Laukiz - Nació en Bilbao. Y sonríe satisfecho al lanzar tamaño dato. Pero este célebre pintor estableció su paraíso personal y profesional en Laukiz. Lleva más de cuarenta años afincado en la pequeña y bella localidad de Uribe-Butroi. Aunque está enamorado de la villa de Don Diego, de sus renovados paisajes de agua, cemento y titanio, lo cierto es que ha echado raíces en tierras bañadas por el río Butroi donde la naturaleza le despierta cada día con un soplo de niebla, verde y tradición. “Tanto tiempo en Laukiz, ya tendrás aquí cuadrilla, ¿no?”, le preguntó alguien en una ocasión. “No hay cuadrillas en Laukiz: Laukiz es cuadrilla”, respondió él tajante, elevando el verbo, orgulloso del pueblo que le acogió en los años 70 y donde aún continúa, sumido en un día a día de estudio, amigos y pincel.
Juan Humaran es el retratista por excelencia. A lo largo de su vida ha plasmado sobre el lienzo a innumerables personajes, algunos famosos, otros anónimos, pero siempre con ese trazo certero y realista que impresiona y sobrecoge, sobre todo desde que en los 80 comenzara a elaborarlos en gran formato. Y gusta de jugar a las muñecas rusas cuando sobre la pupila oscura de los retratados dibuja, sutil pero potente, el reflejo de lo que estos observan.
Pero si algo concentra la esencia Humaran es su capacidad indiscutible de retratar manos. Manos nudosas, arrugadas, surcadas por pliegues, crispadas, tensas, marcadas por venas que son sinónimo de vida y trayectoria... Son manos cuya sola visión evoca historias; las historias que es capaz de insuflarles Juan Humaran. “Me encantan las manos. Las manos tocan. Las manos acarician. Las manos trabajan. Pero lo más importante: las manos dan”, explica, y no puede evitar enlazar esa idea con la generosidad sincera que ha encontrado en Laukiz y entre los laukiztarras. “En Laukiz tengo las puertas abiertas. Y son de verdad”, asegura. Quizá a modo de homenaje a esta localidad que ama, hace apenas unos meses realizó un enorme dibujo a carbón en el que plasma unas manos fuertes que sujetan una gruesa cuerda. La esencia de la sokatira. “Esto es Laukiz”, dice rotundo.
Trayectoria Desoyó a su padre, que quería que fuera arquitecto o ingeniero, y se licenció en Bellas Artes. Viajó con una beca a Estados Unidos, a Pensilvania, para realizar un máster, y fue allí donde tomó conciencia de que quería vivir en el campo. Así que, cuando retornó a tierras vascas, se estableció en Laukiz, en 1975. Allí, junto a otros artistas estadounidenses, mexicanos y vascos puso en marcha la mítica escuela taller del caserío Errementariñe, donde tejían tapices gobelinos y donde impartían clases de cerámica, grabados y pintura.
Luego llegó la etapa como artista en solitario, como retratista y con obras en torno a la temática taurina. Durante más de 16 años ha expuesto sus cuadros en el Hotel Carlton de Bilbao en Aste Nagusia, pasando a ser director artístico de la cadena hotelera.
Hoy está volcado en sus pinceles, en sus lienzos, y en la puesta en marcha de un nuevo proyecto que fusiona dibujos y moda y que está desarrollando junto a su mujer, Arantzazu Paredes. Además, tal y como el pintor explica, la Diputación de Bizkaia se encuentra preparando una publicación sobre su obra.
Hubo un tiempo en el que el pintor pugnaba con el cuadro. Era la obra la que mandaba. Hoy, después de infinitas horas ante el lienzo, ante la tabla, la obra se convierte en cómplice. “El cuadro y yo nos llevamos fenomenal”, asegura. “Cada pincelada va a su sitio. Eso es oficio”, concluye el retratista de gentes; el retratista de manos bellas.