¿Se imagina el escenario de poder contactar con una persona por radio rebotando las ondas en la luna? o ¿poder hablar con un amigo al que nunca ha visto que vive en Nueva Zelanda? Y no me estoy refiriendo a una llamada rápida por WhatsApp, enviar un tuit o colgar un post en el muro de Facebook. Aunque para muchos pueda ser un anacronismo, en esta época con decenas de aplicaciones y fórmulas para comunicarse a través de internet de forma inmediata, todavía existen radioaficionados que alimentan las ondas con sus conversaciones pausadas y tranquilas.
“Hemos evolucionado pero seguimos aquí” sentencia Iñaki Herrán, presidente de la Unión de Radioaficionados de Vizcaya-Asociación Bizkaia de Radioaficionados (URV-ARNA), un colectivo que mantiene viva la filosofía de comunicarse con los demás. Este arquitecto apostado en la cuarentena de su edad explica cómo la imagen de los radioaficionados que se tenía en los años 80 y 90 del pasado siglo ha pasado a la historia. Relata cómo entonces “el aficionado nacía de la necesidad de comunicarse”, y pone como ejemplo los camioneros que pasaban las horas muertas al volante hablando con compañeros, familiares de marinos que usaban las emisoras para saber cómo estaban allende los mares o los viejos walkie talkie que usaban diversos profesionales.
Todos aquellos radioaficionados heredaron el entusiasmo de los técnicos que podían conseguir aparatos de radio en los años 60 y 70 en sus empleos y la curiosidad imperante con una radio mágica y una televisión en pañales. Las ondas eran una aventura muy atractiva que ahora no levantan pasiones en un mundo donde a un toque de teléfono o un click de ordenador podemos ver y escuchar a cualquier persona en el lugar más recóndito de la tierra gracias a miles de satélites y torres de comunicación.
“Al desaparecer con el tiempo la necesidad de comunicarse ha quedado el interés científico y técnico”
Herrán aclara que “al desaparecer con el tiempo la necesidad de comunicación ha quedado el interés científico y técnico por conseguir un circuito que posibilite quitar el ruido de una comunicación, tener un mejor amplificador o construir otra antena y llevarla a un monte para ampliar la señal de 100 a 150 kilómetros, por ejemplo”.
Y este hobby científico tiene adeptos y cantera de la que alimentarse al menos aquí en Bizkaia, según las cifras que maneja la URV-ARNA. En la actualidad acoge 180 socios, “no es el número de la época gloriosa de la asociación cuando yo empecé en 1992 y éramos algo más de 300 socios, pero lógicamente los intereses han cambiado, ya no hay tanta afición pero no es una actividad que vaya a desaparecer entre tanto Whatsapp y Tik-Tok, al final los intereses son diferentes”.
Por ejemplo, ahora mismo la asociación está ayudando cada año a una docena de personas interesadas a obtener el indicativo como radioaficionado. Herrán explica, aportando símiles actuales, que “es como el avatar o el nick que tienes en las redes sociales solo que para obtener este hay que pasar un examen oficial”.
“Los astronautas tienen la obligación de obtener la licencia de radioaficionado”
EB1RL es el indicativo del presidente de los radioaficionados de Bizkaia y con él se puso en contacto el pasado verano desde la ciudad gala de Burdeos, donde se encontraba con un compañero, con otro radioaficionado sito al norte de París. Pero fue una conexión diferente “la hicimos rebotando las ondas de radio en la luna con lo que ha sido mi conexión más lejana, al menos en distancia”, bromea. Otra curiosidad es como los astronautas que lanza al espacio la NASA y los que trabajan en la Estación Internacional “tienen la obligación de obtener la licencia de radioaficionado, y tienen su indicativo, para conectarse por radio en caso de que todas las tecnologías modernas fallen”, desvela Iñaki Herrán.
Atención de emergencias
A nivel más terrenal, los Servicios de Atención de Emergencia de Euskadi siguen teniendo en su listado de recursos a los radioaficionados. Los más veteranos recuerdan la labor de información que aportaron estos locos de las ondas durante las inundaciones que asolaron Bizkaia en agosto de 1983 cuando las comunicaciones de todo tipo se cayeron.
El presidente de URV-ARNA aporta los ejemplos de cuando cayeron las torres gemelas de Nueva York que “tenían arriba un montón de antenas de comunicaciones y que al desaparecer solo quedaron los walki talkies para hablar” o lo ocurrido en la isla de La Palma donde los radioaficionados también fueron esenciales en los primeros días de la crisis del volcán.
Destaca cómo “en caso de una inundación, si la electricidad desaparece contar con un sistema, digamos básico, no tan tecnológico interesa en situaciones de emergencia”.
Afortunadamente, hace mucho tiempo que el colectivo no es utilizado con este fin. Mientras tanto, la actividad del radio club, como cariñosamente se le llama a la sede que la asociación tiene en Barakaldo con el apoyo de su ayuntamiento, no para. Los cursos en distintas materias, como, por ejemplo, aprender a soldar kits de radio son protagonistas todo el año.
También hay iniciativas sociales como la celebración del día del euskera el pasado sábado con diferentes comunicaciones o dar a conocer la figura de Juan Sebastián Elcano como motivo del 500 aniversario de la primera circunnavegación. Incluso en ocasiones muestran en centros de FP que estudian telecomunicaciones el atractivo de este mundo y de ser radioaficionado. Una fórmula para crear cantera y prueba de que los radioaficionados seguirán alimentando las ondas.