"El tiempo entre costuras' es fantasía y nuestro oficio es la realidad, algo muy diferente"
Teresa Carlota Hormaechea no tiene nada que ver con Sara Quiroga, la protagonista de 'El tiempo entre costuras'. Las dos son modistas, pero una es de carne y hueso y la otra de ficción. La modista getxotarra desvela los secretos de un oficio que se ha puesto de moda gracias a la serie televisiva
Bilbao. A los diez años ya confeccionaba los camisones de las compañeras de colegio. Le gustaba coser. Disfrutaba entonces y disfruta ahora, que tiene un taller de costura en Las Arenas en el que se han vestido y se visten muchas novias de Bizkaia y de comunidades limítrofes. Carlota Hormaechea es de las pocas modistas que quedan. "Es un oficio a extinguir", dice, "porque hay que meter muchas horas y la gente no está dispuesta a ello".
¿Cómo se define usted, modista o diseñadora?
Modista, porque yo no soy diseñadora.
¿Qué diferencia hay?
Modista es la que corta, cose, plancha y prueba, que es lo que hago yo, y diseñadora es la que diseña.
¿Siempre le ha gustado coser?
Sí, desde que tenía uso de razón. En el colegio, cuando estaba interna en las Irlandesas de Zalla, ya hacía los camisones de todo el colegio.
¿Había algún antecedente familiar?
No, ninguno. En mi casa, mi madre cosía, pero lo normal.
¿Cuándo decidió hacerse modista?
A los 29 años, más o menos. A esa edad decidí que me iba a dedicar a coser porque me encantaba.
¿Antes, qué había hecho?
Primero empecé a trabajar en una tienda que no tenía nada que ver con esto. Luego estuve de encargada en un taller de costura para niños y, posteriormente, monté una tienda con una amiga en Barakaldo. Pero llegó un momento en el que dije: me voy a dedicar a coser, aunque no sabía ni cortar ni tenía un aprendizaje.
¿Entonces cómo lo hizo?
Como conocía a Mercedes de Miguel, le dije a ver si su hermana Toñi, que daba clases de costura, me podía enseñar a cortar. Y así, tras un mes y medio, en el que me dio unas normas básicas, monté el primer taller.
¿Dónde lo montó?
En Lamiako, en un pisito cutre, lleno de ratas, pero era en lo que me podía meter para empezar. Allí estuve siete años hasta que vine a Las Arenas, donde llevo diecisiete años.
¿Confecciona todo tipo de vestidos o tiene alguna especialidad?
Hago de todo, pero lo que más, novias y lo relacionado con las bodas, madrinas e invitados.
¿Siempre ha sido así?
No. Empecé haciendo faldas y camisas, luego pasé a trajes y más tarde a novias, y es con lo que me he quedado fundamentalmente porque la confección de modistería en general ha bajado mucho.
¿Por qué?
Porque en el pret a porter se encuentran cosas buenas y bonitas. La gente ya no se hace un abrigo, va a la tienda y se lo compra. Sin embargo, en las bodas hay muchas novias que prefieren hacérselo a medida y también hay muchas madrinas e invitadas que no quieren ir con un traje repetido.
¿Es más caro un vestido de novia confeccionado por usted que uno comprado en una tienda?
No es más caro. El traje de novia pret a porter es mucho más caro que lo que sale uno hecho a medida.
¿Cuánto sale uno realizado por Carlota Hormaechea?
Nosotros tenemos una tarifa plana de 3.600 euros. En ese precio se incluye todo, el traje, la enagua, forrar los zapatos, irle a vestir... Pero lo más importante es que la novia puede elegir la tela o el bordado que quiera.
¿Cuál es la ventaja de hacerse el traje a medida?
Que queda perfecto y eliges lo que quieres, no lo que te imponga la tienda.
¿Está notando la crisis?
Toco madera, pero yo no he notado nada.
¿A qué cree que se debe?
Yo creo que es porque llevo mucho años y ya tengo una clientela fija. Pero también porque en Bizkaia no hay competencia de modistas. Estamos muy pocas. Es un oficio a extinguir.
¿Tan duro es?
No es que sea duro, por lo menos a mí no me lo parece porque me gusta. El problema es que hay que meter muchas horas y la gente no está dispuesta a ello. Porque aquí todo se hace manual.
¿Qué es lo más difícil del oficio?
Quizá lo más difícil de aprender y lo más importante es el patronaje, que es donde se le da la gracia al traje. Pero también es difícil coser, confeccionar, y eso solo se aprende con años de experiencia.
¿Hay que tener alguna habilidad especial para ser modista?
En primer lugar te tiene que gustar, y luego tener un poco de habilidad, que te gusten las manualidades, porque si te cae la tela de las manos, no hay nada que hacer.
¿Ser modista es tan bonito y glamuroso como lo pintan en la serie televisiva 'El tiempo entre costuras'?
El tiempo entre costuras es una fantasía y lo nuestro, el oficio de costurera, es real. No tiene nada que ver. La serie y el libro son fantasía y la realidad es algo muy diferente.
¿Está siguiendo la serie?
No. He visto un poco, pero no la he seguido. Prefería ver Isabel.
¿Tampoco leyó el libro?
El libro empecé a leerlo, pero no lo acabé porque me pareció aburridísimo.
Antes hablaba de la clientela que tiene. ¿Cuál es el perfil de esas personas?
Hay de todo. De aquí, de Las Arenas, de Bilbao, Bermeo, Barakaldo, de cualquier pueblo de Bizkaia, y también de fuera, de Burgos, Santander o Logroño.
¿Cómo consigue que lleguen hasta su piso, un lugar que no está a la vista del público?
Por el boca a boca. Esto es un pueblo y a mi familia, que somos muchos, nos conoce todo el mundo. Así que primero empezaron a venir las conocidas y luego el círculo se fue ampliando.
Al ser un piso, ¿la relación con las clientas es más intensa?
Sí. Esto tiene mucho de confesionario. Aquí se viven momentos muy especiales. Hay veces en los que la novia está nerviosa, se pelea con la madre y yo tengo que hacer de mediadora. Y luego está el día de la boda...
¿También va?
Sí, pero yo voy a vestir a la novia. Y ahí es donde se viven también momentos especiales. Hay casas en donde todos están relajados y divertidos, pero hay otras en las que hay muchos nervios y son la guerra. Así que voy yo, que estoy tranquila porque mi trabajo está hecho, y soy la que templo el ambiente.
¿Cuál es su mayor satisfacción?
Cuando veo bien a la novia.