NACIÓ en una familia humilde, allá en un gueto donde los judíos estaban privados de sus derechos, en la localidad rusa de Vitebsk. Marc Chagall. Quiso el azar que un abogado judío le financiara una estancia en San Petersburgo, tierra desde donde viajó a París, la capital artística de la luz que le sacó de las tinieblas. Allí se instaló en La Ruche, una comuna artística que aún sigue existiendo, y se hace amigo íntimo de Apollinaire, Pablo Picasso, Robert y Sonia Delaunay y Jacques Lipchitz, según explicó ayer Lucía Agirre, curator del Museo Guggenhein y comisaria de la exposición inaugurada ayer bajo el título Marc Chagall. Los años decisivos, 1911-1919, que podrá ser visitada hasta el 2 de septiembre. Ya en otoño, Juan Ignacio Vidarte anunció que caerán sobre el museo otras hojas más espectaculares: la colección Tannhauser, que pisará por primera vez Europa. La muestra de ayer estaba patrocinada por la Fundación BBVA, todo un Medici para el museo, en una intensa coproducción con el Kunstmuseum de la helvética Basilea.
Entre figuras voladoras, metáforas y alegorías cargadas con las balas de sorprendentes colores, el hombre que rozó los 100 años -llegó a los 98- vivió momentos trepidantes: en apenas ocho años le sorprendió la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa y las grandes persecuciones de los judíos. Ahí floreció el universo casi mágico de mundos singulares donde, con una mirada casi infantil, desveló el secreto de las cosas en sus cuadros. Las referencias al mundo campesino en el que pasó su infancia -las casas aldeanas, la ordeñadora, la pareja de labriegos-, así como el motivo vegetal en primer término, son algunas de las imágenes que con mayor constancia repitió a lo largo de su obra. Siempre con un mensaje para leer entre líneas.
De todo ese universo relatado disfrutaron, además de los citados el consejero de Cultura y Política Lingüística, Bingen Zupiria; su viceconsejero, Joxean Muñoz; la diputada de Cultura, Lorea Bilbao; el presidente de la Fundación BBVA, Francisco González, Richard Armstrong, Jon Azua; nombres propios de peso en el BBVA como Rafael Pardo, Carlos Gorria, Luis Llorens, Eduardo Andrade, Gonzalo Zorrilla Lequerica, Raquel González y María José Zabala; el director del Kunstmuseum de Basilea, Josef Helfenstein; la propia nieta de Chagall, Meret Mayer, reconocida artista; el historiador de arte de Salzburgo, Toni Stoos; Pilar Aresti, Vicky Ibarra, José Antonio Isusi, Ana Lazkano, Iñaki López de Aguileta, el pianista sobrenatural Joaquín Achúcarro, acompañado por gente cercana como Enma Jiménez, Ana Achúcarro, Txemi de la Torre e Iñaki Goikoetxea; artistas como Víctor Sarriugarte, Luis Candaudap o Ángel Garraza; Vicente Reyes, Juanjo Ortiz, Javier Cano, Sylvie Lageneaux, Tomás Olano y un buen número de asistentes a un estallido de color y narraciones.
En esas fantasías de Marc recrearon su vista el consejero director general de IMQ, Miguel Ángel Lujua; el director general de Editorial Iparraguirre, Javier Andrés; Javier Vicente, María José Gandarias, José Abrisqueta. Txema Vázquez Eguskiza, que acudió junto a su hija, Leire; el doctor Juan Mari Irigoyen, el coleccionista Alberto Ipiña, quien también fue del brazo de su hija, Saloa; Ibon Areso, Berta Longas, con tanta personalidad por la vida como un personaje de un gran maestro de la pintura; Josune Ariztondo, Begoña Cava, Porola Anduiza, Elena Muguerza, Garbiñe Gochi, Montse González, Roberto Alonso, Frida Martínez y su madre, Frida Bolinaga; Juan Zapater, director de Bilbao Arte; Jon Ruigómez, director del Museo Marítimo de Bilbao; Itxaso Elorduy, Carlos Gómez Mariaca, Beatriz Muniozguren y toda una corte de seguidores de aquel hombre que fue testigo, durante un siglo, de las grandezas y miserias de la condición humana.