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“En África siguen existiendo sombras en forma de necesidades básicas no cubiertas”

Las historias de un esclavo en la Ghana en el siglo XVIII, y de Claudia, una antropóloga de hoy, se entrelazan en la novela que la alicantina presenta en Güeñes

“En África siguen existiendo sombras en forma de necesidades básicas no cubiertas”DEIA

Güeñes - Cuando pisó Ghana por primera vez hace diez años para trabajar como voluntaria en un orfanato, la alicantina Bianca Aparicio no imaginaba que lo vivido durante aquel viaje inspiraría su primera novela, que ha presentado en el Gazte Gune de Sodupe. Las sombras de África retrata la esclavitud en dos historias que se entrelazan, la de Kofi, privado de libertad en el siglo XVIII y Claudia, una antropóloga de hoy, que da con unas cartas en las que él describe su dura realidad.

Dice que África engancha o suscita rechazo. ¿Cuál fue su primera impresión?

-Al llegar, tuve la sensación de formar parte de un documental como los que veía por la televisión. Quedé completamente fascinada. Todo me sorprendía, tenía los ojos abiertos como platos porque en cualquier rincón encontraba algo que me sorprendía, me gustaba, me hacía gracia o me preocupaba, porque también ves cosas duras.

¿Por ejemplo?

-El choque cultural es enorme. Yo siempre he vivido en aldeas, en sus propias casas: chozas de barro con techos de paja en un colchón en el suelo y me he duchado con un cubo de agua. Pasar de toda nuestra calidad de vida a encontrarte sin esas cosas que nosotros consideramos imprescindibles es un aprendizaje que hay que hacer. Pensé que me costaría adaptarme, pero lo realmente duro fue volver.

¿Y qué le sorprendió de la convivencia?

-La fuerza de África son las mujeres: resistentes, trabajadoras, alegres... Las admiro, porque cuando me comparo con ellas me quedo muy pequeñita, me doy cuenta de que sería incapaz de hacer la mitad de las cosas. No solo es que trabajen do de sol a sol, además no tienen agua corriente para regar sus plantas y recorren tres kilómetros para ir a buscarla con un bebé cargado a la espalda y, a lo mejor, embarazadas. Y lo hacen sin perder la sonrisa y las ganas de vivir. Ves lo que nosotros consideraríamos una niña en el papel de una mujer que no ha perdido su inocencia infantil.

¿Cómo se cruzaron sus pasiones por África y la literatura?

-Salió solo, no lo planifiqué. Traje muchas cosas de aquel primer viaje que hice sola con veinte años. Nunca se me había ocurrido que pudieran tomar la forma de una novela. Sin embargo, visitar uno de los fuertes de esclavos en Ghana me marcó y empezó a darme vueltas a la cabeza una historia.

¿Qué parte del libro refleja la historia de personajes reales?

-Las localizaciones actuales existen, aunque los personajes son ficticios. Y con la trama de esclavitud de hace 200 años he querido poner nombre a todos los que pasaron por aquella fortaleza. El gobernador, que adquirió fama de cruel, forma parte de la historia, así como los abolicionistas.

Las críticas destacan la crudeza con la que describe la realidad de Kofi, el esclavo protagonista.

-Sobrecoge entrar en un lugar en el que tantas personas sufrieron hace apenas 200 años. Al pasar la mano por las paredes, notas los arañazos, pisas el suelo y te explican que las marcas que hay se deben al ácido del orín que se ha ido comiendo el pavimento. Te encierran en una sala en la que ellos estaban y ves que no hay ni luz, ni aire. Cuando sientes todo las emociones, son tan profundas... Creo que esa energía de sufrimiento y de todo el daño que se les hizo de alguna forma se ha quedado allí y cuando lo visitas se transmite. Aunque escribirlo ha sido muy duro, era necesario para que se entienda.

¿Se ha reparado todo ese daño?

-El pueblo africano tiene una capacidad de recuperación impresionante. En vez de recriminarte lo que pudieron hacer tus antepasados, te acogen con los brazos abiertos, te lo explican todo sin ningún tipo de rencor. Creo que deberíamos aprender mucho de ellos.

¿Qué pervive de los conflictos generados entonces?

-Nos aprovechamos de ellos en su momento utilizándolos como mano de obra y tratándolos como animales y hoy seguimos haciéndolo de otra manera. Persiste un abuso de nuestra sociedad hacia la suya totalmente conocido y permitido, que empieza por parte de los gobiernos. Por nuestra parte, tampoco contribuimos lo que podemos. Necesitamos un cambio de mentalidad que sería el primer paso hacia la igualdad, porque potencial hay.

¿A eso se refiere con las sombras que dan título al libro?

-Los esclavos perdían su identidad, su vida y a sus familias para ir a un continente que no era el suyo a beneficio de unos pocos. Hoy sigue habiendo sombras en forma de necesidades básicas no cubiertas: educación y la sanidad, a las que todos deberían tener derecho.

¿Es posible mantener esa ayuda en tiempos de crisis?

-Es importante ayudar, hay proyectos importantes en casa. Y desde ahí podemos ampliar el horizonte hacia fuera con poco dinero. Somos tantos que si cada uno pusiera su pequeño granito de arena, se notaría. Por ejemplo, iniciativas como Dos señoras vacas o la propia novela Las sombras de África, de cuyos beneficios una parte van allí.

Conoce Güeñes gracias a la cooperante local Ana Zamorano y su proyecto solidario. ¿Qué le parece que los jóvenes cultiven esa inquietud por colaborar con los que más lo necesitan?

-No puedo más que expresar mi admiración a todo el que aporta en la medida de lo que cada uno pueda. Querer ayudar dice mucho de una persona. Pienso que esa concienciación ha de hacerse desde la infancia, es lo que construye una sociedad solidaria. En esta localidad eso se fomenta, lo que es muy positivo. Desde luego, cuando estos niños y jóvenes crezcan y se hagan adultos, se va a notar.