Síguenos en redes sociales:

Lutxo y la liga de la integración

Chileno, afincado en Getxo desde 1980, organiza el Mundialito en Sarriena, que empieza mañanaLa dictadura de Pinochet le marcó y se fue del país; ahora está ligado a la Sociedad Deportiva Leioa

Lutxo y la liga de la integración

Leioa - Sus ojos han visto morir a un hombre por un tiro en la espalda. Su cuerpo sabe lo que es dormir con el colchón en el suelo de la habitación porque a esa altura es menos probable que te alcancen las balas que entran por la ventana. Su corazón ha llegado a sufrir un vuelco -él utiliza otra metáfora: “Me cagué de miedo”- cuando los militares le abordaron por estar donde no tenía que estar. Todo esto reside imborrable en la cabeza de Lutxo Pizarro, que en su temprana juventud tuvo que convivir con las consecuencias de un golpe de estado (1973) y de la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) en su querido Santiago de Chile.

Lutxo es mitad chileno y mitad vasco. Lleva en Bizkaia desde 1980, “más de media vida”, como él admite. Residente en Romo y muy ligado a Leioa, y en especial a su club de fútbol, es uno de los rostros que está detrás de la organización del Mundialito que empieza mañana y que por décimo año consecutivo, juntará en el campo de Sarriena a equipos de fútbol conformados por inmigrantes. Es el campeonato de la integración. No hay copas en juego, ni egos deportivos que alimentar; de lo que se trata es de meter goles a la discriminación racial.

Un país bajo un régimen militar, en el que “las posibilidades laborales eran escasas y muy precarias”, precisa Lutxo, fueron el pasaporte para dejar su tierra. “Yo tenía 16 años cuando se produjo el golpe de estado. Pero no se me olvida que estábamos en el instituto y nos dijeron que nos fuéramos a casa porque el país entraba en estado de sitio. Pero yo decidí ir a correr. Noté un ambiente raro. Y en un parque me salieron unos militares camuflados con metralletas. Yo me cagué de miedo. Me dijeron: ¡Vete de aquí!”, evoca. También tiene otras estampas, de esas que provocan escalofríos, clavadas a fuego: “Vi delante de mí a unos carabineros que llevaban a un hombre y le dieron un tiro por la espalda. Me quedé aterrado y sin poder moverme. Nunca he visto algo así en mi vida”, solloza. Además, desde su hogar, su familia y él alcanzaban a ver los bombardeos sobre La Casa de la Moneda (el palacio presidencial de Allende). La cruel historia de Chile es parte del recorrido vital de Lutxo, un deportista innato. Fue atleta y hasta formó parte de la selección chilena. “No era Carl Lewis, pero lo hacía bien”, bromea. Estudió Educación Física y realizó un máster en Brasil durante un año. “En mi juventud, mucha gente del barrio se perdía en la droga. La vida me proporcionó la oportunidad de buscar otro camino en el deporte. Eso también pasa aquí”, comenta.

Dispuesto a integrarse Cuando recaló en Bizkaia -un amigo suyo que estaba en Madrid le recomendó venir aquí-, Lutxo continuó corriendo y participó en carreras. “Y después, siempre había organizada una comida”, dice con gracia este chileno que, así, empezó a comprobar que la gastronomía juega un papel fundamental en Euskadi. De todos modos, él, desde el principio, se interesó por la “idiosincrasia” de su nuevo hogar. “Me he dedicado a conocer a fondo Euskadi. He visitado muchos pueblos, caseríos... Me interesaba mucho saber sobre el deporte: los harrijasotzailes, los aizkolaris... Políticamente, también estuve observando las distintas corrientes. Si hay algo que valoro es que el vasco defienda su tierra. Yo lo traslado imaginativamente a Chile, donde parece que todo lo que entra de fuera es bueno y lo de dentro es malo”, considera Lutxo, casado con una colombiana que es contrabajista y a la que conoció en Getxo hace 17 años. Hoy es habitual ver a este chileno con una cámara encima. Y es que él se encarga de hacer las fotos para la Sociedad Deportiva Leioa. También captará, seguro, alguna imagen del Mundialito que está a punto de echar a rodar. “Antes se hacía en Lamiako y allí se creaba todo un mundo: las mujeres se hacían trenzas, se preparaba comida y ¡hasta la gente encontraba pareja!”, cuenta Lutxo. Y es que, como él mismo afirma, “el fútbol es el pretexto para propiciar un espacio de encuentro y es una forma de luchar contra el racismo”.