CUENTA la leyenda que el poeta y pintor belga Henri Michaux dejó los estudios de Medicina en la Universidad de Bruselas para enrolarse como fogonero en un navío de la marina mercante francesa, en el que viajó a Río de Janeiro y Buenos Aires. La leyenda, que es una parraplas, también cuenta que Michaux experimentó con la mescalina para su faceta de poeta. Fuera de la leyenda, la exposición Henri Michaux: el otro lado muestra todo el ingente trabajo del belga nacionalizado francés procedentes del Archivo Michaux que gestiona, entre otros, Micheline Phankim, amiga íntima del creador, que cogió la antorcha de Henri, quien le dejó por herencia su legado. Micheline es una privilegiada. No en vano, durante los últimos 20 años de su vida, Henri Michaux se negó a revelar su propia imagen, a dejarse fotografiar, a conceder a periodistas y estudiosos los menores detalles de su vida privada. Era el colofón de una vida repleta de aventuras y creaciones.
¿Puede decirse que Michaux fue un artista alucinado? Quizás. Pero la realidad va más allá: fue un hombre en la fábrica. No en vano, desde los Archivos Michaux de París se le conceden miles de obras sobre papel. Fueron sesenta años de trabajo impenitente de los que el museo Guggenheim ha rescatado más de 200 piezas, documentos y objetos del artista para ofrecer una mirada panorámica en torno a tres grandes bloques temáticos: la figura humana, el alfabeto, y la psique alterada. Llamó la atención entre los presentes, para muchos de los cuales Henri era un artista semidesconocido.
Tal por esa falta de propaganda o quizás porque hacía una tarde noche de perros, lo cierto es que el atrio lució un aspecto un tanto desangelado. Digamos que no fue uno de los grandes entradones a los que acostumbra. No faltaron, sin embargo, habituales como el director del museo, Juan Ignacio Vidarte; el alcalde de Bilbao, Juan Mari Aburto; el consejero de Cultura y Política Lingüística, Bingen Zupiria el diputado foral Vicente Reyes, Jon Azua. Joxean Muñoz o Ana Otadui entre otros. El comisario de la exposición, Manuel Cirauqui dio las explicaciones pertinentes a quien le preguntó. Franck Leibovici, de los Archivos Michaux, oteaba el horizonte desde la tranquilidad.
Fue curioso. Siendo Henri un hombre tan explosivo, la inauguración resulto plácida. A la misma acudieron el exalcalde Ibon Areso, acompañado por su hermano, Javier Areso; la cónsul belga, Sylvie Lagenaux, Javier Caño, Berta Longas, protegida contra el frío por una estola de pieles, Josu Bergara, Rosa Edo, los artistas Mikel Jauregi (también pintor y poeta, como Henri: no me atreví a preguntarle si había probado la mescalina en su vida...), Ángel Garraza y Antón Hurtado entre otros, Marian Troya, Elier Goñi, Iratxe Madariaga, María Solaun, Yolanda Cangas, Marian Alzuri y Mercedes Briones, procedentes del museo de Bellas Artes de Bilbao; María Agirrezabal, Begoña Uribarri, en nombre de la editorial Muelle Uribitarte, Jorge Canivell, Pepa Gandarias, Isabel Bátiz, María Jesús Cava y un grupo de asistentes que siguieron de cerca las explicaciones sobre Henri.
El artista probó las drogas con los cincuenta años ya cumplidos y le atribuyen una paternidad: la creación de un movimiento, el fantasmismo, un arte de apariciones y espectros. Todo ello configuró una noche singular por la que desfilaron, además de los citados, la presidenta de Deusto Bizirik, Julia Diéguez, Igone Osorio, los hermanos Luis Javier y Álvaro Díaz de Lezana, Alberto Ipiña, Begoña Bidaurrazaga, Susana Martínez, Juan Mari Gómez de Mariaca, Juan Zapater, director de la Fundación Bilbao Arte, Idoia Beltrán, María Ángeles Martínez, Juan Carlos Hernández y así toda una corte de irreductibles que se acercaron al museo pese a las inclemencias. Una noche bañada en psicodelia.