Si la madre y la recién nacida estaban estupendas, lo más sensato era, en plena pandemia del Covid19, salir cuanto antes del hospital, aún adaptado y reorganizado a las necesidades asistenciales de los infectados por esa enfermedad.

Inés nació la noche del 14 de abril en el hospital vizcaino de Cruces, tras un parto lento y agotador para su madre, Mercedes, pero absolutamente natural y sin complicaciones que supuso una luz, un alivio y una alegría para su familia pero que, sin embargo, fue un día gris de incertidumbre, de contagios, enfermedad y muerte para otras familias.

Esa simbólica fecha de la semana pasada en que no se pudo conmemorar la proclamación de la segunda república, una niña de ojos muy abiertos para no perder detalle y boca grande para reivindicar su sitio en este mundo, nació en un hospital que tenía 232 pacientes ingresados por coronavirus, 172 en planta y otros 60 en la UCI, pero ella no se enteró.

Un mes después de que se decretara el estado de alarma, Euskadi era la quinta comunidad autónoma en número de contagios, con 11.226 infectados, cuando ya habían fallecido 859 vascos por esa causa. En España, murieron 567 personas ese día y había ya 172.541 infectados.

Mercedes, parturienta en ese momento, es médico y llevaba semanas durmiendo mal. La incomodidad del último tramo del embarazo pero sobre todo el miedo al coronavirus no la dejaban relajarse.

Tanto había leído y tanto le habían contado sus colegas de madres que eran separadas de sus recién nacidos por síntomas de COVID-19, niños infectados, padres que no podían acompañar en el parto...Riesgos y complicaciones que ella no tuvo y, así, feliz con un bebé de 3 kilos y 800 gramos y arrancando con la lactancia materna, dejó el hospital día y medio después de haber dado a luz, sin fiebre, ni tos ni ningún otro síntoma en ninguna de las dos, que hiciera sospechar la posibilidad de haberse contagiado en su breve estancia hospitalaria.

Y el pediatra lo ha confirmado una semana después: Inés es una bebé fuerte y está muy sana.

Pasado ese miedo, Mercedes cuenta que aquella madrugada cuando empezó con contracciones lo primero que preparó para acudir al hospital no fue no camisón, ni la ropita de la primera puesta ni la canastilla para la recién nacida, sino sendas mascarillas para ella y para su marido, Olivier.

Y tras dejar en casa con la abuela a Ander, su hijo mayor, se cubrieron nariz y boca antes de entrar en las urgencias de ginecología. Allí, todo palabras "amables y cariñosas" de la matrona y del resto de profesionales de esa unidad, conscientes de que al nerviosismo de afrontar el momento del parto, se sumaba el temor al contagio. "Intuíamos sonrisas detrás de las mascarillas, mucha cercanía y afecto", explica la madre, gran defensora del sistema público de salud en el que ella trabaja y en el que confía, "donde lo mejor, son las personas".

Tras dar a luz, trasladaron a los padres y la recién nacida a la tercera planta, que no es la destinada a maternidad habitualmente. La reorganización del centro hospitalario para atender a enfermos por coronavirus, obligó a ese traslado a una zona sin reformar, muy estropeada, donde además les tocó una habitación muy pequeña, abigarrada, que compartían con otros padres y otro recién nacido, nada que ver con la flamante planta de maternidad donde Mercedes estuvo con su primer hijo.

"Nos pidieron disculpas mil veces por la incomodidad y eso, unido al riesgo de que nos pudiéramos contagiar dentro del hospital, hizo que nos dieran el alta tan rápido", relata. Al salir de la habitación camino a casa, "sorprendía el silencio por los pasillos de Cruces".

La consejera de Salud del Gobierno Vasco, Nekane Murga, dijo ese mismo día que los hospitales vascos iban a empezar a volver a la normalidad por la reducción de ingresos por coronavirus, cada cosa volvería a su sitio.

Una semana después de nacer y en pleno confinamiento, Inés solo ha salido de casa para que le practicaran la prueba del talón de las metabolopatías y al pediatra, así que no ha recibido los besos y mimos de sus abuelos maternos en Bilbao, ni los arrullos de sus abuelos paternos de San Juan de Luz, en Francia, que aguardan con ansia que las autoridades les dejen cruzar la frontera.

"Qué ganas tenemos de celebración y de volver a los abrazos, cuando haya pasado todo esto", expresa Mercedes. EFE

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