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La rehabilitación de caseríos, cuestión de historia y talento

Es quizá uno de los sectores más desconocidos de la arquitectura, pero forma parte de una gran tradición que se tiene que mantener a pesar de las remodelaciones

La rehabilitación de caseríos, cuestión de historia y talentoPablo Viñas

ES uno de los sectores de la arquitectura que menos ha sufrido el impacto de la crisis económica. A veces por necesidad y otras por estética, el trabajo de los arquitectos que se dedican a la restauración y rehabilitación de estas típicas construcciones vascas se mantiene y, a pesar de que se pierde una veintena de caseríos al año, los expertos no temen por su desaparición. Eso sí, tienen miedo a la posible ausencia de las estructuras básicas de los caseríos más significativos de Bizkaia, y luchan por mantener y respetar las partes con interés histórico, es decir, la esencia de los caseríos.

El profesor de Historia de la Arquitectura en la UNED de Bergara y responsable de Patrimonio Etnográfico en la Diputación Foral de Bizkaia, Alberto Santana, los califica como “uno de los tipos de vivienda campesina más perfectos del mundo. Son obras de profesionales de la arquitectura, no son obras de baserritarras. Se trata de piezas excepcionales que conforman el corazón de la identidad vasca”. El arquitecto Oier Bizkarra confiesa haber rechazado algún que otro proyecto de trabajo por esa pérdida de identidad de caseríos. “Muchas personas caen en la tentación de cambiar cosas porque las consideran viejas, pero lo fundamental es realizar primero un buen análisis del caserío y valorar todas las partes, ya que son edificaciones con mucho poso histórico y contienen importantes estructuras de madera y piedra”, relata el joven de Durango, quien confiesa haberse “auto-especializado en la rehabilitación de caseríos”, una pasión que bien conoce desde su niñez. En la misma línea explica sus impresiones el también arquitecto Juan Ángel Larrañaga. “Se debería dedicar más tiempo al entendimiento, para conseguir actualizaciones de caseríos más respetuosas con su historia. Si se tuviera un mayor conocimiento de la historia, se compatibilizarían mejor las actualizaciones y adaptaciones que solicitan los clientes”. Es el sentir común de los profesionales que se dedican a las rehabilitaciones, a pesar de que por sus cualidades y experiencia podrían ofrecer prismas contrarios. Oier Bizkarra es el ejemplo de los jóvenes licenciados en arquitectura interesados en la rehabilitación de caseríos, bien por afinidad y gustos personales, como es el caso, o bien por la escasez de obra nueva existente en la actualidad en el territorio. Juan Ángel Larrañaga escenifica la otra cara de la moneda, la de los arquitectos que ya acumulan mucha experiencia en el sector.

El antes y el después La situación previa a la crisis económica se centraba en intervenciones globales, actuaciones completas de los edificios. En la actualidad, sin embargo, las intervenciones que se realizan son consideradas “de emergencia”, es decir, son aquellas que se ajustan mucho a las necesidades básicas, rehabilitaciones de zonas concretas de los caseríos, como por ejemplo la cubierta. Además, tal y como apunta el arquitecto Bizkarra, la repercusión del coste íntegro de la obra afecta hoy en día a una sola unidad familiar, por lo que “hay que calibrar bien las intervenciones”.

La arquitectura vernácula ha dado el salto de “la repostería arquitectónica” a la acentuación del propio caserío. El experto Alberto Santana es de la opinión de que la forma de entender la rehabilitación ha cambiado mucho. “Ahora las remodelaciones las piden los propios baserritarras, que son los últimos guardianes de los caseríos, por lo que se intenta mantener la identidad de cada una de las construcciones”. El reto es realizar trajes a medida a edificios que pueden llegar a tener 500 años de historia.

Otro de los cambios que han sufrido los caseríos con el paso del tiempo son las divisiones. Antes, por una norma existente en el fuero de Bizkaia, no era posible su división. Lo que sí ocurría era que los propietarios de muchos caseríos dividían los caseríos internamente para los inquilinos. “Casi siempre las relaciones entre los habitantes de un mismo caserío eran forzadas. Después de un estudio descubrí que solo el 4% mantenía buena relación”. La situación actual es distinta: la única manera de gestionar un caserío dividido en dos partes -divisiones entre hijos, por ejemplo- es “cuando no hay explotación agropecuaria”.

Santana lleva alrededor de 30 años dedicado a su pasión, 21.000 caseríos visitados le avalan como experto en el tema y conoce a la perfección las estructuras clásicas y su evolución con el paso del tiempo. “Tienen una media de 600 metros cuadrados útiles de vivienda, divididos en dos plantas más una tercera de manera parcial”, explica Santana. La parte delantera está considerada como “la zona del hombre y su comida”; la parte trasera, en cambio, “la del ganado y su comida”. Con cuadras convertidas en txokos o la aparición de varias habitaciones en la planta alta del caserío, Santana aclara que “hoy en día se puede vivir con mucha calidad y de manera moderna en un caserío, en ambiente armonioso, con mucha luz y mucho espacio”.

El experto apunta también a un “sentimiento contradictorio” entre los baserritarras. “Quizá estén un poco acomplejados y se sienten encorsetados, ya que no entienden el valor histórico y cultural que tienen sus viviendas. A muchos no les gusta que otras personas vean sus caseríos por dentro”.

Por zonas Más de 40.000 caseríos en Euskal Herria. 14.000 en Bizkaia. “Me quedo con toda la cuenca atlántica de Euskal Herria, ya que cada una tiene sus propias particularidades”. Es la opinión de Oier Bizkarra al ser preguntado por su “zona más querida” en cuanto a caseríos se refiere. Tienen un caserío familiar en Garai, pero si tuviera que quedarse con una edificación que está casi sin reformar, Oier Bizkarra elige el caserío Izuntza Goikoa, situado en Berriz. Sin embargo, coincide con Alberto Santana al quedarse con uno reformado. “El caserío Asua del barrio de Seberetxe en Bilbao... porque en Bilbao también hay caseríos”, apostilla el joven entre risas. “Es el ejemplo de un caserío bien rehabilitado, y además es el último y más antiguo de la villa”, puntualiza Santana, quien también cita el Landetxo Goikoa de Mungia o el Sarrionaindi de Berriz. Juan Ángel Larrañaga, por su parte, se decanta por Durangaldea. “Hay muchos caseríos barrocos que se construyeron cuando hubo un auge en Bizkaia y aunque hay caseríos bonitos en todos los sitios, esa zona es especial”.

Entre los arquitectos que se dedican a la rehabilitación de caseríos no hay miedo a su desaparición. “Es cierto que existía cierto miedo, pero la tendencia se ha invertido”, dice Santana. “Hay que reivindicar el caserío como principal patrimonio de Euskal Herria. Desde hace unos 25 años, ocurre con los caseríos algo parecido que con el euskera, ya que ahora se conservan, existen subvenciones...”. Sin alarmas. Con cautela. “El miedo existe, pero solo por que se pierdan las estructura de los caseríos más significativos del territorio, pues eso sería una catástrofe”, relata Bizkarra.

Juan Ángel Larrañaga lo tiene claro. Ofrece la receta perfecta para que las rehabilitaciones se realicen respetando el patrimonio histórico que representan. “Los caseríos buenos han ido desapareciendo. Los más antiguos están en áreas muy cercanas a las urbes. Yo soy partidario de acomodar las necesidades de cada persona, siempre teniendo en cuenta el fondo histórico de cada edificación. Se ha inventado mucho, y si se tuviera un mayor conocimiento de la historia, se compatibilizarían mejor ambas cosas y las rehabilitaciones serían mejores, más respetuosas”. Sucede que en muchas ocasiones la arquitectura se entiende como algo relacionado exclusivamente con la construcción y la edificación. Sin embargo, los arquitectos también tienen entre manos ese arte de mantener la historia, esa que esconden los caseríos.