ES la famosa ropera que se utilizaba en el siglo de oro español. Sí, la de Alatriste”, explicó Ricart Amich señalando la característica forma de cazuela que protege las manos. El catalán afincado en Bilbao es uno de los participantes en el torneo de hierro que reúne en el frontón de Zalla a sesenta espadachines de todo el Estado. Aunque, a diferencia del capitán de las novelas de Arturo Pérez Reverte, ellos no se juegan el tipo en el campo de batalla ni duelos, sino que empuñan esta y otro tipo de espadas por puro ocio. Además, algunos aprovecharon el encuentro para examinarse con vistas a obtener el título de instructores.
Lo hacen debidamente protegidos. “Las llamamos las espadas negras, porque ni pinchan ni cortan. No tienen punta penetrante y tampoco filo. De lo contrario, las heridas podrían causar la muerte. Aun así, la protección no es baladí”, incidió. Con estas armas realizan un recorrido a través de la historia, documentándose sobre batallas, tratados y tácticas militares con el punto de partida en la Edad Media y hasta el siglo XIX, “cuando espadas y sables van perdiendo importancia en favor de otro tipo de armas”.
En las mochilas de los participantes, que depositaron en las gradas del frontón Mimetiz de Zalla, se podían recorrer en minutos cientos de años de avances de la esgrima. Contra la creencia popular, “no todas las espadas del medievo eran grandes ni pesadas”. De ahí “se dio el salto a la ropera de Alatriste o las escocesas con forma de cesta para introducir las manos que todavía se utilizan en eventos de gala, y en el siglo XIX se popularizaron los sables”. También “se pueden combinar dos espadas, espada con daga o espada con escudos”.
Pedro Gil, residente en Leioa, desplegó en Zalla una pequeña representación de las ochenta espadas que componen su colección. Piezas originales, como una “modelo Briquet que estuvo presente en la guerra de independencia de 1808 contra los franceses”, un sable prusiano o una espada inglesa. Para conseguirlas, visita anticuarios a la búsqueda de joyas que él devuelve a la actividad en la sala de esgrima. “Una hoja de época puede costar 3.000 euros”, apuntó. En cuanto al diseño, en España “se ha copiado a los franceses hasta la saciedad”. Pedro, instructor de sable, -“que cuenta con una forma redondeada, mientras que la de las espadas es recta”- ha viajado por Europa tras las huellas de estas armas y el papel que jugaron para inclinar la balanza en los conflictos.
“Desde los años setenta existe una tendencia al recreacionismo” que ha reavivado la consulta de manuales de esgrima. Eugenio García-Salmones, presidente de la Federación Española de Esgrima histórica y maestro en una sala de esgrima de Bilbao, ha traducido varias de estas fuentes en las que se miran los espadachines de hoy. “Formamos parte de un movimiento, yo diría que internacional, que incluye a los fabricantes de las espadas”, valoró. Porque no todos los bolsillos pueden permitirse gastar miles de euros en una espada histórica que se asemeje a otras míticas con las que Eugenio ha guardado relación. “Un amigo mío realizó la réplica de la Tizona del Cid que se exhibe en el museo de Burgos”, desveló. ¿Y la genuina? “Era propiedad de una familia noble que la vendió”. Para economías más modestos, “por 250 euros se pueden encontrar, Toledo es uno de los grandes centros de fabricación para quienes practican esgrima; en estos eventos encontramos gente desde veinte hasta sesenta años”.
Patricia Castañeda, que se desplazó a Zalla desde Málaga, lleva apenas unos meses practicando esgrima. “Vengo de deportes de contacto, así que esa preparación me sirve para aprender”, afirmó una de las pocas mujeres espadachines que se vieron en el frontón. Ella misma ha diseñado su espada, más ligera que las de sus compañeros. “Pesa 1,4 kilos”, lo que le permite ganar agilidad en sus movimientos. Más vale maña que fuerza.