Bajo el influjo de la emblemática cima de Gorbeia, a cuyo Parque Natural pertenecen las localidades de Zeanuri, Areatza y Artea, el valle de Arratia atesora en toda su amplia extensión un rico patrimonio natural, material e inmaterial que aún conserva ejemplos de la esencia de las poblaciones rurales de antaño y la evolución y modernización que experimentó la comarca en la primera mitad del siglo XX, durante el periodo de funcionamiento del antiguo tranvía (1902-1964). Además de favorecer el transporte de mercancías, trasladaba diariamente a muchos arratianos a las fábricas emergentes de Galdakao, Basauri o Bilbao, pero también acercó a los bilbaínos al valle de Arratia atraídos por los beneficios de las aguas termales de sus balnearios o para disfrutar del montañismo. Un intenso intercambio cultural y de modos de vida que han forjado el carácter de sus habitantes, orgullosos de sus raíces y costumbres y de un paisaje que muestra la huella dejada por los humanos a lo largo de la historia.

Piedras, cuevas, mitos y leyendas

Conformado por 9 enclaves poblacionales (Arantzazu, Areatza, Atea, Bedia, Dima, Igorre, Lemoa, Ubide y Zeanuri) el valle de Arratia es, por un lado, un rincón de Bizkaia cargado de simbolismo, un entorno mágico donde aún afloran los mitos de sus antepasados convertidos en leyendas. Ejemplo de ello es el conocido como el pedrusco de los jentiles en Arantzazu que, hoy en día, aún se puede ver en un punto del cauce del río. Tal y como relata Juan Manuel Etxebarria Ayesta, miembro del grupo Etniker-Bizkaia de Etnografía de José Miguel de Barandiaran. “En el pueblecito hay un puente, entre la presa y el molino. En el lado izquierdo hay una gran encina que protege el puente, pero por el otro se rompía a menudo con las riadas. Entonces, sus pobladores decidieron ir a Itzina a pedir ayuda a los jentiles. Estos accedieron y arrancaron un gran trozo de roca y turnándose trajeron a hombros el pedrusco desde Itzina, pasando por Zeanuri, Areatza y Artea, hasta el puente de Arantzazu. Una vez allí, colocaron la roca en la parte derecha del puente y, santo remedio. Los vecinos de Arantzazu, en agradecimiento regalaron a los jentiles un rebaño de ovejas y un saco de harina de trigo para cada uno de ellos. Los jentiles, contentos por los regalos, iniciaron el regreso a Itzina”.

Esa fascinación por las criaturas mágicas se da también en Dima en dos bellos escenarios rocosos esculpidos durante miles de años por los elementos de la naturaleza: el arco natural de Jentilzubi considerado como el puente por el que desfilaban los gigantes de la mitología vasca para trasladarse, de un monte a otro, evitando la presencia humana; y la cercana cueva de Baltzola que, aseguran, es el refugio de Sugoi, el esposo de la diosa Mari, y cuyo entramado de galerías alberga maravillosas estalactitas y estalagmitas.

Una arquitectura marcada por la huella humana

Y, paradójicamente, en Dima se encuentra también el caserío Antzasti, reconvertido por las hermanas Cristina y Elena Amezaga en una casa-museo etnográfico que permite realizar un viaje simbólico de lo tradicional a lo moderno, de la vida rural al influjo de la belle epoque bilbaína que afloró en paralelo a la revolución industrial y al funcionamiento del tranvía.

Esa evolución histórica experimentada por la comarca se evidencia claramente en la villa Areatza, fundada en 1338 por Juan Nuñez de Lara, Señor de Bizkaia, para garantizar “la protección del Camino Real que unía la meseta castellana con la costa y, sobre todo, el control y el gravamen de los productos que circulaban por dicha vía” y que destaca por su casco antiguo, declarado Bien Cultural con la categoría de Conjunto Monumental en 1996. Sus inmuebles suponen una mezcla de edificios de una arquitectura rural y a la vez urbana como es el caso del Palacio Gortazar, situado en la plaza del Ayuntamiento y considerado el edificio más aristocrático de la localidad, la propia casa consistorial de estilo neoclásico o su famoso balneario. Pero al margen de su trazado urbano, sus sendas y rutas llevan al visitante a descubrir otro tipo de patrimonio, igualmente de interés, como un dolmen, un nevero, un calero o un pequeño humedal.

Y es que, sin duda, la naturaleza impregna de belleza, de etnografía y de historia todos los rincones de Arratia que tiene en Ubide, un pequeño pueblo localizado en la frontera entre Bizkaia y Araba, la singularidad de ser la localidad ubicada a mayor altura de Bizkaia (581m). Allí aún se pueden ver los restos de una calzada medieval que cruzaba el enclave pasando junto al ayuntamiento para dirigirse hasta la iglesia de San Juan, del siglo XVI, apreciar la esencia del baserri tradicional en los caseríos Landazabal y Latxa e incluso encontrar un llamativo vestigio de modernidad en La Casa Aréchaga, de clara influencia inglesa y que fue diseñada por Alfredo Acebal, arquitecto del teatro Campos Elíseos en el ensanche de Bilbao.

Entre iglesias, ermitas y molinos

Junto a todo ello, la arquitectura religiosa está especialmente presente en Arratia. De hecho, de los elementos patrimoniales más queridos de la pequeña localidad de Artea es la ermita de San Miguel de Elexabeitia, un edificio modesto en sus dimensiones y materiales constructivos, como corresponde a un templo que servía, en sus orígenes, a una comunidad rural de tan solo treinta familias de labradores. Su fundación se remonta a algún momento de la Edad Media de sus elementos destaca el pórtico envolvente, la torre de campanas adosada a su fachada delantera y una arquitectura singular que tiene en las estructuras de madera su principal punto de interés.

En Bedia, además del atractivo de sus pequeños barrios, se alza en su plaza la iglesia de San Juan Bautista construida hacia el año 1745 y que consta de una nave con bóvedas, tres altares, atrio y espadaña. En el núcleo principal de Igorre, el barrio de Elexalde, se halla la iglesia parroquial de Santa María con retablos de diversos estilos y entre sus numerosas ermitas resalta la de San Cristoval de Elgezua, de la época medieval y estilo románico tardío.

Esparcidas en las siete cofradías o barriadas de las que consta la localidad, Zeanuri presume de un gran y destacado patrimonio arquitectónico religioso compuesto por dos parroquias (Andra Mari con su imponente retablo de más de Más de 80 representaciones de santos, virtudes o personajes bíblicos y Santiago de Ipiña) y 19 bellas y queridas ermitas protagonistas de una ruta que tiene lugar cada primer sábado de septiembre. Muy querida es, sin duda, la ermita de Nuestra Señora de las Nieves de Egiriñao, situada a unos 1.200 metros de altitud, y en donde se oficia misa el 31 de julio, festividad de San Ignacio.

Y si de algo se enorgullece Zeanuri es de una actividad económica ligada, en el pasado, a los molinos puesto que a finales del siglo XIX llegó a tener 18 de estas construcciones y 6 ferrerías. Su importancia y puesta en valor tiene como referente la marcha popular que se realiza en mayo y que, a través de un itinerario de 18 kilómetros, pasa junto a 8 molinos, algunos de ellos se pueden incluso visitar y ver en funcionamiento.

Por su parte, Lemoa pone el foco en un duro capítulo de su historia más reciente a través del sendero Lemoatxa 1937 que discurre entre las trincheras que comenzaron a recuperarse en 2012, una ruta circular que arranca en el parque 1936 urteko gudarien parkea, pasa junto a la casa torre Aldape,el área recreativa de San Antolín muy cerca de donde se encuentran las trincheras, la cima de Lemoatxa, la bucólica ermita de San Antolín, un antiguo calero o la iglesia de Santa María de Lemoa.

En definitiva, toda Arratia es un gran museo al aire libre, sin olvidar sus bosques de hayas centenarias, sus humedales, sus formaciones karsikas y su gran emblema, la Cruz de Gorbeia, símbolo del montañismo vasco y cuyo primer proyecto constructivo fue impulsado por el cura de Zeanuri, Juan Bartolomé de Alcibar, encargado también de promover la colecta popular que financió su coste.