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“Cuesta, pero del alcoholismo se sale”

Adictos recuperados y familiares animan a buscar ayuda en las asociaciones con motivo del Día Mundial sin Alcohol

“Cuesta, pero del alcoholismo se sale”Foto: José Mari Martínez

Bilbao - “En la cuadrilla éramos unos 20 o 25 y nos cazó el alcohol a seis. Quedo yo. A los demás se los ha llevado”. Bartolomé González, bilbaino de Extremadura, 74 años, empezó a beber porrones de vino con gaseosa jugando a la rana con 14 años. “Al principio bebíamos uno entre cuatro, a los dos meses ya tenían que ser dos y, luego, a porrón por barba”. Ya no paró hasta que le dio un coma etílico en 1993 y le dijo a su mujer que nunca lo volvería a ver así. “¿Cuántas veces me lo has jurado? Digo: En los dos últimos años todos los días”. La diferencia es que en esta ocasión decía la verdad.

Un coma etílico, un infarto, que un hijo te diga en Navidad: “No me quieres porque estás borracha”... Sea cual fuere el motivo que les empujó a dar el paso, todos han encontrado en las asociaciones de alcohólicos una mano tendida para emprender ese camino que nunca termina. “El alcoholismo no se cura, pero tiene remedio. Aquí no hay milagros. Hay que trabajárselo y cuesta, pero del alcoholismo se sale”, da fe un hombre que dejó de consumir tras sufrir una operación a corazón abierto. De su caída a los infiernos y su lucha diaria dejan testimonio, con motivo de la celebración hoy del Día Mundial sin Alcohol, adictos en recuperación y familiares para animar a otros a acudir a las asociaciones, donde les esperan con los brazos abiertos.

Cuenta Bartolomé que de los porrones pasaron al txikiteo, las jarras de txakoli antes de ir a los bailes, un cubata el que tenía dinero... “Así fue rodando la cosa”, dice. Cuando fue a la mili, ya estaba “bastante cogido”. “En cuanto abrían la cantina, un kankarro de vino, un bocadillo y tira máquinas”. A pesar de que en el trabajo “cumplía”, no estaba sobrio. “Hoy bola, mañana medio bola, la mente despejada, nunca”. Los 14 meses que estuvo en el paro “llegaba a casa de pena”. Le contrataron en una fábrica y se juró que no lo verían bebido. La fuerza de voluntad le duró unos años. “En el 89 ya iba borracho, no controlaba, me importaba tres narices”. Le dejaron de encargar los cometidos que cumplía antes. “Me tenían por allí. Yo me cagaba en lo más barrido, lloraba de impotencia. ¿Sabes cómo quitaba la impotencia y el llanto? Bajaba al bar que había debajo de la fábrica: Dame una copa de ginebra”.

Las promesas en casa se escurrían por el sumidero, lo mismo que el vino que él mismo tiraba por la fregadera cuando las hacía. “En cuanto entraba mi hijo a casa: Vete al bar y tráeme una botella. Si acabas de tirarlo. Joé, cualquiera está sin él”. “Así fue rodando la cosa”, repite, hasta que dejó de rodar cuando sufrió un coma etílico. El psiquiatra le aconsejó ir a la Asociación de Alcohólicos Rehabilitados de Santutxu. “Qué cara pondría yo que me dijo: No te asustes, que no son extraterrestres. Son personas como tú. Fui y, por suerte, hasta hoy”, agradece.

Ya han pasado 24 años desde la última copa y Bartolomé toca madera porque más de una vez le han dado ganas de beber, siempre por las fiestas de Bilbao, “pero me acuerdo de lo que perdí con mis borracheras, una buena pensión y una buena indemnización cuando cerró la fábrica. Eso lo tengo aquí metido”, se señala la cabeza. Ahí debe estar el meollo del asunto porque se la vuelve a señalar cuando explica que si la mente le dice: “Vamos a tomar un café”, él no va. “La única vez que le hice caso me encontré, en vez de con un café, con una copa de ginebra en la mano”, confiesa. Ya han pasado 24 años, pero hoy es el día en que espera a que se enfríe el café para tomárselo de un trago, como hacía con los vinos. Ya han pasado 24 años, pero si probara uno, asegura, “iría la botella entera a tomar por rasca o lo que venga detrás”.

Veterano en la asociación, Bartolomé tiene “comprobado que el 80% de los que la dejan van otra vez al agujero”. La misma certeza tiene de que “la persona que dice: Yo dejo de beber cuando quiera ya está pillada por el alcohol”. Convencido de que “por muchos consejos que te den, tiene que darte el punto de dejarlo”, anima a los afectados a acudir a las asociaciones, “donde nos ayudamos mutuamente”. “Unos tardamos más, otros menos, pero se puede salir”.

“Mamá, tú estás borracha”

Prueba de que se puede salir es una mujer de 66 años, madre de tres hijos, que empezó a consumir con 31. “Un día bebí algo, me sentó bien y continué. Cada día me despertaba con la idea de terminar el trabajo e ir a beber. Enseguida me di cuenta de que tenía un problema”, recuerda. Estuvo sumida en el pozo diez años. Dice que cayó en picado, que perdió todo, menos a su familia. “Una vez mi marido me dijo: Por esta borrachera no te voy a dejar, pero el alcohol nos está separando”. No fue suficiente para hacerla reaccionar. Algo que sí consiguieron las lágrimas de uno de sus hijos unas Navidades. “¿Por qué lloras? Me dijo: Porque no me quieres. Qué tontería, si eres lo que más quiero. No, mamá, tú estás borracha. No me quieres porque no te quieres a ti. Para mí fue la destrucción total psicológica. Aún se me pone el vello erizado”.

Un día se miró al espejo y se dijo: “O te vas o dejas de beber”. Y llamó a Alcohólicos Anónimos. “Encontré amor, comprensión... Eran todos hombres, pero empezaron a hablar y estaban contando mi vida. Me quedé y allí sigo”. En todo este tiempo ha comprobado, de primera mano, que “el alcohol mata”. “He visto a alguien que se ha suicidado porque no podía dejar de beber, otros se han muerto de cirrosis, de hepatitis, los accidentes...”, enumera y lamenta que, aunque se ha avanzado mucho, el alcoholismo en una mujer sigue siendo un estigma. “Se dice: Fíjate qué borrachera lleva ese, pero no: Pobres hijos, qué padre. En cambio, con la mujer se dice: Qué mala madre”. Consciente de lo que cuesta pedir ayuda, insta a las personas “que están sufriendo mucho” a dar “ese pasito que dura lo que se tarda en decir: Hola, si yo soy como tú, si yo te entiendo y enseguida se te quita ese miedo, el qué dirán”.

A la puerta de Alcohólicos Anónimos también llamó un día un hombre que jugaba al kinito de adolescente los fines de semana y acabó consumiendo cocaína, más adelante, para ingerir el doble de alcohol. “Empecé un declive muy fuerte. Al mezclarlo con una sustancia ilegal, que es muy cara, me llevó a problemas financieros. Es una rueda que se hace cada vez mayor”. Tanto que fue desahuciado y terminó viviendo un tiempo en la calle. “Aun estando muy mal psicológicamente, nunca pensé en dejar de beber hasta que mi cuerpo dijo basta”. Tras sufrir un infarto, lo intentó por su cuenta. “Fue imposible, hasta que en mi última borrachera y mi última locura, en mi desesperación, busqué ayuda”. Y la encontró en la asociación. “Mi tratamiento es acudir a las reuniones y la no ingesta de una sola gota de alcohol. Mientras lo siga, tengo mi enfermedad controlada y puedo hacer vida normal”, explica y se despide con “un mensaje de esperanza”, porque “si de verdad se quiere, se puede detener la enfermedad”.

“En la calle como un mendigo”

A Daniel Cabrejas, bilbaino de 70 años, el sufrimiento que le ha causado el alcoholismo de su hermano se le ha quedado impregnado en el rostro como un barniz de dolor e impotencia. Lo ha pasado tan mal, son tantas las mentiras que se ha echado a la espalda, que ni siquiera ahora, que ya está en recuperación, baja la guardia. “Hoy en día está bien, pero yo siempre tengo la mosca detrás de la oreja”, dice. No en vano es quien le administra el dinero y quien, más de una vez, ha sufrido sus engaños. “Una vez me dijo que iba al paro y yo, detrás. Al tercer bar, le cogí: ¿Qué, cómo está el vino?De puta madre”. Para caérsele el alma a los pies.

Cuenta Daniel que su hermano empezó a beber con 13 años el vino que le sobraba a su tío en la merienda, que siguió con las garrafas de kalimotxo con la cuadrilla y que le empezaron a “dar ataques epilépticos”. Cuenta eso y un golpe bajo, que se bebió hasta la botella de güisqui que él tenía reservada en su casa para cuando tuviera un nieto.

En la Asociación de Alcohólicos Rehabilitados de Santutxu le aconsejaron que lo dejara caer. “Tiraba la comida que le llevábamos. Se quedó chupado. En Navidad decía que iba a casa de unos amigos a tomarse el postre y se iba a privar”. Daniel hizo de tripas corazón y lo dejó tocar fondo hasta que un día lo vio “en la calle como un mendigo” y lo llevó al psiquiatra. “Parecía que iba bien”, pero desapareció una botella del mueble bar. De vuelta en la consulta, el especialista le dijo que no volviera, que ya lo vería en el periódico. “¿En el periódico? Sí, en la esquela. Parece que le entró miedo. Lleva ya cinco años sin beber”, dice Daniel sin mucho entusiasmo, la batalla es diaria. “Lo que hemos pasado en la familia no se lo deseo a nadie”.

Primer paso “Lo primero que hago es felicitarles”

“Cuando les recibo lo primero que hago es felicitarles porque yo sé, como enfermo, lo que cuesta dar el paso. Todos han tocado fondo, pero hay personas que vienen totalmente hundidas, tanto el enfermo como el familiar”, explica este hombre que lleva 17 años en La Cruz de Oro y acompaña a los recién llegados en el grupo de desintoxicación.

Mujeres “El 90% son bebedoras de casa”

“Cada vez vienen a la asociación más mujeres. El 90% son bebedoras de casa y son más serias a la hora de asistir a las terapias y participar”, asegura este alcohólico rehabilitado, mientras que su compañero destaca que también se ha incorporado últimamente “gente que ha usado más de una droga, como la cocaína”.

Alcohólicos Anónimos. 94 415 07 51Alcohólicos Rehabilitados de Santutxu. 94 473 03 00La Cruz de Oro. 94 422 12 97?Codependientes Anónimos. 674 537 143Grupos de familia Al-Anon. 94 424 24 98

“En casa nos teníamos que callar; no hubo maltratos físicos, pero psicológicos, terribles”

Mujer de alcohólico

En recuperación en Al-Anon

Su difunto marido le decía: “Mientras acuestas a los niños, me tomo un vino” y aquello, en los 70 y 80, “era lo normal”. Tanto que esta mujer tardó “veintitantos años” en darse cuenta de que su esposo tenía un problema con el alcohol. “En casa le teníamos que dejar hablar y los demás callar. No hubo maltratos físicos, pero psicológicos, terribles. En cuanto vi que era más a los hijos que a mí busqué ayuda en Al-Anon. Cuanto más ponía en práctica lo que me decían, peor se ponían las cosas, porque el alcohólico te quiere manipular”. La tercera vez que se fue de casa con sus hijos ya no regresó.

“Como niños resilientes es algo a lo que hemos sobrevivido y ahora espero empezar a vivir”

Hija de alcohólico

Acude a Codependientes Anónimos

“Como niños resilientes es algo a lo que hemos sobrevivido y ahora espero empezar a vivir”, ansía esta mujer, que aún sufre las secuelas del alcoholismo de su padre, ya fallecido. “Lo que hace un niño es sobrevivir desarrollando patrones de complacencia, sintiéndote culpable por decir lo que piensas, aceptando humillaciones por un sentimiento de indefensión. Aunque desaparezca el alcohólico de tu vida, sigues relacionándote de una manera que no es sana porque es lo que aprendiste en tu infancia”, confiesa.

“No me monto contigo en el coche porque has bebido; a mí eso me costó horrores decirlo”

Mujer de alcohólico

En recuperación en Al-Anon

“No me monto contigo en el coche porque has bebido. A mí eso me costó horrores decirlo”, confiesa esta mujer, que aprendió a “poner límites y tomar decisiones”, como la de separarse, en la asociación Al-Anon. “La familia está olvidada. Los protagonistas son ellos porque beben y producen problemas, pero la familia ¿dónde se queda?”, pregunta.