adelante, donde se bifurca el tronco común de Bilbao y crecen independientes la línea 1 y 2.

La peculiar excursión toma el túnel que se dirige a Ezkerraldea y una puerta llama la atención en la pared por su aspecto nada usual. Otro hallazgo. Cuando se construyó el trazado del suburbano se tuvo que atravesar la antigua estación bombeadora de Elorrieta y su depósito de agua. Un aljibe que está controlado por Metro Bilbao constantemente para que su nivel no supere el de las vías y las inunde, algo que consiguen con una potente bomba extractora que saca el agua necesaria a la superficie.

La marcha continúa con más vigor gracias a la pendiente que baja constante. Arranca el recorrido más largo del metro sin estaciones, cerca de tres kilómetros de longitud, que atesora como hito el punto más profundo de todo el suburbano en poco más de un centenar de metros rectos. Son justo los que se ubican por debajo del cauce de la ría cuyo fondo transcurre por encima de nuestras cabezas a 12 metros de altura. Como una casa de tres alturas y planta baja. Casi nada. Una placa identificativa con las palabras “EJE RÍA” marca el hito.

Es el punto más profundo del trazado bajo el cauce de la ría entre las estaciones de San Ignacio y Cruces.

Si la galería ha bajado desde la margen derecha ahora sube hacia la izquierda y es cuando se nota porque el metro tiene que acelerar más cuando cubre esta parte del trazado en dirección a la estación de Cruces. El 5,8% de pendiente tendida hace perlar la frente de sudor cuando se llega a esta peculiar cumbre.

En el trayecto se nota que la línea 2 del suburbano se construyó casi una década después de la primera con luminarias más intensas, paredes del túnel más secas y el efecto panza de burra en las estaciones. Se trata de un aporte constructivo que permite a los trenes llegar en subida hasta los andenes a menor velocidad para evitar frenar en demasía y después partir en bajada sin tener que acelerar demasiado. Una forma de ahorrar energía que, tacita a tacita, embolsa muchos euros. La estación de Gurutzeta / Cruces es la primera prueba de ello. El recorrido busca su meta dando una curva amplia hasta encontrarse con Ansio, otras de las paradas del metro únicas por su construcción y estructura, por los ventanales que dan luz desde lo alto y por sus empinadas escaleras mecánicas. Es la conclusión de un camino de más de 25.000 pasos de viaje subterráneo que, sin duda, deja huella.