“Además de respetarla, la querían mucho. Yo trabajé aquí y cantidad de gente me venía a decir que le deben la vida...” María de la Encina Bringas no podía contener la emoción en el acto de homenaje a su madre: doña Avelina Palacio (1914-2008), la primera mujer farmacéutica titulada en Balmaseda, un referente cercano que ha protagonizado los actos de este año con motivo del Día de la Mujer y la Niña en la Ciencia. Su nieta, Itziar Agirre Bringas, perpetúa su legado en el establecimiento, que ha trasladado de la calle Correría a la plaza de San Severino.

“Más que una pionera”, teniendo en cuenta la época en la que vino al mundo. “Empezó a estudiar Bachiller a los 10 años en el Instituto de Gasteiz, situado en el edificio que actualmente alberga el Parlamento Vasco”. Quizás por influencia de su padre, que había regentado una farmacia en Artziniega, ella y dos de sus hermanas optaron por seguir sus pasos.

En una sociedad sacudida por la Primera Guerra Mundial y luego la guerra civil, “al terminar este conflicto Franco decretó un Aprobado General” ante la necesidad urgente de farmacéuticos. Sin embargo, Avelina se negó a acogerse a la medida y decidió demostrar su valía finalizando sus estudios en Santiago de Compostela. Se licenció en 1941. Después, en Madrid obtuvo el título de inspectora de Sanidad.

Recaló en el municipio cántabro de Ramales cubriendo “una sustitución hasta que el hijo del titular de la farmacia, que había fallecido, acabó la carrera”. De ahí se desplazó a Menagarai, “cerca de Artziniega”, donde permaneció poco más de un año. Hasta que “mi aitite avisó de que se vendía la farmacia de Balmaseda”, rememora Itziar.

Desde 1944 en Correría

Allí se instaló Avelina en 1944, cuando la villa contaba con “alrededor de 4.600 habitantes”, explicó Alma Enguidanos. Más de la mitad de la población procedía de fuera, en especial de los municipios por los que discurría el tren de La Robla, que transportaba carbón para la siderurgia. Además de una pujante industria ferroviaria que incluía “los talleres de Feve” existían “talleres de madera, de muebles o la fábrica de Fabio Murga”. Balmaseda no le resultaba ajena a la familia puesto que el padre de Avelina había ejercido “en la farmacia de la calle Pío Bermejillo, en el casco histórico, en la que estuvo trabajando el famoso escritor León Felipe”.

“No ocurría como ahora”, recordó su hija. Ella misma efectuaba análisis de sangre. “Me contaron historias de cómo, por ejemplo, se presentó a medianoche en una casa y aconsejó a la familia de un niño enfermo que le llevaran inmediatamente al Hospital de Cruces” en un contexto de represión por la dictadura franquista y estrecheces económicas. “A quienes pasaban necesidad y no podían pagarse los medicamentos, no se los cobraba y no me lo ha dicho mi ama, sino los vecinos”, relató.

Tampoco le tembló el pulso al desafiar al alcalde para proteger la salud de los balmasedanos y balmasedanas. “Tenía unos buenos arrestos”, explicó su hija, orgullosa. Ordenó clausurar las fuentes de la plaza de San Severino, “donde la gente se abastecía entonces” cuando advirtió que el agua estaba contaminada. Marchó “inmediatamente” a Bilbao y regresó con el respaldo del Departamento de Sanidad.

Avelina Palacio “nunca se jubiló, falleció a los 94 años” a tiempo de ofrecer a su nieta, Itziar Agirre Bringas, que siguiera adelante con la farmacia. Nacida en Barcelona, se mudó a Balmaseda a los 25 años y, a día de hoy, regenta la botica de la plaza de San Severino sin perder de vista que “necesitamos formarnos día a día”.

Referentes cercanos

Las protagonistas de una exposición. BALMASEDAKO UDALA

Intervino en una mesa redonda junto con otras científicas de la villa en un formato que ya se puso en práctica el año pasado. La ingeniera informática Amaia Blanco Ortega rememoró cómo “en una clase de cien personas, únicamente diez éramos mujeres”. Pese a que el porcentaje se ha ido nivelando “nos cuesta acceder a puestos de mayor dirección”. Ilene Val Dávila animó a perseguir la vocación incluso cuando se asuma que se llega tarde por la edad. “Después de cursar un grado superior, a los 29 compagino mi trabajo con el primer año de Química a distancia”, compartió. La genetista Nadia Osegui, estudiante predoctoral, señaló que “se dice que se invierte en investigación más de lo que se invierte”. “Desde niña quiero ser científica. Me encantan las Matemáticas. ¿Hay que aprender idiomas?”, se interesó una joven del público ante las sonrisas de sus interlocutoras. Sólo con eso, objetivo cumplido.