El pasado 17 de noviembre fue el cumpleaños de Juan Luis Ajuria, pero su familia lo celebró sin él. “Compramos una tarta, pusimos un montón de velas de colores y las soplamos entre todos”, cuenta su hija Isabel. Tampoco pudieron darle un regalo, así que su mujer, Montse Ramos, lanzó para homenajearle una rosa a la ría. El lugar escogido no fue casual. A su marido se le perdió el rastro el 28 de septiembre en El Arenal y tres meses y medio después de su desaparición se temen lo peor. “Nosotros pensamos que pudo caer a la ría accidentalmente, pero la certeza no la tienes”, lamenta su hija, intentando salir a flote, como el resto de la familia, en un mar de incertidumbres.

En el salón de su domicilio, junto a las Calzadas de Mallona, hay dos retratos de Juan Luis, un hombre enfermo de Parkinson que, a sus 78 años, salió una madrugada de su casa para no volver. En una de las imágenes posa solo. En la otra lo rodean con cariño sus dos nietos. Tristemente su rostro traspasó hace unos meses esos marcos familiares para propagarse, como la pólvora, por los teléfonos móviles de medio Bilbao. “Mi hermano puso su foto en las redes y la gente se volcó. En las primeras horas ya había circulado la noticia por todos los lados”, cuenta Isabel, enormemente agradecida, al igual que su madre y su hermano, a todos los ciudadanos que les han ayudado. “Además de difundir, la gente salió a buscar: familiares, amigos, vecinos y cientos de personas que no conocemos de nada. Nos llamaban para decirnos: Hemos mirado por toda La Peña o desde Atxuri hasta San Inazio por los dos lados de la ría. La gente peinó todo Bilbao. Si hubiese estado en tierra, lo habrían encontrado”, se muestra convencida Isabel, abrumada aún por ese aluvión de solidaridad. “Íbamos a poner carteles y ya estaban puestos. Nos hemos sentido arropadísimos. Ha sido increíble. No nos han dejado solos ni un segundo”.

Acompañadas, pero sufriendo una dolorosa ausencia, de la que hasta hace una semana no podían ni hablar, madre e hija recuerdan el día en que se paralizaron sus vidas. Aquel jueves en el que Juan Luis se marchó, mientras su mujer dormía, vestido con la ropa de casa: unas zapatillas que parecían mocasines, camisa de cuadros y pantalón y chaqueta azul marino. “La enfermedad del Parkinson viene junto con un deterioro cognitivo. Es muy habitual que estén agitados por la noche y esa noche se escapó de casa. Ha sido un accidente, porque más atendido de lo que estaba mi padre es imposible. Esto le puede pasar a cualquiera”, afirma Isabel, quien aclara que siempre salía a la calle acompañado y que no quería llevar móvil. “Como en vez de coger, colgaba todo el tiempo, decía que estaba estropeado. No es un niño al que le pones un reloj. Es una persona adulta que tiene sus momentos de lucidez: No lo voy a llevar y no lo llevo. Y ¿qué haces?”.

Era la primera vez, desde que enfermó, que Juan Luis traspasaba el umbral de la puerta solo. Y, dado el tiempo transcurrido, su edad y su estado de salud, temen que fuera la última. “Es muy duro porque las personas con estas enfermedades no sabes la reacción que van a tener. No se puede prever. Él no estaba ni para ir a una residencia ni para estar en casa. Tenía momentos que era un encanto de hombre”, dice Montse con la mirada brillante. De hecho, se duchaba y vestía por sí mismo, detalla su hija. “Para lo básico era autónomo. Había que estar pendiente, pero nada nos hacía pensar que iba a ocurrir esto. Nadie se lo imagina”. Ni en la peor de sus pesadillas.

Nada más despertarse, la mujer de Juan Luis se alertó. “A las siete y media ama ya estaba llamando a los municipales, la Ertzaintza, el hospital...”, enumera Isabel. “Seguido le llamé al conserje para que mirara las imágenes de la cámara y saber si había tirado escaleras para arriba o para abajo. Tiró para abajo, hacia el Casco Viejo, que era su entorno habitual”, cuenta su madre. Las grabaciones arrojaron algo más de información. “Fue sobre las cuatro y media o cinco de la mañana y se ve que se había peinado, aunque no se dio cuenta de que iba con la ropa de casa, porque era muy presumido. Presumido y yo, que las 24 horas del día estaba con él”, comenta Montse.

La familia enseguida se puso en marcha. “A las nueve menos cuarto yo ya estaba en el Casco Viejo buscando”, dice Isabel. “La Ertzaintza nos dice que en las últimas imágenes de él en las cámaras se le ve entrando en El Arenal. Todo apunta a un accidente, aunque tampoco hay ninguna pista real de que haya podido ocurrir eso”, reconoce.

Pese a no haber hallado ni rastro de Juan Luis, la familia sospecha que descansa bajo el agua. “Aquel día había mareas vivas. Nos cuesta creerlo, pero la Ertzaintza nos dice que podría haber llegado al mar. Nosotros pensamos que iba a aparecer el cuerpo en la ría. De hecho, llevamos viviendo en Bilbao toda la vida y de toda la gente que se cae o se tira a la ría acaban encontrando el cuerpo”, argumenta Isabel.

Las búsquedas de la Ertzaintza, hasta ahora, han resultado infructuosas. “Sacaron un día el barco ya pasada una semana. Miraron también efectivos con marea baja por los túneles que quedan a ras de la ría y no encontraron nada. Esperamos que la Ertzaintza siga buscando en la ría y en la costa porque todavía estamos a tiempo de encontrarle de una manera o de otra”, confía Isabel, para quien, como familiar de una persona desaparecida, todo esfuerzo resulta insuficiente.

“De estar en shock a sobrevivir”

Caen las lágrimas y las páginas del calendario y la mujer e hijos de Juan Luis tratan de sobreponerse. “Hemos salido a buscarle, luego hemos estado casi dos meses en shock y ahora estamos empezando a sobrevivir”, avanza su hija, que, como el resto de su familia, ha hecho de tripas corazón para celebrar las navidades porque “hay niños en casa”.

El cansancio, no obstante, ha hecho mella. “Estamos agotados. Isabel está sin trabajar, mi hijo también... Es que hay que vivirlo. Por ley de vida unos se marchan antes y otros después. Te mueres, haces un funeral y sigues el duelo, cada uno como pueda, pero es que esto no te deja. La terapia no sirve”, lamenta Montse y su hija lo confirma. “Nosotros tenemos ayuda psicológica, pero si no es un psicólogo que haya tenido algún caso de desaparecidos como el nuestro, al final no sabe por dónde tirar. Sabemos lo que es un duelo porque nos ha faltado gente antes y esto no es un duelo, es otra cosa”, recalca, consciente de que “va a pasar un tiempo hasta que podamos hacer vida normal”.

Tres meses y medio después de hacerse el vacío en su butaca, ambas ansían tener noticias de Juan Luis, aunque el desenlace sea fatal. “Que sea lo que sea... Una persona de su edad, que llevaba diez euros y una Barik que no se usó en ningún momento, ¿a dónde va a ir?”, se pregunta Montse, temiéndose la respuesta. “La Ertzaintza dice, por las cámaras, que no deambula por el Casco Viejo perdido, sino que va directamente a El Arenal y ahí se termina el rastro”, detalla Isabel. El rastro y, con él, la esperanza.

“Hemos estado 51 años juntos. Vivo no lo vamos a encontrar, solo espero cerrar esta puerta”

A su hija le preocupa ahora que el caso de su padre se asemeje al de Luis Freire, el hombre con un principio de demencia que el 26 de junio de 2019 salió de su domicilio, en el barrio Andramari de Begoña, para ir a cortarse el pelo y fue visto por última vez en la Plaza Arriaga. Sus restos fueron hallados un año después detrás del edificio de Iberdrola, en un sendero camino al Pagasarri. “El caso es clavado y ese señor recorrió todo Bilbao”, comenta. En su mente se abren nuevas hipótesis y necesita descansar. “La gente nos tiene cariño y quiere saber, pero tengo 400 whatsapps de ¿Se sabe algo?”.

A Montse también le urge terminar con la angustia de no saber dónde reposa su compañero de vida. “Hemos estado 51 años juntos sin separarnos. Vivo no lo vamos a encontrar, solo espero cerrar esta puerta”, dice sin poder contener las lágrimas. Amarrados de nuevo los sentimientos, recuerda con un esbozo de sonrisa lo “detallista” que era su marido y “lo pendiente” que estaba de ella, “cómprate esto y lo otro”. Ingeniero industrial de profesión, Juan Luis trabajaba en una empresa americana y se prejubiló con 56 años. “Desde entonces, viviendo la vida, aunque no se quería quedar en casa. Se apuntó a Filosofía, Historia de Bilbao y, cuando ya no tenía las clases, nos íbamos a Egipto, Turquía, Capadocia... Era muy culto y educado. Leía muchísimo. Últimamente ya no tenía la cabeza y cogía las cintas de música. Hemos tenido una vida, pero el final...”.