Bilbao - Miren Ardeo tiene 240 cabezas de ganado vacuno, un robot de ordeño y un marido y tres hijos que arriman el hombro a tiempo completo. Nada que ver con la estampa de hace más de 40 años, cuando de chavalita trabajaba mano a mano con sus padres para sostener la explotación familiar en Gatika. Y lo de mano a mano es literal. “Todo estaba sin mecanizar, se cortaba la hierba con guadaña, se recogía con el rastrillo y yo cargaba los tractores”, recuerda. Luego ya se echó un novio, que contribuyó a la causa, adquirieron salas de ordeño... “Todo ha sido a base de mucho esfuerzo, mucho dinero, mucho cariño al trabajo que estábamos haciendo y poca recompensa”, cuela de rondón en referencia a un sector, el de la leche, que “no está bien remunerado”.

Cuando el que hoy en día es su marido se puso manos al ganado, los padres de Miren y ellos se turnaban para librar los fines de semana alternos. Ahora... lo de las bajas de maternidad, ni en sueños. “Había que vender la leche, los quesos, los yogures... y después de dar a luz volvía muy pronto. No había ni preparto ni postparto. Las vacas sí lo tienen, pero las mujeres entonces trabajaban hasta el último día y se incorporaban enseguida”, explica.

Quizás por esos sacrificados comienzos tiene tan claro que sus hijos tienen que tener “sus días libres, su vida con sus parejas, su deporte...”. “Intentamos que esto no sea un trabajo esclavo de estar 24 horas aquí”, asegura. Por eso tienen un horario de entrada y de salida -“no vamos a decir que exacto”, confiesa-, fines de semana libres, vacaciones... Algo de lo que en otras explotaciones no han oído ni hablar. “En muchas casas no se pueden permitir el lujo de descansar un solo día porque no hay un relevo generacional. Yo estoy encantada de que mis hijos estén trabajando aquí. Ninguno obligado”, aclara.

Convencida de que “de la ganadería se puede y se debe vivir”, Miren ha solicitado ayudas tanto para inversiones como para disfrutar de unas vacaciones. Incluso uno de sus hijos llegó a realizar sustituciones en otras granjas para que sus propietarios se tomaran un respiro. “Todo el mundo no se acoge a este sistema de vacaciones porque no se fía. No es fácil dejar a un animal vivo en manos de alguien que no sabes cómo va a trabajar, pero yo con la gente que he conocido he estado contenta”.