Balmaseda - “Hay algo que los medios de comunicación soléis decir mal. No se urde una trama; la trama se teje, la urdimbre se urde”, corrige Laurentino de Cabo. Pocas voces hay a la hora de hablar sobre la industria textil más autorizadas que la de este artesano leonés. Heredero del saber de varias generaciones de su familia, contribuye a mantener los telares de Boinas La Encartada de Balmaseda. Este fin de semana mostró el funcionamiento de un Jacquard de 1904 durante una visita guiada.

¿Dé donde viene su relación con el museo?

-Surgió por casualidad. Hace cinco o seis años vine a verlo y alguien preguntó a ver por qué los telares no echaban a andar. Cuando la guía respondió que no encontraban a nadie que pudiera hacerlo me ofrecí.

¿Ha visto maquinaria semejante en algún otro lugar?

-En ningún sitio, tan completa como en Balmaseda, y menos aún con las piezas originales de 1892 y eso que conozco unos cuantos museos. Boinas La Encartada tiene dos cardas, un diablo, un torno de hilar y una madejera, además de dos selfactinas -máquinas automatizadas- de 300 husos, pero para que funcione hay que ponerlo en marcha. Y detrás de gente como yo no hay relevo. Los mayores desaparecemos y los jóvenes solo saben manejar el ratón del ordenador.

¿Cómo aprendió usted los entresijos del oficio?

-Con mi padre. En la familia hemos convivido con ello desde hace generaciones, he localizado un documento que nos remonta a 1752. Soy el mayor de cinco hermanos, a los seis años al salir de la escuela le ayudaba a hacer canillas y dejaba los deberes para después de cenar. ¡Lo odiaba!

Pues para no gustarle...

-Hacer canillas o madejas es un trabajo muy rutinario, lo que pasa es que una vez que lo vas dominando engancha eso de crear tus diseños, combinar colores, jugar con hilos y grosores... Nuestro conocimiento se transmite viéndolo porque hay ciertas cosas que no son mecánicas y no salen igual aunque dejes las instrucciones por escrito. Andamos por el mundo como podemos, yo vendo ferias o mercados tradicionales.

¿Tiene tienda?

-Tengo tres telares en un taller en casa, conservo clientes desde hace muchos años. A veces me llaman para preguntar qué le he echado a las mantas, porque antes dormían mal -risas- No pasa nada. La lana transpira generando un calor natural. Es el mejor aislante.

¿Cuánto tarda en terminar cada artículo?

-En tejer unas dos horas y media. Todo el proceso puede durar más de un día desde que cojo la lana, que compro a los ganaderos. En España la oveja merina ha sido muy importante, hasta el siglo XX cotizaba en la Bolsa de Londres. Además, he podido constatar que Napoleón sufragó la invasión del país con dos millones de ovejas merinas.

Se nota que sabe de lo que habla.

-Casi soy el último artesano textil de España. Hasta hace veinte años sumábamos cuarenta, cuando saqué la carta en 1968 yo fui el número 82 contando solo dentro de mi pueblo, Val de San Lorenzo. Para ejercer nos examinábamos de teoría y práctica después de cuatro años como aprendices y dos de oficial y había que llevar el aval de un artesano. En mi caso, estaba claro, mi padre... Te examinabas de tejer, después de un tiempo de cardar o de teñir e ibas subiendo de categoría a maestro y maestro mayor.

Lo aprendido le vendrá bien en Balmaseda, ¿cómo arregla los telares, existen piezas de repuesto?

-No, reemplazarlas resulta imposible. Y sucede otra cosa, los telares no se fabricaban en serie, así que, incluso con el mismo diseño, los componentes de uno no encajan en otro. Me las ingenio como puedo.

Esta vez le ha traído a la Encartada un modelo Jacquard de 1904,

-Admiro que la gente fuera capaz de crear estas máquinas tan bien que todavía funcionan. El Jacquard es el principio de la informática.

¿Por qué?

-Recuerdo ordenadores con tarjetas perforadas, el Jacquard se mueve con el mismo sistema: si hay agujero la aguja lo atraviesa, sino, no.