Todos le conocen como Yu Ui-bae en la pequeña comunidad de Corea del Sur en la que vive; a los niños les encantaba pasear de su mano, dedos que no encontraban en sus padres, enfermos de lepra que la sociedad condenó y repudió por miedo al contagio. Él se convirtió en su amigo, su voz de aliento, el abrazo de consuelo cuando nadie les quería a su lado. El franciscano Luis María Uribe, natural de Gernika, ha sido condecorado por el presidente, Yoon Suk Yeol, por su dedicación a los enfermos de lepra del país, donde lleva más de 40 años atendiendo a este colectivo y otras personas con discapacidad grave en una comunidad en la provincia de Gyeonsang del Sur.

El franciscano ha sido uno de los 19 condecorados con la Medalla Nacional de Peonía por su “labor de mérito”, una distinción que el Ejecutivo concede desde hace algo más de una década a partir de cientos de candidatos que los surcoreanos propone cada año. A sus 76 años, Yu Ui-bae, su nombre local en Corea, es conocido no solo en la región en la que vive, sino en todo el país, en el que se le han rendido homenajes en más de una ocasión.

Casualidad, o no, los destinos de Uribe y Corea del Sur parecen estar unidos desde la infancia. Siendo apenas un niño, con cuatro o cinco años, escuchó en la radio de su Gernika natal hablar de aquel lejano país, sumido en una cruenta guerra. “Desde entonces, la palabra Corea ha estado en mi corazón”, ha reconocido en alguna ocasión.

El vizcaino ingresó en los franciscanos con 10 años, en el seminario de Arantzazu. Su vocación siempre había sido servir como misionero. Antes de llegar a Corea del Sur, fue destinado a un pueblo de Bolivia junto al lago Tititaca. Un sacerdote que había viajado de China al país coreano les visitó una noche y les contó las necesidades que existían allí. Junto a otros diez frailes, Uribe lo tuvo claro: había llegado su momento.

Sorok, isla maldita

Llegó a Corea del Sur en 1976 y pasó los primeros años aprendiendo el idioma y sirviendo en diferentes zonas del país. Hasta que conoció Sungsimwon, una comunidad creada en 1958 por los frailes franciscanos para atender a los enfermos de lepra, un colectivo especialmente repudiado en la sociedad de aquellos años. 

El poblado, al que llegaban los enfermos que era rechazados por sus familias y expulsados de la sociedad, llegó a acoger más de 600 habitantes y, junto a una isla donde vivían tres misioneras de Suiza, era uno de los dos lugares de acogida más grandes del país. La persecución que sufrieron los enfermos de lepra en Corea del Sur fue escalofriante; el miedo al contagio les estigmatizaba de por vida e incluso llegó a habilitarse una isla, Sorok, a la que eran enviados para su confinamiento, un lugar terrible donde se experimentaba con ellos y fueron masacrados.

Cuentan algunas crónicas que era habitual verle rodeado de niños, que le cogían la mano casi de forma obsesiva. “Quizá porque, debido a que las habían perdido a causa de la enfermedad, no podían tocar las de sus padres”, cuenta. Toda su vida la ha dedicado a acompañarles, cuidarles, ser una mano amiga y una voz de ánimo cuando todos los demás les habían abandonado; incluso, aprendió a vestirles como mandan sus tradiciones al fallecer. “Comenzó cuando alguien en Seongsingwon falleció durante la noche y no teníamos a nuestro especialista habitual en vestir a los muertos con nosotros. Desde entonces, aprendí a vestirles y lo he estado haciendo durante los últimos años”, explicó en un reportaje que le dedicó el diario Korea Joong Ang.

"Solo soy su amigo"

Hoy, con unas políticas más inclusivas, en la comunidad de Sungsimwon cada vez quedan menos habitantes; de hecho, Uribe, Yu Ui-bae, es el más joven de todos. Allí sigue acompañando a los enfermos, a los que abraza a menudo ya que muchos han perdido la vista, satisfecho de haber vivido estos años junto a los que considera sus hermanos y amigos. Muchas veces le han ofrecido cambiar de destino pero nunca ha querido marcharse; siente que su lugar está junto a ellos, en ese remanso de paz para los que lo perdieron todo. “Todo lo que hice fue vivir con ellos y ser su amigo. No había nada más”, explica, con humildad.