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José Mari Aguirre y Ascensión Landa, toda una vida de pastoreo

Hasta hace cinco años, ella aún ordeñaba, mañana y tarde, un rebaño de 300 ovejas

José Mari Aguirre y Ascensión Landa, toda una vida de pastoreo

Amurrio - A sus 82 y 80 años, el matrimonio formado por Ascensión Landa y Josá Mari Aguirre lleva toda la vida unido y ligado al sacrificado trabajo en el caserío y, más específicamente, a la ganadería. Son razones más que suficientes para el merecido homenaje que recibieron ayer en el marco de la celebración del Artzain Eguna de Amurrio aunque, con mezcla de sorpresa y humildad, José declaró no saber muy bien “cómo se han acordado de nosotros”.

Ambos se conocen desde pequeños. “Su padre era maestro y con él aprendí las primeras letras. También era amiga de sus hermanas así que José y yo tratamos desde chavales, desde que éramos críos”, recuerda Ascensión. Por entonces, el que con el paso de los años se convertiría en su marido, vivía al cuidado de un matrimonio que no tenía hijos. “Cuando yo tenía 18 años murieron y, aunque tenían hermanos y muchos sobrinos, me dejaron a mí la casa como herencia”, explica José.

Y ese caserío se acabó transformando, poco a poco y con mucho esfuerzo, en su hogar familiar. “Al principio era una casa muy vieja, no tenía infraestructuras de acceso, ni agua ni luz”, describe Ascensión echando la mirada atrás. Pero ahora puede decir con orgullo que “tenemos de todo, hasta unos pabellones para el ganado, pero lo que hemos tenido que trabajar para conseguirlo no lo sabe nadie”. Y su única fuente de ingresos ha sido siempre el campo y, sobre todo, los animales. “Yo me podría haber ido a alguna fábrica porque en aquellos años era fácil encontrar trabajo pero a nosotros nos gustaba la vida en el campo y a eso nos hemos dedicado siempre”, añade José.

Comienzos humildes Entre los dos lo decidieron y entre los dos lograron salir adelante. Primero empezaron criando unas pocas ovejas y engordando novillos para bueyes. Después aumentaron su modesta explotación con vacas de leche y se dedicaron también a la siembra de trigo para consumo propio y para la venta. Y, a todo eso, se unió la crianza de sus tres hijos. “Entre los dos primeros solo hay 16 meses de diferencia y del segundo al tercero cuatro años”, precisa Ascen, que tuvo que compaginar la maternidad con las labores propias del caserío. “Yo he hecho todo lo que se necesitaba. En este mundo, si el hombre trabaja la mujer mucho más”, asevera.

Cuando el hijo mediano creció apostó por el sector ovino y fue ampliando y ampliando el rebaño para dedicarse de lleno a ello, principalmente a la venta de leche. Y ahí han seguido estando sus padres, ayudándole y asesorándole, hasta el punto de que Ascensión ha llegado a ordeñar a mano cerca de 300 ovejas, dos veces al día. “Así ha sido, mañana y tarde, durante mucho tiempo y hasta hace unos cinco años que se puso la sala de ordeño automática”.

¿Y las vacaciones? Para este octogenario matrimonio es una experiencia que nunca han disfrutado. “Realmente no sé lo que es eso pero ahora puedo hacer algunas escapaditas de cinco o seis días, aunque mi marido nunca quiere venir conmigo”, explica Ascen con una sonrisa. “¡A mí no me gusta viajar! Nunca he salido por ahí”, reconoce José.

En la actualidad tanto su hijo mediano como su hija menor continúan con la explotación familiar, una decisión de la que José y Ascen se sienten satisfechos y orgullosos a sabiendas de que se trata de una vida dura y sacrificada la que se lleva en el campo. Y el relevo generacional está casi asegurado con un nieto que también ha aprendido a amar la tierra.