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Zalla agradece en un libro las lecciones vitales de generaciones de maestras del municipio

“Nos prepararon para el mundo, eran adelantadas a su tiempo”

Zalla agradece en un libro las lecciones vitales de generaciones de maestras del municipio

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Lo que se aprende y cómo se aprende puede influenciar toda una vida. Cuántas cambiaría Angelita Berroeta, que impartía clase a las chicas en Aranguren para que aspiraran a algo más que ser esposas y madres, a puestos cualificados… O Alberta Retana que, contra los dogmas del franquismo, inculcaba a sus alumnas que continuaran formándose. Estas y otras muchas queridas maestras de Zalla reciben su merecido homenaje en forma de libro editado por el Área municipal de Igualdad y presentado a finales de marzo en un repleto Zine Antzokia. El segundo, tras el dedicado el año pasado a las trabajadoras de fábricas de la localidad.

“Incluso en aquellos momentos en los que para las mujeres costaba tener vida laboral, su labor ha sido absolutamente fundamental”, remarca el alcalde, Juanra Urkijo. “Trabajaron en la sombra de manera incansable, resolutiva, con entrega y determinación, a pesar de los vaivenes políticos, la invisibilidad social y sufrir desigualdades por cuestiones de género”, lamenta la concejala de Igualdad, Oihane González. Las experiencias en las aulas de más de una decena de centros nutren las páginas del libro con abundante material gráfico, obra de la empresa Novélame.

Con Franco: no adoctrinar

Los Basualdo “acordaron crear una Fundación de Capellanía y Escuela de Primeras Letras que inició su actividad el 1 de marzo de 1767 en una casa frente a la iglesia de Santiago de Otxaran”, cuenta Marta Zaldibar, de Novélame. La escuela más antigua de Zalla. Establecieron como prioridad “que la formación resultara gratuita”, explica Koldo Gallarreta, descendiente de la familia, a expensas del patrimonio de Antonio y Francisco Basualdo, residentes en Madrid. Allí recaló en los años cincuenta Tere Salazar, una profesora de Alonsotegi muy comprensiva con aquellos “hijos e hijas de familias obreras y a menudo labradoras que faltaban a clase porque las condiciones climáticas eran pésimas, había que ayudar en la siega o cuidar del rebaño”. Milagros Eguiño “nunca hizo rezar o entonar cánticos fascistas a su alumnado porque tenía claro que su misión consistía en enseñar y no adoctrinar”. A menudo, invitaba a la juventud a su casa para que disfrutaran de la naciente televisión, una anécdota que ilustra el tipo de relación. En 1974 cerró sus puertas para reabrir en 1997 como centro social. El equipo docente fue transferido a otros colegios de Zalla más grandes, como se repetiría en otras escuelas de barrio.

Mari Carmen Torres pasó en la de Sollano “casi treinta años que representaron la mejor etapa profesional de mi vida”. “El sitio, el ambiente…” la convencieron de quedarse a vivir. Se propuso “innovar en el aprendizaje de la escritura” sin dejar de escuchar a los niños y niñas “para que expresaran sus vivencias y estados de ánimo”. Formó equipo con su marido Miguel Bardeci. Cuando Miguel se jubiló, le sustituyó Germán Landeta, que se guiaba por la máxima de que “a un niño no se le podía pegar ni con una flor”. La escuela de Sollano había empezado sus cursos en 1934. Para 1980 el alumnado se concentraba en una única clase. A mediados de la década el edificio repitió el destino del de Otxaran: centro social.

Inculcando independencia

El núcleo central de Mimetiz anteriormente se conocía como El Corrillo, con escuela propia desde 1786 gracias al patrimonio del indiano Manuel Llantada. Los docentes debían guardar buenas costumbres, corregir a los escolares “con amor y amabilidad, sin aplicar castigos rigurosos ni palmearlos ni imponerles otro trabajo que llevar el cantarillo de agua de la fuente de Ligueti”. Con el tiempo, se construyó otro inmueble detrás de la iglesia, con capacidad para 120 estudiantes. Asunción Domínguez marcó a generaciones de niñas con su visión sobre la mujer “acorde a la que años después implantaría la República: daba igual el estado civil, importaba que estudiaran y trabajaran por su independencia y lo repetía pese a saber que a aquellas jóvenes las aguardaba el hogar o una fábrica”. Contrajo matrimonio con Germán Landeta, a quien habíamos dejado en la escuela de Sollano. “Maestra brillante, corazón sereno y un soplo de brisa”, Alberta Retana, integró en clase a Marifé Azkoaga, la hija con síndrome de Down de unos amigos cuando “el desconocimiento provocaba que este tipo de discapacidad supusiera la exclusión social”.

Se habilitaron aulas en el batzoki, los locales parroquiales o los bajos de la casa de los maestros para hacer frente al crecimiento demográfico de Zalla en postguerra. Maribel Portillo vivió esa falta de espacio a finales de los años setenta. Se respondió a la alta demanda con nuevas instalaciones: el colegio Mimetiz, el primer centro público de Enkarterri en implantar el modelo D. “Con el respaldo de las familias”, Irene Lana experimentó esa transición que llevó a Mimetiz a erigirse en “referente”. Cuando llegó integraban el equipo docente “quince profesores y al jubilarme sumábamos 42, tan solo en Infantil y Primaria”. Junkal Portugués dirigió Zalla BHI durante siete años abanderando “el tratamiento inclusivo de la diversidad y el fomento del euskera”. La necesidad de más superficie se repite, por eso pide que se agilicen las gestiones institucionales para levantar otro instituto.

Consejos prematrimoniales

El incremento de la población en Aranguren derivado de la industria, principalmente La Papelera, motivó que el Ayuntamiento de Zalla solicitara abrir una escuela en este núcleo en 1923. Tras la Guerra Civil, la casa grande de la plaza albergó una escuela mixta. Al cumplir los 7 años, los niños se trasladaban al colegio de los Hermanos Maristas en Lusa para aprender un oficio. Las niñas continuaban hasta los 14 años en una lonja municipal gestionada por Consuelo Robredo, tan apreciada que una de las principales calles de Aranguren lleva su nombre. La Papelera surtía de recursos, aunque a veces no bastaba y debían, por ejemplo, alumbrarse con velas. “Nos llevaban leche, mantequilla y queso para que nos alimentáramos bien. Nos prepararon para salir al mundo, con ellas aprendimos a ser mujeres. Cuando íbamos a casarnos, acudíamos a que nos dieran los últimos consejos, eran adelantadas a su época”, confiesa Esther Vegas, alumna.

La maestra consiguió que muchas niñas siguieran formándose con Angelita Berroeta, “una vecina que trabajaba en las oficinas de La Papelera en Bilbao que, al concluir su jornada, enseñaba gratuitamente mecanografía entre las 19.00 y las 21.00 horas”. En 1966 se inauguró otro edificio para dar cabida a un alumnado cada vez más numeroso: 221 escolares, con sucesivas ampliaciones hasta los años ochenta. Con la llegada de la democracia, cambió su nombre a Ibaiguren, activo hasta el 22 de junio de 2001 porque el progresivo declive industrial y el descenso en la tasa de natalidad fueron vaciando las aulas. Las instalaciones albergan ahora la sede de la Mancomunidad de las Encartaciones y la Escuela Oficial de Idiomas.

En La Herrera, otro giro de los acontecimientos ha devuelto la actividad docente a las escuelas Taramona, construidas con estética de caserío por el arquitecto Ricardo Bastida entre 1920 y 1924. Landabaso Eskola Aktiboa desarrolla desde 2016 un modelo que apuesta por “respetar la igualdad y la diversidad y que el alumnado experimente”, expresa Adrián García, uno de los profesores. En su primera etapa, asistían a clase niños y niñas, pero en aulas separadas, como era costumbre. Contaban con un museo que contenía “animales de pequeña envergadura disecados”. A su cierre, la Escuela Taller –cuya trayectoria también recoge el libro, al igual que la de la escuela de adultos– la rehabilitó como centro medioambiental hasta que el bullicio infantil invadió las estancias otra vez.

Convivir con una emperatriz

Desde la colocación de la primera piedra en 1903, en presencia del Obispo de Rochapton, Australia, el trasiego de libros nunca ha abandonado el centro, a excepción de la Guerra Civil, cuando lo transformaron en hospital. Nació como internado de élite en el que matricularon en los años veinte a las hijas de Antonio Maura, presidente del Consejo de Ministros con Alfonso XIII y los hijos de la última emperatriz de Austria y reina de Hungría, Zita de Habsburgo, que residió temporadas en el colegio de las Madres Irlandesas Zalla durante su exilio en Lekeitio, aconsejada por los médicos, en busca de aire puro. En los cincuenta se amplió con un anexo destinado a instruir gratis a niñas. Aquella escuela de Santa Ana pasó a manos privadas y actualmente aloja una vivienda. “De vez en cuando nos llevaban a la capilla del colegio grande”, rememora Marijose Vidal, primero estudiante que acabó dando clases en “el colegio de mi vida”. En los años noventa los Maristas adquirieron el centro.

“Hemos trabajado con absoluta libertad, hemos sido muy queridas, valoradas y respetadas”. En los reencuentros de antiguos alumnos y alumnas todavía se cantan los himnos de las casas Ávila –azul–, Javier –amarillo– y Loyola –rojo– que competían en los Sports, la fiesta de fin de curso de la etapa de las Irlandesas. La imagen de ella y otros profesores entrando en las clases para informar del puesto en el que se había clasificado cada equipo permanece entre los recuerdos más imborrables de muchas infancias.