“Es imposible no quererla”. Las palabras de Maite, de La degus de la plaza, aglutinan un sentimiento general en Erandio. En efecto, Begoña Urquijo, Bego, Begoñita, es todo un amor. Cariñosa, dicharachera, coqueta, con mucho desparpajo y alegre, muy alegre. “Eso es lo más importante de todo en la vida, más que el dinero”, sostiene a sus 77 años. Sus vecinos la adoran y al andar por las calles de Altzaga recibe incontables muestras de cariño, más si cabe desde que una foto suya se encuentra en los laterales del edificio consistorial como parte de una iniciativa de la escuela de empoderamiento de mujeres por el 8-M.

“He dado mucha alegría a Erandio, creo que por eso me quieren tanto”, admite Bego. Y es que su figura siempre ha estado ligada a la canción y al baile. En esta conversación con ella, se cuelan las notas musicales, porque es muy sencillo que se ponga a cantar en cualquier momento, y también brotan en algunos momentos las lágrimas de sus bonitos y redondos ojos, al recordar a su madre o a su marido, por ejemplo. “Después de la guerra, mi madre daba de comer a catorce personas y mi abuela Simona la reñía: María, si no tenemos para nosotros, hija. Pero ella les daba arroz con pimentón. El cura, cuando murió mi madre, dijo: Tienen que pasar 500 años para ver una mujer como ella. Era una santa. También era muy popular. Mari, la caramelera, la llamaban. La querían mucho”, cuenta esta entrañable vecina de Erandio. Con su marido, experimentó un sentimiento pleno. “Primero se enamoró uno de mí: Iñaki, que era de Barakaldo. En Navidad, me vino con una cesta de mimbre llena de merluzas, cigalas, almejas, langostinos, kokotxas… Y yo pensé que era pescador, pero un amigo suyo me dijo que no y que era riquísimo. Nos enamoramos. Pero luego me topé con el que sería mi marido. Yo vivía en el primero y él se vino a vivir al segundo. Un día fui a la tienda a hacer los recados y me encontré con él; se estaba limpiando las manos, que las tenía todas negras de meterse en las calderas. Me salpicó con el jabón y luego me cogió la mano y fue un flechazo. Me cantaba boleros con la guitarra. Los vecinos nos aplaudían enfrente. Y mi madre decía: Ahí viene el trovador. Él tampoco estaba soltero, pero nos enamoramos. Así que le dije a Iñaki que había tenido un flechazo y que como en el amor no se puede mandar… Pero podía haberme casado con un rico, riquísimo, pero el amor… Y estuvimos juntos hasta que el pobre se murió con solo 58 años y muy enfermo de los bronquios. Le hicieron un homenaje divino. Todas las bandas tocando y con claveles rojos y blancos…”, desvela Bego. “Nos queríamos mucho, muchísimo”, se emociona.

Su esposo tocaba en la banda de cartón, así que formaban una pareja de lo más animada. “Hemos armado la de Dios en Erandio: nos disfrazábamos, cantábamos, bailábamos…”, evoca con gracia. Y su hermana tenía un espíritu similar. “Juntas organizamos un baile para la tercera edad que tuvo un éxito terrible”, comenta Bego. También era su hermana la responsable de que ella, de joven, fuera tan bien vestida. “Era como una muñeca, con 17 años me decían que era como Gilda. Mi hermana sabía coser, entonces yo iba con unos vestuarios como nadie y llamaba la atención. Yo llevaba faltas con aberturas y mi madre me decía: ¿Vas a ir con eso a la calle? Y yo le contestaba que sí: El que quiera que mire y el que no, que se tape los ojos. Cuando bailaba me hacían unos corros… En aquella época, cosas de las que yo hacía no se veían bien, pero yo las hacía y, además, a mí siempre me han querido mucho. A Begoñita no la toca nadie”, asegura. Siempre ha hecho lo que le ha “dado la gana” y por eso y por muchos otros motivos, las mujeres de la escuela de empoderamiento la escogieron. “Ha sido muy libre”, reconocen. “Es de esas personas que tiene luz. A mí me da vida. Te da alegría, siempre tiene una palabra buena, siempre está contenta…”, describe Maite, que comparte muchas mañanas con Bego en la céntrica cafetería de Erandio. Es única. Sin duda.