Plentzia - “No he visto a ninguna persona indiferente ante ellas. Doy las gracias por el cariño y el esfuerzo”. Las palabras son de Marina Puqnjolevskaya, una de las monitoras, junto a Gala Kasjovievich, de las niñas bielorrusas que hasta principios de agosto alegran el día a día de Plentzia.

Con sus caras risueñas, sus ojos tan vivaces y sus brazos dispuestos a dar un inmenso cariño -aunque acaben de conocer a la persona-, las pequeñas se ganan a todos los vecinos de la villa -y también de fuera-. No hay verano que se entienda sin las niñas de ojos azules y todo ello es gracias, sobre todo, a la asociación Izanik y a la parroquia.

Desde el propio 1986, una docena de niñas que sufren las consecuencias del accidente nuclear de Chernobyl acuden a Plentzia alrededor de cuarenta días en verano. Es su oasis. Su momento para respirar. Para desintoxicarse. Un mismo grupo de doce pequeñas está en la localidad durante tres años, “en la época de su crecimiento, para darles un empuje con las revisiones médicas, la alimentación, que estén en la playa y al sol? para que vayan cogiendo más fuerza en los huesos y tengan una vida más sana y larga”, comenta Magdalena Zabala, la presidenta de Izanik.

Las niñas de este año, en concreto, son de pueblos cercanos a Chernobyl y además pertenecen a familias con dificultades. Este es su primer verano mirando a la ría y al mar y en el empedrado de Plentzia. “El lugar donde viven no es comparable con esto: la vivienda, el ambiente... son de entornos con problemas, son familias numerosas, con dificultades económicas? Casi todas las niñas son de aldeas y las condiciones no son tan buenas. Ellas merecen estar aquí”, explica Gala, que ya cumple su quinto verano en Plentzia, acompañando a las crías. “La vida aquí es muy agradable. Todo está muy bien, empezando por la comida. Pero lo principal es que estas niñas sientan el amor y el cariño de la gente. Y claro, ellas son de la zona cercana a Chernobyl y esta es una buena posibilidad para mejorar la salud. Nosotras decimos que vivís en el paraíso: el aire, la playa, el sol? Todo eso influye para que ellas crezcan. Los padres, el gobierno y nosotras queremos dar las gracias a la asociación, a la casa parroquial? Estamos felices y contentísimas”, reconoce Gala.

en la casa parroquial Las pequeñas pasan estas semanas en la casa parroquial de Plentzia. Allí, duermen en dos habitaciones con literas, comen, juegan, cantan... Y también dan clases de castellano. Otras de las salas están llenas de ropa, comida, juguetes... que los vecinos de Plen-tzia van donando para ellas. Con las distintas acciones que desarrolla Izanik, como la fiesta que tuvo lugar el pasado miércoles, se recaudan fondos para costear el viaje en avión -en este caso, ya el del año próximo-. “Igual para nuestros hijos no pedimos nada, pero con estas? Vendemos rifas, hacemos mercadillos...”, asegura Magdalena. “El primer verano vinieron en un avión que no sé quién de Plentzia, Gorliz y alrededor consiguió. Apareció en Sondika y como pudieron repartieron a las niñas en familias por mediación del cura y de gente de la iglesia y se preocuparon de que, al menos, ese año estuvieran aquí y salieran de la radioactividad de Chernobyl”, cuenta la presidenta. Pero ese gesto no quedó aislado. Y fueron pasando los veranos y los veranos y las peques continuaron regresando a la villa que siempre las recibe con los brazos abiertos. “Durante muchos años las pequeñas iban y venían en autobús. ¡Dos días de viaje! Pero fuimos consiguiendo dinero para que no fuera tan duro”, recuerda la actual presidenta de Izanik, que lleva en el cargo desde 2004, y que tiene palabras de agradecimiento para la asociación Izaki, de Agurain, y para su cabeza visible, Patxi Coronel, que siempre han ayudado con el papeleo de las niñas.

Y es que, en realidad, en este proyecto está involucrada mucha gente, que aporta su granito de arena. Por supuesto, la veintena de miembros de Izanik, el cura Aitor Solabarrieta, el Ayuntamiento, y también voluntarios, bares y restaurantes de la comarca y Bilbao, la Fundación Athletic, el Banco de Alimentos... Y, en especial, el oftalmólogo Justo Aguirre y la dentista Lorena Aparacio, que pasan revisiones a las bielorrusas sin coste alguno. “Algunas vienen más enfermas, pero caries tienen todas y al verano siguiente, las mismas niñas vuelven a traer caries. Y ¿de qué? Si comen de huerta y nada de golosinas. El gobierno en ningún momento ha reconocido lo que queda allí y lo que comen de las huertas está contaminado. Las zanahorias pesan kilo y medio, lo vi cuando estuve allí. Yo alucinaba”, sostiene Magdalena. Por todo ello, Plentzia es su necesario paraíso.

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