“Ha sido una pérdida de las que duelen porque dejó huella, una persona muy allegada y querida y, aunque no era natural de Karrantza, quiso que sus restos reposaran aquí”. El alcalde, Raúl Palacio, dedica estas palabras a Eugenio Altazubiaga, sacerdote e investigador fallecido a los 88 años que publicó cuatro libros sobre el valle. Nacido en Galdames –donde el viernes se ofició una misa en su memoria en la ermita de su barrio natal de Txabarri–, realizó su labor pastoral también en Balmaseda.

Vino al mundo el 15 de noviembre de 1933. Su padre trabajaba en la mina y su madre falleció siendo él un adolescente. Poco después la familia se trasladó a Cruces. Karrantza fue su primer destino tras ordenarse sacerdote el 6 de julio de 1958, le designaron párroco de San Esteban y Presa. En el año 1965 pasó a ser arcipreste del valle “cargo que le permitió profundizar, aún más, en el conocimiento de las distintas aldeas; haciéndose habitual la imagen de don Eugenio, paseando por todo el valle con su inseparable moto”, recuerda María de Mingo, vecina de San Esteban en cuyo hogar familiar solía hospedarse el sacerdote en sus frecuentes visitas a Karrantza. De hecho, “la huerta de mi casa ha quedado bautizada como huerta del cura porque le gustaba trabajarla”. Ese “amor por Karrantza persistió toda su vida, hacía todo lo posible por acudir a su cita semanal”. Cuando llegó por primera vez, se alojó con el entonces maestro Tomás Palomera “y la convivencia le llevó a establecer profundas relaciones con la familia y a enraizar aquí; con nosotros compartiría vacaciones y días libres”. Su labor pastoral a lo largo de todos estos años en el valle “trascendió lo meramente religioso: participó en la creación de las cooperativas parroquiales lecheras, impartió clases nocturnas a los jóvenes, organizaba excursiones y sustituía a los maestros cuando era necesario”. Siempre “pensando en la comunidad, no dudó en comprar con su sueldo la única televisión que entonces existía en el pueblo, que ubicó en la iglesia”.

En 1968 fue nombrado miembro del Consejo Asesor del Obispado, y estudió pastoral lingüística en Bélgica durante dos años. De regreso en Bizkaia, pasó por la parroquia de Mamariga, en Santurtzi (1973), ejerció como vicario episcopal de la Encartaciones Altas y párroco de Balmaseda entre 1973 y 1980, de Retuerto, en Barakaldo, entre 1981 y 1993 y, finalmente, y ya hasta su jubilación, de las Mercedes y de Santa Ana, en Las Arenas, en Getxo, hasta 2009. En toda esta trayectoria “siempre mantuvo el vínculo con Karrantza”, destaca Miguel Vera, el actual párroco del municipio.

De carácter “muy activo colaboró con numerosos grupos en los destinos donde estuvo, desde Gesto por la Paz a la Pastoral Penitenciaria o, más recientemente, ya jubilado, atendiendo y acompañando como capellán a los enfermos del hospital de Basurto”, rememora María de Mingo.

En el valle encontró, además, el entorno perfecto para practicar “su otra gran afición: el senderismo, la montaña y, en general, el amor por la naturaleza, que le llevaron, no solo a ser frecuente peregrino del Camino de Santiago, sino a recorrer cada uno de los rincones de Karrantza, donde era habitual que organizara excursiones con los chavales de la zona”.

Junto con “múltiples anécdotas y recuerdos” quedan los itinerarios que describe en su Rutas por el Valle de Carranza, publicado en el año 1993. “Retablos, iglesias o imágenes” aparecen en sus otras obras: Catálogo artístico de las iglesias del Valle de Carranza (1981), Las Iglesias del Valle de Carranza (2009) y El retablo en el Valle de y su entorno (2012)

Restaurar iglesias

No solo eso, sino que también se convirtió en benefactor de la iglesia de San Esteban de Karrantza, contribuyendo activamente a la restauración de su retablo e imágenes, “involucrándose en la recogida de fondos”. Se distinguió, asimismo, “por su entusiasta apoyo a todas las iniciativas que trataran temas sobre historia, arquitectura rural, tradiciones, cultura, Karrantza, participando en la revista local Birigaña”. “Siempre interesado en saber y conocer, fue uno de los promotores de la restauración de iglesias en Karrantza”, coincide Miguel Sabino Díaz, también investigador del valle, “aunque en mi caso, más centrado en la etnografía”. “Sin la labor de la asociación Gure Griña probablemente se habrían perdido muchos edificios”, contaba a DEIA el propio Eugenio Altazubiaga en un reportaje publicado hace diez años con motivo de su décimo libro, en el que incluyó abundantes imágenes y un glosario de términos artísticos para acercar el arte. Las fotografías para el reportaje se tomaron frente a las pinturas de la iglesia vieja de Biañez, que definió como “El Escorial”. Durante su estancia en Balmaseda, el Obispado le encargó un inventario del patrimonio religioso de la zona de Enkarterri, de la que mencionaba también el valor artístico de “las tallas de la ermita de San Pantaleón, en Zalla” y que en la de San Pedro Zarikete se guardaron durante años pasos procesionales.

“Poco perezoso para viajar y amante del arte, no le importaban los kilómetros, ni madrugones si había un retablo o monumento por descubrir”, aprecia María de Mingo. Como última muestra, “quiso volver, ya mayor, a realizar un último viaje a Jerusalén”.

Cualidades de “una persona comprometida, optimista, con buen talante, a la que le gustaba integrarse y participar en la sociedad en la que vivió, llevando su vocación como sacerdote más allá de la celebración religiosa, a todos los momentos de su vida”.