La Profesión. Dicho así, a palo seco, suena como La Familia, pronunciada con ese deje de voz rota del sur de Italia. De Corleone, sin ir más lejos. Y, sin embargo, fue la profesión -la de la escena, quiere decirse...- quien ayer apareció por sorpresa en el Teatro Arriaga, el lugar escogido para tocarle la fibra a un hombre de dura apariencia, un Grizzly Adams de las montañas de la escena. Al mismísimo Ramón Barea, último Premio Nacional de Teatro y uno de los grandes actores vascos de todos los tiempos, que entró en el patio de butacas para otros menesteres, acompañado por, Daniel Bianco, y cogido del brazo de la actriz Itziar Lazkano. Sentados le aguardaban compañeros de viejas batallas y varias generaciones de actores que le admiran. También su familia y los cinco nietos sobre los que Ramón pone sus cinco sentidos cada día. Tanto que poco después el propio Ramón dejaría, prendida de sus labios, una de las frases de la tarde. "Naia, la mayor de las nietas, se ha puesto muy contenta porque me ha tocado el Premio Nacional". Era Ramón improvisando, Ramón mago y malabarista de la palabra, una de las artes que le han dado su bien ganada fama.

Pero volvamos atrás, a los orígenes de la tarde. Ya la espera tuvo su aquel. Con medio patio de butacas poblado por gente de la farándula y el escenario gobernado por Guru-tze Beitia, se diseñó la estrategia. "Hay que esperar y guardar silencio absoluto cuando nos anuncien que sube por las escaleras. Mientras tanto..." El mientras tanto fue macanudo. Una voz anónima gritó a la propia Gurutze, acodada en un piano, algo así como "píntate un bigote y canta un fado"; Mitxel Santamarina, voz cantante, caracterizado, como iba, de Montserrat Caballé, del Cabaret Chihuahua que amenizó el homenaje, recreó el vilipendiado villancico de la Lotería de Navidad. Pero a la hora punta, a las seis largas de la tarde, todo era silencio, pese a que no faltaron a la cita Alex Angulo, Gorka Aginagalde, Nieves Churruca, Sol Maguna, Maribel Salas, José Ibarrola, Esther Velasco, José Luis Neyro, Ricardo Franco, Genma Martínez, Aitor Mazo, Pako Revueltas, Fran Lasuen y así todo un elenco de máximo cartel.

No se sabe quien fue el primero en aplaudir, pero todo estalló a su entrada. Todo tuvo la calidez de una huella de pintalabios en la mejilla. Desde la canción infantil de bienvenida, que le regaló la propia Gurutze, hasta las palabras de su hermano, Pedro Barea, quien recordó que la hermana de ambos, Aurora Barea, "sufre cada vez que se aflige o muere en escena". Por boca de Max Estrella, Pedro acabó sus palabras con un "dicen los papeles que es un hombre de mérito. ¡Te lo has currado, chaval!".

Antes de que Ramón tomase la palabra -brillante cuando dijo aquello de que de pequeño "iba a los toros, para ver al Bombero Torero, y al fútbol, para ver los partidos de Gordos y Flacos" y generoso "cuando señaló que él solo "nunca hubiese podido", acordándose de sus compañeros...- lo hicieron otros. Por ejemplo, Mikel Losada, para recitar las Nanas de la cebolla de Miguel Hernández, primera escena de Ramón a la tierna edad de los 17; o la propia Itziar Lazkano, para pregonar el Manifiesto sobre el actor, excusa perfecta para llamarle a Ramón "exhibicionista desvergonzado"; o Felipe Loza, quien a la voz de "¿Qué haces, Ramón?, ¿A qué juegas?" recorrió su carrera por décadas, o los nietos, que le regalaron un cartel multicolor y que montaron para él un divertido gag, con barba postiza incluida. O el vídeo de cuatro minutos al son de la canción Gracias a la vida. O el carnaval de despedida. O la tarta y el champán con el que brindaron todos en el Pabellón 6. Hasta horas golfas, supongo.