“Todo empieza con unas palabrotas, portazos, subidas de tono...”
Un total de 76 familias con hijos que agreden a sus padres reciben ayuda en Bizkaia
Bilbao - “Todo empieza con unas palabrotas, unos portazos, unas subidas de tono...”. Lo cuentan los padres de una adolescente que pasó de darles dos besos y un abrazo antes de ir a la cama a amenazarlos, agredirlos y referirse a ellos como “esos señores que viven en mi casa”. Un auténtico infierno del que han logrado salir gracias al programa de intervención familiar especializado en violencia filio-parental de la Diputación Foral de Bizkaia, que gestiona la asociación educativa Berriztu en el centro Hobetzen. “Hay que cicatrizar las heridas, pero podemos decir que nuestra hija, con su carácter, ha vuelto a tener una relación normal con nosotros”, siembran la esperanza estos progenitores.
En lo que va de año, 76 familias residentes en Bizkaia se han aferrado a esa mano tendida. Otras siguen sufriendo este calvario en silencio. “Se vive en absoluta y terrible soledad. La sensación de fracaso y de qué dirán es muy grande”, asegura Luis Miguel Uruñuela, director de Berriztu. Muchas callan para no “estigmatizar” a los hijos. “Esto no va a constar en ningún sitio, ¿no? Mi hijo no va a figurar en un listado”, se hace eco Alberto Llamazares, responsable del centro Hobetzen.
Acostumbrados a ver a esos jóvenes de la tele que la emprenden a empujones con sus padres o a puñetazos contra el mobiliario, pudiera parecer que la violencia filio-parental es solo cosa de familias desestructuradas. Algo que jamás, pensarán la mayoría de las personas, les podría ocurrir a ellos. Pero la realidad es bien diferente. “Puede salirse tanto de ese ejemplo de televisión como buenas familias donde el padre y la madre desarrollan sus labores profesionales en el ámbito educativo u ocupan cargos de responsabilidad dentro de las fuerzas de orden público o en sus empresas”, señala . “Profesionales de éxito”, añade, que “luego tienen este problema en casa y que incluso tienen que recurrir en ocasiones a una salida temporal del chico o la chica, bien sea con familia extensa o en el ámbito de protección, porque la convivencia puede llegar a ser insoportable”. “Por aquí ha pasado más de un famoso o famosa”, confirma, por su parte, Uruñuela, quien desmiente el retrato robot de “un niño malo malísimo con unos padres incompetentes”. “Tenemos chicos y chicas que revientan puertas, pero el perfil similar al de Hermano Mayor no es el habitual”, aclara Llamazares.
Rotos en pedazos los estereotipos, entre el centenar de casos que pasan por sus manos al año hay prácticamente de todo, desde “madres asustadas porque su hijo va a llegar a casa y van a tener una escena donde ellas van a ser víctimas” a hombres avasallados por sus hijas. De hecho, aunque en torno al 70% de los menores agresores son chicos, “las situaciones de violencia física más graves o con consecuencias más intensas se han dado por parte de chicas”, apunta Llamazares, quien admite que algún progenitor ha tenido que ser atendido en el hospital.
“Dueño de la familia con 10 años” Cuando Berriztu empezó a gestionar este servicio, en 2008, atendía a chavales de entre 14 y 17 años, pero la franja de edad se ha ido estirando hasta los 21. El más joven era apenas un niño, “un auténtico dueño de la familia con 10 años”, apunta el director de la asociación. De cómo un crío de esa edad puede llegar a arrebatar el mando a sus progenitores da cuenta el responsable de Hobetzen. “Es un conjunto de variables, no solamente características propias de un niño o una niña que pueden ser más tendentes a rebelarse contra la norma, sino también un padre y una madre que no están todo lo seguros que deberían a la hora de establecer unos criterios, que tienen estilos educativos muy dispares o que, en una sociedad donde prima el éxito, emplean mucho más tiempo en sus desarrollos profesionales que en preocuparse lo suficiente del cuidado y supervisión de sus hijos e hijas”, explica Llamazares.
No por ello, se apresura a aclarar Uruñuela, “hay que culpabilizar a las familias” porque “igual sus padres andan con la lengua fuera, había más hermanos, tenían que cuidar a los abuelos? Es un puzle”, señala, y la sociedad es otra de las piezas con su parte de responsabilidad. “Si no se empujara a los adolescentes a la satisfacción del deseo inmediato y a tener posesiones materiales, es muy probable que la mayoría de los casos no se producirían porque los menores o van a delinquir para conseguir dinero o van a casa a robarlo o a presionar a sus familiares”, advierte.
Amenazar con hacerse daño a ellos mismos, fugarse, exigir caprichos a los que la familia no puede hacer frente... “Las manifestaciones de violencia son de muy diferentes niveles. Hay familias donde insultos, amenazas o humillaciones más o menos veladas pueden suponer ya un punto de ruptura y una llamada de auxilio y otras que sufren unos niveles de violencia muy altos o donde esta siempre ha estado presente”, explica el responsable de Hobetzen. No en vano, dice, “tenemos un porcentaje muy alto de familias donde ha habido violencia de género”.
En ocasiones no hay una agresión propiamente dicha, pero sí un desequilibrio de poder. “Que un adolescente de 17 años esté en la cama sin levantarse a las doce del mediodía habitualmente está queriendo decir algo. No necesariamente son situaciones de violencia muy grande, sino que el reparto de poder está distribuido de esa manera: Yo hago lo que me da la gana y como me da la gana”, describe Uruñuela. Una situación que se da “en cantidad de familias monoparentales, donde el peso suele recaer sobre la madre”. Precisamente eso es lo que tratan de reconducir psicoterapeutas y educadores “empoderando a los padres y situando al menor como hijo”.
Identificar las “primeras señales del ejercicio de violencia” es fundamental para atajar el problema cuanto antes. “Si te ha llamado zorra dos veces, te ha dicho que te vayas a tomar por el culo, que te metas el desayuno por donde te quepa o te ha reventado la puerta no es una adolescencia conflictiva, es otra cosa y hay que pedir ayuda cuanto antes”, urge el responsable de Hobetzen.
Descolgar el teléfono no es fácil. “¿Y si él no quiere venir? Ya nos preocuparemos de eso, pero tienes que pedir ayuda. Tienes esa responsabilidad”, recalca Llamazares. En caso de sufrir amenazas, recibirán respaldo. “Valoramos la situación de riesgo y habilitamos un protocolo de emergencia, incluso les acompañamos a denunciar”, explica y reitera su llamamiento. “Tienes que dar el paso. Si no pides ayuda por un insulto, ¿por qué lo vas a hacer: dos insultos, dos insultos y una patada, un robo y tres puñetazos...?”.